Así como el cine tiene sus películas que pretenden hacer mucha bulla, tratando de ser irreverentes y decididamente notorias, hay filmes pequeños o de espíritu humilde si se quiere, y este es uno de ellos, por la manera de narrar el drama de sacrificar una larga vida en el campo como granjero de ovejas por entregarlo todo a nuestros vástagos, y es loable ver un ideal tan desprendido por otros –seres queridos- y afectivo como el de un eterno jefe de familia, aun a la distancia (únicamente –que tampoco es poco- por el sentimiento), la mayoría de edad de las involucradas y en medio del contexto de la independencia filial, siendo la del protagonista una enorme e incondicional ayuda económica, la que respeta -sin demorarse ni quedarse a juzgar- el espacio y la voluntad ajena (con la noción y aceptación de alguien seguro de sí, de cierta explotación expuesta natural y directamente por quienes son la luz de sus ojos), a costa de dejar lo que nos llena y nos identifica, pero como bien expresa Gaby Gagnon (Gabriel Arcand) la razón de su vida no es su tierra ni su trabajo con carneros, sino el de ver feliz, libres en sus deseos y realizadas a sus dos hijas. Por lo que pone en camino un “préstamo” a través de la venta de toda su propiedad, para solventar el divorcio y la otra mitad de su casa que quiere comprar una de sus pequeñas, que es como las ve, aun habiéndolo hecho ya abuelo en dos oportunidades y ser una mujer hecha y derecha tramitando su separación conyugal.
Eso es todo, y no solo eso, la narración evita (coherentemente, si quería ser digna de un festival como el de Cannes –y a lo que me refiero con ello, el tipo de arte que invoca- ; en donde participó el 2013, y mereció uno de los tres premios que da la semana de la crítica, el SACD Award) la sobredimensión o el melodrama, al punto de que no manipula demasiado los efectos dramáticos en forma explícita (pero no nos equivoquemos, Gaby exuda dolor por dejar lo suyo ante algo más grande en su fisonomía como ser humano, llega a llorar y medita todo el tiempo, como con donde dejar a su perro de 10 años de edad, con el niño que trabaja a sus órdenes y observa en el retrovisor en la carretera subir la cuesta en su bicicleta, con el mejor amigo –estupendo complemento secundario- que siempre le acompaña y que no piensa como él, ya que ve como una locura su completo desprendimiento; en esos detalles que enriquecen el filme, ensanchan el panorama, dándole más profundidad, y haciendo más difícil la decisión y lo que está haciendo el personaje principal, como con esa subasta previa a la suya y el anticipo/noción de alguien que debe vender lo que ama); en su lugar yace y se mueve de forma firme (fiel a su elección temática), solo que en tono discreto, calmado, evitando la manida -muchas veces imperceptible por el autor “indolente”, que tampoco lapido habiendo la posibilidad de la excepción- redundancia y lo que ya está por sí solo, la obviedad que es un mal endémico de cierto cine, valiéndose de ser contenida la mayor parte del metraje.
Fija a su leitmotiv –la entrega absoluta bajo el amor paterno- y dando a visualizar –rellenar por una parte, leve, fácil al fin y al cabo- momentos, pero entendiendo que lo emotivo no requiere más de la cuenta, y existe un uso mesurado de su conflicto, si bien sabe que no es que sea novedosa su historia, y más evita los facilismos y la explotación básica, haciendo equilibrio, pero viendo lo que ha decidido contar, haciéndose cargo de la vía de comunicación, que es donde radica su pequeña contribución cinematográfica. Y es como ver lo mismo de siempre, pero con el tino y el séptimo arte de autor en pleno malabarismo, que sale victorioso, sin ser nada extraordinario.
Son casi dos horas de duración, es mucho viendo lo que es, es verdad; de fijar su tema único, chico, no obstante lo hace bastante bien, aunque parezca que se toma su tiempo, que destacamos que a pesar de ello no carece de ritmo, logra ser ágil, ya que no se puede negar que manifiesta un don de empatía y búsqueda general, masiva (al lado de su enjundiosa, esbelta, vital pero lacónica autoría). Tiene las cosas claras, y deja bien solvente lo que quiere contar, justifica mucho, en sentido de entregar harto background situacional, de los que agregan aristas, véase la esposa separada y una visita con un pedido absurdo (por una parte un error del director, de Sébastien Pilote, o bueno, un matiz de inmadurez, de levedad o poco fondo) o la vecina que se siente segura con Gaby.
Estamos ante una película que tiene una forma decente de afrontar un conflicto, y como en un vidrio bien pulido, permite que el espectador vea el paisaje diáfano, hasta absorberlo, que quiera hacerlo, comprometerse. Quedando un mensaje ejemplar, aunque algo extremo, porque los seres humanos no solemos ser tan desprendidos con nuestras pasiones (o modos de vida), que por supuesto, la suya queda dicha incluso, las hijas, pero nos sabe a que una existencia de varias décadas no se evapora así como así en una decisión, y sin embargo a eso juega (y ahí radica un valor importante, tanto como una esencia y opción de cine, bueno, acotamos, desde lo pequeño y amable), exhibiendo el conjunto a alguien “excepcional”, aun luciendo sencillo, en la que es una historia de amor, sensibilidad y poética.