Que me encanta el cine surcoreano no hay duda, y había que
revisar alguna película coreana ya siendo tiempo, y encima una bastante buena, por lo que escogí el segundo trabajo de Park Hoon-Jung, famoso por ser el creador de los guiones
de The unjust (2010) y I Saw the Devil (2010), éste último uno de los mejores
thrillers que se han hecho en Corea del Sur, mientras el primero paga con
creces finalmente en su segunda parte tanto contexto, su argumento sofisticado,
al que podemos atribuir de un logrado cine
de acción coreano. Y como era de esperar ante los dos precedentes, New World
ostenta un guion y una historia rocambolesca, muy bien intrincada y fabulada en
donde todo queda preciso para generar traiciones y espionaje, con la
participación de agentes policiales encubiertos entre los gángsters y una fuerte
rivalidad por el poder en la propia mafia dentro del anhelo de ser el
presidente de la exitosa empresa que encubre sus negocios sucios, la que genera
luchas internas y asesinatos que terminarán en la sorpresa final de un
liderazgo impredecible donde el cierre como suele ser en este séptimo arte es
una bomba de ingenio que reúne todas las piezas del juego tras una explicación
y desarrollo con muchos giros, suma inestabilidad en medio de los tantos bandos
en combate, como hacia sus protagonistas que son tan complicados de definir en
sus lealtades, bajo el magnetismo de la ambición y el crimen como método de
realización.
Lee Ja-sung (Lee Jung-jae) es un policía que tiene muchos años -desde muy joven- metido de gangster en "Goldmoon", la fachada empresarial de una
organización delictiva, al punto de yacer difuminada su verdadera presencia al convertirse
en mano derecha e íntimo amigo de uno de sus cabecillas, de Jeong Cheong (Hwang
Jeong-min), un alocado e impredecible sujeto aficionado como muchos en su país
a los objetos de marca, pero que muchas veces no puede costear, y es como un
rasgo de su personalidad, el usar copias. Ja-sung vive en el miedo continuo de
ser descubierto, al estar su esposa embarazada y tener la presión de compartir
infidencias con una falsa maestra que va a jugar una especie de ajedrez con él,
pero que es también un agente secreto. Detrás está la operación “New World”, la
infiltración de las llamadas ratas en los oficiales de la ley entre los
mafiosos y que busca manejar la ascensión del nuevo jerarca criminal de
"Goldmoon". La dirige el jefe policial Kang (Choi Min-sik) que es muy
entregado a su profesión, siendo capaz de ciertas bajezas si son necesarias, con
quien se ve a menudo Ja-sung en una piscina abandonada. Y no solo está Jeong
Cheong, sino Lee Joong-Goo (Park Seong-Woong) otro gangster regente que disputa
la presidencia, y que es ladino y de aspecto fiero, desconfiado. Entre ellos se
exacerba su enemistad tras las trampas de Kang y la operación “New World” y con
ello tenemos enfrentamientos como el cine coreano sabe enarbolar al estilo de
una fiesta de violencia y arte en el trayecto, como en esa batalla en el
estacionamiento en la abundancia de las dos pandillas armadas con cuchillos y
palos, llegando a una lucha en un ascensor que es corta pero apasionada,
irreverente y contundente, como lo es la película, que fluye y se llena de
energía mientras va soltando detalles y agregando argumento, porque van juntos intercalándose,
lo que funciona tan bien.
New World es la historia donde se corrompe la sensación de
yacer en un bando correcto, aunque sabemos que los reyes del mambo son gángsters
y no se pretende lo convencional, no del todo, porque tampoco se pueden evitar
referentes, aunque el relato se priva de cierta coherencia para hacer su juego
maestro, y vaya que se trata solo de ligeros cambios. No hay buenos ni
malos, sino seres humanos bastante imperfectos y ambiguos, que no respetan
reglas ni protocolos, son lo que les da la gana, y eso se lleva hasta el final
que descubrimos un vínculo definitorio, y pues hay cierta virtud
incluso en quien no parece tenerla, y una brutalidad desconocida que se hace camino y leyenda, entendible en
un pequeño colofón de la propuesta, cuando hay un trabajo suicida en un bar.
La amoralidad es carta de presentación del filme, que se da con noción de sus personajes, que aquí nadie evita verse en el espejo, no les importa ninguna reprobación ni consciencia, y en ello la película es un divertimento que sigue la libertad total. Es la ley y representación de un submundo que resulta caprichoso, imprudente, emocional o a su vez muy calculador y frío, dentro de una anhelada hegemonía en donde hay que matar y ser desleal para llegar o mantenernos, aunque brille de vez en cuando un rayo de extraña humanidad y afecto. Vemos que los policías pueden ser crueles tanto como los sicarios, para sobrevivir y ganar la partida.
El filme se alimenta de decisiones audaces en el interior de un panorama manipulado, leitmotiv de la propuesta. Le saca la vuelta a lo que
aunque trepidante llega a nadar en algo visto, y en ello se cimienta una
historia cautivante que continua generando complicidad y entusiasmo, entregando
más y mejor entretenimiento, que se solventa en su capacidad para proveer intensidad,
junto al aporte de las múltiples personalidades de derroche bien trabajadas, políticamente
incorrectas, sea Kang y su intercambio de humillaciones con Joong-Goo, los
exabruptos, abusos, comedia o rudeza de Jeong Cheong (como la liquidación de
ratas), o los silencios, soplos y miedos dramáticos de Ja-sung, en que se llega
hasta el estandarte de vivir en el límite, enfrentarse y dominar -en lo posible- a
la muerte.