domingo, 15 de diciembre de 2024
Le mystère Koumiko
Éste documental es un filme ensayo perteneciente al francés Chris Marker, es uno de sus primeros trabajos, aunque ya tenía alrededor de una década de cineasta. Marker tenía 44 años cuando hizo ésta película que tiene una duración de entre 45 a 55 minutos, otra virtud, saber decir mucho, ser competente, en un transcurso que no abrume, que no se llene de tiempo muerto, o provoque desconexión o redundancia. Aquí hasta ocupa menos espacio al metraje promedio de 1 hora 30-45 minutos, observando que saber manejar el tiempo de lo que queremos exponer es atributo valioso en el cine, inherente al séptimo arte, así como saber editar, poder controlar el tiempo provocando riqueza intelectual. Marker estaba desarrollando sus habilidades de cineasta, su estilo de filmar, sus búsquedas reflexivas, humanistas, políticas, sociales, y ya en ésta propuesta exhibe excepcionalidad -hasta de pionero- como ensayista a través del cine. En 1964 filmaba los Juegos Olímpicos de Tokyo y como menciona como introducción conoció por casualidad a una muchacha japonesa llamada Kumiko Muraoka, que estaba en el rango de los 20 y 30 años. Decidió hacer un documental sobre su persona, y con ella reflexionar y conocer Japón, y de paso un poco el mundo. Es como si se hubiera enamorado, pensando más en lo platónico que algo más mundano. Desde el punto que se mire, algo más, o menos, doloroso. Marker es quien manda, siempre es el artífice, él se encarga del guion, del montaje, además. El filme se ve creíble de que Kumiko sea real, tal cual la vemos, aunque sin duda lleva del intelecto artístico que produce el conjunto de la guía de Marker, quien hace de voz en off, le conversa, la entrevista directamente y hasta le deja preguntas en el aire después de irse. A Kumiko la descubrimos en el estadio -como una espectadora más, entre la gente- y en adelante la vemos pasear por Tokyo, por tren, por las calles. La cámara también lo hace sola, muestras cosas complementarias. Es un filme que tiene a la joven de eje pero va más allá. Marker dice que es una chica común y corriente, pero así mismo tan especial como para hacerle una película, así como al Papa. Kumiko, nos explica, no es tradicional ni tampoco muy moderna. Mantiene un equilibrio en su personalidad, una donde se le ve sencilla, pero inteligente; amable, pero perspicaz. No es de esas mujeres que terminan fastidiando con sus engreimientos, y dice cosas, expresa pensamientos propios, pensamientos interesantes, y lo hace con pausa, con tranquilidad, con un aire de docilidad, de empatía. Se le siente real o simplemente lo es, aunque por la época cae como una mujer algo exótica, en especial para el europeo, pero desde un Tokyo en apertura y deseo de caerle bien al mundo tras su recomposición de la segunda guerra mundial. Demuestra mucha admiración por lo europeo, en un tiempo donde mucho japonés quería ser occidental en varios sentidos. Es un retrato propio de su época, y más su humanidad, su sencillez como ser humano, se amplia la lectura. Sobre todo con la habilidad de Marker para sacar lo mejor de su intelecto. No obstante sus respuestas son humildes, no suenan a pretender impresionar. Se le percibe realmente amable, dulce. Ella misma manifiesta que el amor y la ternura le mueven y que valen la pena sobre lo demás. Sin embargo dice respetar la violencia. Afirma no temerle y, de suceder, aceptar su devenir pasivamente, la muerte; así mismo se plantea cierto erotismo con lo japonés desde el sadomasoquismo que se expresa yace muy arraigado culturalmente. Si bien muestra que el japonés es muy adicto a las tradiciones que están por todas partes, como el folclore, también a la violencia -que se adjudica naturaleza del planeta-. Dejan ver en ellos un impensado carácter algo freak. En la apertura se desmiente señalando ironía que sean salvajes. Se menciona un comentario superficial de la gente que no conoce realmente Japón, de que los samuráis eran salvajes. Aun así tampoco dejan de ser humanos y no encajan sólo en la típica formalidad que muchos pueden creer inamovible, si bien se les conoce por una cultura basada en el respeto. En 1940 Japón iba a ser cede de las Olimpiadas, época de grandilocuencia, de egos deformes, y la segunda guerra mundial canceló la fecha. Ahora en 1964 todos sus jefes políticos saludan al resto del planeta. Japón se vuelve un lugar atrayente para cualquiera. En el documental se habla de varios estudios que tratan de comprender el país. Marker lo hace también a través de la mirada, de las respuestas, de la bella Kumiko que se acerca a una olla con sahumerio y ríe desmitificando el misticismo nipón, e incluso puede ser reduccionista con definir el espíritu japonés. Kumiko estudió en una escuela franco japonesa y tiene una mentalidad medio cosmopolita. Habla de cómo es el hombre japonés, cómo la observan a ella como mujer. Marker también pretende algo de seducción en su guion, como europeo. Hay un aura a lo Yoko Ono-John Lennon sobrevolando en el aire, sólo que lleno de simpatía. Kumiko sutilmente habla también de qué quiere, como mujer, de un hombre. Ella parece sentir algo de tedio con el exceso de amabilidad, de idolatría, y pretender, bajo la mención de observarlo en la mirada de los gatos (gatos que parecen enamorar al mismo Marker), un aire tal cual el título, de misterio, de ambigüedad, de poder ser un poco cruel, igual que tierno. Kumiko sin duda es una chica atractiva en muchas facetas, más allá de que pueda uno creerla aspirante a actriz. Se entiende que Marker le haya dedicado un documental; también, desde luego, provocando un ensayo con tantas aristas, a partir de una mujer hermosa, inteligente y fácil de querer, no habitualmente complicada, aunque ella declara que en su cabeza hay mucho desorden (complementado con su mención del mundo semejante a una ola). Sin duda está presente la magia del cine también, la ilusión, la fantasía, el romance, la mujer hecha poesía, como con las tantas tomas del rostro de Kumiko, hasta oír un piropo abierto del autor. Y en el trayecto hay demostraciones de kendo, nipones disfrazados de guardias ingleses mientras pretenden algo de comedia, la imagen de un búho gigante como publicidad pública que gira sus ojos intensamente, luces de neón a lo New York al son del tambor japonés tradicional, y hasta una secuencia celebrando similitudes con Los paraguas de Cherburgo (1964).