Los premios
Introducción
Ver la película ha sido encontrarse con lo que prometía, en sentido de ser una propuesta de autor con los pantalones bien puestos, y que implica un humor negro calmo, a veces discreto, sin ser contradictorio al decirlo, que se toma como un estilo al respecto de lo que anhela -y logra ser-, desde esa música de acompañamiento que dicho por los autores, por Diego y Daniel Vega, inspira el camino. La propuesta lleva mucha ironía (y a ratos sarcasmo), pero que por el tema es cosa “seria”. Ésta es una sutil forma de ser inteligente, entretenido y crítico a su vez, proponiendo un relajo pensante. Tomemos en cuenta que la comedia en los filmes de los Vega es directa y corrosiva, pero bien elaborada.
Es una propuesta que versa sobre la corrupción judicial de nuestro país, puesta en contexto con Constantino Zegarra (Fernando Basilio), un juez estricto y honesto (un exagerado, como le dice la esposa de un acusado), dueño de una fuerte tradición dentro de una familia de magistrados y abogados, que tiene como centro de motivaciones a su propia madre, a la que observa en un cuadro a la manera de una santa a la que se le tiene fervor, pero que descubre que el ideal y el deseo de su forma de ver la vida (correcta, ejemplar y hereditaria) no son compatibles con nuestra realidad, por lo que no le faltan penurias con las cuales estrellarse hasta reconocer y padecer la verdad, unas tras otras hasta la decepción, el llanto desahogador e intempestivo, y el estado de alucinación, celebración e imaginación del mundo perfecto que solo nos queda en la cabeza e individualidad, a partir de una amenaza de que le vaya mal (en una broma ligera de lisuras); más tarde sucede ¿un atentado o accidente?, y el estado de inquietud y paranoia de que cualquiera de los 800 casos que registró con penas de cárcel sea alguno el gestor de una bala que le ha dejado mudo.
Dos puntos como partida
Uno
Ver la película ha sido encontrarse con lo que prometía, en sentido de ser una propuesta de autor con los pantalones bien puestos, y que implica un humor negro calmo, a veces discreto, sin ser contradictorio al decirlo, que se toma como un estilo al respecto de lo que anhela -y logra ser-, desde esa música de acompañamiento que dicho por los autores, por Diego y Daniel Vega, inspira el camino. La propuesta lleva mucha ironía (y a ratos sarcasmo), pero que por el tema es cosa “seria”. Ésta es una sutil forma de ser inteligente, entretenido y crítico a su vez, proponiendo un relajo pensante. Tomemos en cuenta que la comedia en los filmes de los Vega es directa y corrosiva, pero bien elaborada.
Es una propuesta que versa sobre la corrupción judicial de nuestro país, puesta en contexto con Constantino Zegarra (Fernando Basilio), un juez estricto y honesto (un exagerado, como le dice la esposa de un acusado), dueño de una fuerte tradición dentro de una familia de magistrados y abogados, que tiene como centro de motivaciones a su propia madre, a la que observa en un cuadro a la manera de una santa a la que se le tiene fervor, pero que descubre que el ideal y el deseo de su forma de ver la vida (correcta, ejemplar y hereditaria) no son compatibles con nuestra realidad, por lo que no le faltan penurias con las cuales estrellarse hasta reconocer y padecer la verdad, unas tras otras hasta la decepción, el llanto desahogador e intempestivo, y el estado de alucinación, celebración e imaginación del mundo perfecto que solo nos queda en la cabeza e individualidad, a partir de una amenaza de que le vaya mal (en una broma ligera de lisuras); más tarde sucede ¿un atentado o accidente?, y el estado de inquietud y paranoia de que cualquiera de los 800 casos que registró con penas de cárcel sea alguno el gestor de una bala que le ha dejado mudo.
Dos puntos como partida
Uno
Su cualidad dominante, plenamente ejecutada, honesta y con audaz y original virtud de ser cine de autor, uno que es más que capaz de sacrificar cierto ritmo (sin perderlo del todo), como si pasara poco, lo cual es solo aparente, un estilo (con base), ya que el "atentado" es en buena parte elíptico y los acontecimientos sostienen un aire cotidiano. Tenemos en marcha a una hija despreocupada de su futuro, lejos de la tradición del hogar (y esto puede ser una lectura nacional), más al tanto de un amor juvenil e intrascendente en fuga; y a una esposa “sometida” a una rutina, véase la de bañarse juntos –como cuando a todos sorprende que el protagonista no haga sus ejercicios- y seguramente el hábito de tener sexo en la ducha (habiendo un rato en que él se va cuando ella entra o no le escucha llamarle metido en su carro, quiebres aun controlados en pos de lo apoteósico), y que esconde infidelidad, que indica algo convencional, una actitud machista; así mismo se esconde la idea de gente corrupta y rebelde desde la propia familia y uno mismo, aunque poco, y que habla de un choque situacional, algo muy imponente, entre lo que es y lo que quisiéramos que sea (que es de lo que se trata la película).
Todo termina en lo que recurrimos para generar nuestra satisfacción, a costa de lo antiético e inconsciente, que en el filme invoca la persecución de un culpable invisible o más amplio de lo que creemos, una enfermedad o especie de locura (a la que no calma un recurso sencillo, el de un suicidio, salvo como trama, y en el alcance de la obra se convierte en metáfora). Mientras esto sucede el filme es sugerente pero pleno en gags, como patear la puerta de unos sospechosos o hacer señas en la calle recreando y generando hipótesis del supuesto crimen, lo que introduce un lenguaje no verbal que parece endeble o poca cosa al comienzo, pero termina como una virtud, que llega a acostumbrarnos y verse auto-suficiente, potenciando la obra, la hace rica en su atrevimiento y creatividad formal.
Es una película que se mueve en lo “mínimo”, pero al fin y al cabo sin distanciarse (perderse) del espectador, logrando ser a su vez una película clara y cautivante, como potente desde el tono y hegemonía temática, la corrupción, y es que se puede bromear con la idiosincrasia nacional, como vía de escape, sino también podemos resultar trágicos. Por ello, un policía pidiendo dinero para fotocopias o gasolina, o aceptando tarjetas de teléfono como favor e intercambio a una necesidad, invoca nuestro criollismo criticado, tantas veces repudiado, pero de alguna forma se asume como salvador, en lo último que nos queda para subsistir y seguir adelante, sin por ello enaltecerlo en absoluto, simplemente saber que existe y tiene un cierto asidero. A esa vera nos conocemos, y quizá hasta surja reflexión e intento de cambio, aunque suene difícil, que no imposible. Hacia ese lugar nos movemos, hacia nuestra pequeña utopía nacional. Pero antes, nos observamos, nos reconocemos, entreteniéndonos, relajándonos. Luego lo pensamos con calma, tal como una ola que nos ha mojado los pies.
Dos
La identidad, lo de ser netamente peruano, que exuda por todos lados la película. A mi ver la que actualmente nos compete está a un nivel de logro mucho más alto que su ópera prima, Octubre (2010), que fue premiada en el festival de Cannes con el premio del jurado en Un Certain Regard. La primera película de los hermanos Vega no me agradó mucho, percibí redundancia de nuestro séptimo arte, si bien encontré algunos valores donde había ingenio. El Mudo mejora tanto en su humor, el ambiente retratado y su peruanidad, en cómo acomete nuestras costumbres, tanto las más notorias –el mes morado o el poder judicial- y las menos flagrantes. El Mudo lo plasma de manera más compleja, más interesante, más sutil. El Mudo es una realización que explota lo nacional con personalidad, con seguridad, y no solo por folclore “obligatorio”; tiene mayor novedad, más creatividad. Desnuda en repetidas ocasiones a la actriz Norka Ramírez, que hace de la esposa de Zegarra, juega a las escondidas con su cuerpo, sin dejar ver mucho frontal, solo unas tetas al vuelo que se hacen desear, bajo un encuadre que indica una noción estética, aunque imperfecta, no demasiado sensual pero tampoco tan casual que no tenga gracia. El conjunto maneja bien nuestra mezcla de apetencias limeñas, tenemos juntos lo nacional (principalmente), lo variopinto y lo universal. De ésta manera vemos los chifas que hacen de centro de reunión para tranzar futuros entre compadres, o presenciamos una banda musical exótica en el interior de una casa ordinaria en la que los presentes no parecen estar en su habitad, pero se saltan la edad y se entregan al espíritu de la fiesta (ese que recorre El Mudo, siendo todo un drama).
La identidad, lo de ser netamente peruano, que exuda por todos lados la película. A mi ver la que actualmente nos compete está a un nivel de logro mucho más alto que su ópera prima, Octubre (2010), que fue premiada en el festival de Cannes con el premio del jurado en Un Certain Regard. La primera película de los hermanos Vega no me agradó mucho, percibí redundancia de nuestro séptimo arte, si bien encontré algunos valores donde había ingenio. El Mudo mejora tanto en su humor, el ambiente retratado y su peruanidad, en cómo acomete nuestras costumbres, tanto las más notorias –el mes morado o el poder judicial- y las menos flagrantes. El Mudo lo plasma de manera más compleja, más interesante, más sutil. El Mudo es una realización que explota lo nacional con personalidad, con seguridad, y no solo por folclore “obligatorio”; tiene mayor novedad, más creatividad. Desnuda en repetidas ocasiones a la actriz Norka Ramírez, que hace de la esposa de Zegarra, juega a las escondidas con su cuerpo, sin dejar ver mucho frontal, solo unas tetas al vuelo que se hacen desear, bajo un encuadre que indica una noción estética, aunque imperfecta, no demasiado sensual pero tampoco tan casual que no tenga gracia. El conjunto maneja bien nuestra mezcla de apetencias limeñas, tenemos juntos lo nacional (principalmente), lo variopinto y lo universal. De ésta manera vemos los chifas que hacen de centro de reunión para tranzar futuros entre compadres, o presenciamos una banda musical exótica en el interior de una casa ordinaria en la que los presentes no parecen estar en su habitad, pero se saltan la edad y se entregan al espíritu de la fiesta (ese que recorre El Mudo, siendo todo un drama).