jueves, 28 de diciembre de 2023
Los delincuentes
Los delincuentes (2023), del argentino Rodrigo Moreno, parte cogiendo de la trama de Apenas un delincuente (1949), de Hugo Fregonese, película mítica del cine argentino. La primera parte es bastante parecida al filme de Fregonese, pero en ésta película de Moreno el protagonismo se lo reparten Morán (Daniel Elías) y Román (Esteban Bigliardi). Como se puede notar son anagramas. Lo mismo que Norma (Margarita Molfino) y Morna (Cecilia Rainero), aunque esto quizá juegue con las expectativas de con quienes se van a relacionar los protagonistas. En la primera parte hay mucho detallismo partiendo de lo que imaginara Fregonese, por lo que es normal que esto le va a ocasionar diferente ritmo, uno más lento, a éste nueva película. Lo de Fregonese es un buen magma y es por eso que la primera parte de Los delincuentes se hace bastante interesante -aun repitiendo el plato-, que es noir. Esteban Bigliarti hace tremenda performance con su personaje. El filme es la historia del robo de un banco de manera simple, sin violencia, que por lo normal termina siendo una tragedia en la vida real -yendo a parar a la cárcel- y en buena parte del cine, pero la curiosidad de éste nuevo filme es que la segunda parte de la propuesta de Rodrigo Moreno, donde ya es su inventiva en mayoría, es más bien recuperarse del abismo, reemprender el camino, vislumbrar la luz y esperar ir hacia la felicidad, como quien ha accedido o ha comprendido el sufrimiento de existir, materializado como epifanía en robar e ir a la cárcel, o vivir en tensión pensando en ser señalado de cómplice por la autoridad y poder terminar también en la cárcel. Paradójicamente, a lo que se puede esperar, tanto Morán como Román no tienen tantos problemas en lo que se han metido, el peligro a ser maltratado, humillado o vejado en prisión se soluciona, por lo que más bien la cárcel no parece gran cosa como en realidad lo es, y haber robado ese dinero, cambiar un par de décadas de trabajo, de rutina y perder nuestra libertad de cierta manera enfrascado en esa rutina, ha resultado finalmente un gran negocio, un negocio ganador, tal cual lo hacia notar potentemente Fregonese. El filme de Moreno opta por la cotidianidad más que por el espectáculo propio de un robo de bancos, incluso juega con lo bucólico con la provincia de Córdoba. Cómo se enamora Román de Norma tiene de estilo arty y está bien, mientras el enamoramiento de Morán es bastante realista y resulta notable en ese aspecto. Lo de Román con Norma incluso suena a cine francés, un poco a comedia romántica gala. La parte de Morán en el campo es más de relato estilo latino indie y tiene de cinéfilo, primero apocalíptico, luego más de amor esencial. Bigliarti representa muy bien al noir puro y duro y al noir a la vera de lo cotidiano; abiertamente, claro, en el estado de fijarnos al futuro incierto como sospechosos. La música de Astor Piazzolla representa excelentemente a Buenos Aires, donde Moreno actualiza ese especie de culto que maneja Fregonese en su obra como quien se enfrenta a un monstruo a ratos difícil -por la prisión de la rutina que te roba un poco la decisión; y las personales ambiciones- y a otros amable, amable (o llevadero de cierta manera) porque es nuestro, y lo conocemos, aun cuando la única salida a la vista del protagonista es convertirse en criminal, para acabar con el respeto intimidador o la lucha frente a la gran ciudad, de que la pequeñez nos coma, aunque Moreno agrega que el anhelo sea simplemente de una libertad humilde en cierta manera, pero a fin de cuentas, libertad, que se dibuja en la carne y sonrisa de la agradable Molfino, y que viene del campo, de lo poético que se oye la naturaleza, común sueño de identificación, de descanso. Muchos emigran al campo porque la ciudad te exige mayor tensión, mayor esfuerzo, mayor complejidad. Igualmente muchos huyen del campo por las mismas razones, pueblo chico, infierno grande, como por las ambiciones materiales, y en ese pequeño espacio mental se ve por un lapso de tiempo, Norma, pero Moreno plantea/defiende lo pastoral como lo idílico, como la ruta a seguir, la pasividad que le gusta, ahí donde suena el folclore de Violeta Parra y en que se puede ver aunque sutil un cierto romance ideológico, con la idea de pueblo, aunque Moreno como que reniega de la palabra (ser) obrero, así como lo hacia más notoria y potentemente Fregonese. Una idea discutible pero bastante interesante que aporta especialmente Moreno es que no quiere que el hombre indague en el misterio en general, como quien quizá no está preparado para ello y es infructuoso, sino que coloque ahí, donde lo hallas, tus afectos, tus lugares comunes de felicidad, es decir que cambies lo oscuro por lo luminoso, por lo sencillo, nuevamente alumbra lo pastoral. Es entonces que el poema La Gran Salina del argentino Ricardo Zelarayán queda perfecto en la argumentación y exposición de Moreno, y queda además preciso como autodescubrimiento del personaje con la literatura, con el arte. Cuando Morán se va, le dice a los presos y ex amigos, ex compañeros, cultívense, y les deja, entre otros, La gran salina, el camino que remite todo el conjunto y que es un pensamiento simple, pero que vale tener en la mente siempre y se dice sin ser una obra abierta de automotivación cuando se puede leer que señalan lo mismo, pero justamente eso es hacer arte y eso es hacer cine. Cierra con la música de Pappo, figura importante del rock nacional, y no solo es una elección sumamente cool, sino una declaración de principios, la ruta hacia la libertad, como si estuviéramos en el final romántico de un western y ya hemos lanzado los tiros (matado) al enemigo.