jueves, 7 de diciembre de 2023
La bestia humana (La bete humaine)
La bestia humana (1938) es cine negro del francés Jean Renoir y es una de sus obras maestras, que adapta la obra de título homónimo de su famoso compatriota Émile Zola perteneciente a una saga suya (Los
Rougon-Macquart). El filme se ambienta en el mundo de los ferrocarriles. Ésta propuesta abre con tremenda aclimatación y alarde de talento al mostrar como nuestro protagonista, Jacques Lantier (Jean Gabin), conduce un tren, visto muy acompañado del paisaje. La presente obra de Renoir nos pone en varios ángulos maestros y nos hace sentir que vamos dentro de éste vehículo. Lantier es un hombre ducho en la conducción ferroviaria, y es muy trabajador, pero esconde un instinto criminal, similar a si llevara un asesino en serie dentro suyo. Esto se asume como un tipo de enfermedad de locura, un impulso por encima de lo normal, se asemeja a presenciar el mal apoderándose de nuestras decisiones. Lantier habitualmente es amable, pero entra en algo parecido a un lapso epiléptico, un estado intermedio, o de transformación en un especie de Hyde, un ser primitivo. Trata de controlarlo o sobrellevarlo, pero él lleva una bestia dentro, como anuncia el título. Ésta es solo una parte de la maravilla de noir que es éste filme de Renoir y la historia de Zola. Tenemos a una mujer muy hermosa, la francesa Simone Simon, que es bastante liberal, aunque hay una historia de abuso en su vida con un padrino adinerado. Su marido, Roubaud (Fernand Ledoux), se entera de ésta infidelidad en medio de un estado continuo de abuso, enfurece y decide matar al hombre. Cuando sucede, hay un testigo, cómplice en el silencio, Lantier, quien se enamorará de la deliciosa Severine (Simone Simon) y en adelante vendrán varias tentaciones criminales para quedarse con la mujer, mientras Roubaud empieza a caer en la decadencia, el alcoholismo y las apuestas. La vida de Severine siempre pende de un hilo, hablándose así del latente feminicidio y el desajuste que pueden generar las pasiones sexuales. Gabin hace un trabajo notable viéndose en el cuerpo de un tipo humilde, pero con esa sombra en su psiquis. Roubaud hace bien de un hombre algo mayor sucumbiendo a su entorno. En medio de todo siempre está presente el interesante y visualmente atractivo mundo ferroviario, donde para siempre Lantier entre su grupo de compañeros, obreros, en el que destaca el fiel amigo Pecqueux (Julien Carette) quien es muy parecido a Lantier, aunque Lantier es secretamente un bicho raro. Roubaud es guardia de seguridad y cobrador en el tren donde trabaja Lantier y a menudo está uno acechante del otro. Roubaud pareciera el malo de la película, pero tiene matices, a ratos yace muy distraído de la vida, simplemente sobreviviéndole -sobre todo con un gran peso encima, poder ir a prisión- y en varios momentos corre peligro igualmente. Lantier no es ningún héroe como podría parecer inicialmente, con sus buenas maneras, y su toque romántico, tal fuera también un galán justiciero ejerciendo un cierto perverso libre albedrio, pero que carga una cruz kármica, hereditaria, como explica el filme en el inicio. Lantier es alguien ambiguo, difícil de definir, pero, recogiendo que lleva a ese Hyde en él, representa veladamente a un demonio impredecible, alguien oscuro, pero no el tipo tradicional. Todo éste estudio psicológico produce un gran protagonista, inclasificable. Así mismo son los personajes principales, llenos de dimensión y profundidad, desde lo campechano, lo que remite a bastante audacia e inteligencia del dúo Zola-Renoir. Viendo la proclividad criminal o la promiscuidad que trae problemas podríamos tachar a los personajes principales de malas personas, pero éste filme no busca los juicios simplistas, planos y fáciles, maniqueístas. Severine es víctima de objetivizar a la mujer, convertirla sólo en un objeto sexual, incluso de manera corrupta tempranamente, pero también es una seductora, tentadora y algo manipuladora femme fatale, una mujer llena de deseos carnales, anhelos de aventuras y espontánea trasgresión, está llena de pretendientes, y en ello empuja al abismo a todos (no con la alevosía de la caricatura), pero es algo que se desprende sin satanizarla o atacarle abiertamente o quitarle toda simpatía, ella a su vez representa modernamente no solo satisfacción sino, por qué no, compenetración, si bien tiene criminalidad en la sangre, quien no es ninguna bruta pero puede ser inconsciente e impredecible. Así uno puede esperar lo peor de Roubaud y a ratos resulta muy pequeño, en algún momento incluso un idealista y hasta inesperadamente frágil; puede ser capaz de amar aunque presenta además vulgaridad. El nivel de creación de estos personajes, en un universo noir y de thriller, hablan de un grado de inventiva impresionante en Zola y excelentemente ejecutado, materializado, por Renoir, que aquí muestra que sus verdaderas obras maestras no son La gran ilusión (1937) o La regla del juego (1939), o por las que muchos van a quererle y admirarle más, sino las que proponen popularidad con alta maestría, películas como la presente, sus mejores noir, sus noir pioneros.