Todo empieza con 2 personas por separado haciendo su propio
trámite de vida, se preparan para el cambio. Muy ordenadamente y calculado se
mueven hacia sus propias metas con suma seguridad, a pesar de que nunca nada
está dicho o prescrito en el mundo.
Uno de ellos es un finlandés, Wikström (Sakari Kuosmanen),
quien abandona sus negocios, a sus clientes, y va en busca de una gran suma de dinero.
De la forma más inaudita y fantástica pone todo el capital que ha acumulado en
un juego de póker, con algún tipo de casa mafiosa, y gana. Ese dinero le sirve
para comprar un restaurante y a sus 3 empleados.
El admirado director finlandés Aki Kaurismäki se lo toma
todo con su humor raro, ese que hace comedia de situaciones muy dramáticas,
aunque en su punto preciso, ese que guarda respeto y afecto por la gente que
retrata, a través de casos sociales que refieren pobreza, necesidad y mucho de
humanidad. Se habla, de lo más sencillo, de gente buena, gente que ayuda al
prójimo desinteresadamente y sin apelar a los reflectores. Pero la vida es
mucho más complicada que esto, y la realidad es que abundan los problemas, la
soledad, la indiferencia.
El otro protagonista es el sirio Khaled (Sherwan Haji) que rodando
por Europa medio por accidente ha terminado en Finlandia. Lo vemos bajar de un
barco de la forma más curiosa. Lleno de hollín con su gran bolsa de ropa.
Khaled huye de la guerra y de la destrucción en Alepo donde ha muerto su
familia y sólo le queda una hermana, que está perdida y Khaled, además, la
busca. Khaled no tiene bando ni tampoco le importa mucho la religión; éste
hombre sólo quiere una vida decente, como cualquiera, integrarse como
inmigrante.
En otra entrada de esas algo absurdas Khaled termina
trabajando con Wikström. El filme apela a la nobleza y a la sensibilidad humana
por el camino del humor seco. Khaled mantiene siempre la dignidad y la
entereza. Wikström es un tipo competente en todo sentido. Son dos caras de la
misma moneda. El tipo (finalmente) afortunado y el tipo caído en desgracia; el
hombre viejo y el joven en tránsito de querer salir adelante; el europeo y el
refugiado; el que necesita de los demás en un mundo (aparentemente) nuevo y el que
proviene del “mismo” lugar aunque europeo. Tanto Khaled como Wikström son tipos
salidos del pueblo, de la clase trabajadora en un mundo capitalista. Wikström
no terminará como un capitalista cualquiera, es un tipo con consciencia social,
pero relajado, como el cine de Kaurismaki.
El filme de Kaurismaki en ésta oportunidad tiene menos que
antaño de puesta de aire antinatural, mientras tanto muestra la realidad como
pocos, toca fibra. El séptimo arte de Kaurismaki tiene mucho corazón, pero es
un cine fuerte, y entretenido. El director finlandés tiene una manera de contar
historias que salen de lo común, tiene una puesta en escena personal y un
estilo patentado. Kaurismaki abre con una escena fría, un hombre abandona a su
mujer (a la que no conocemos), el anillo queda aplastado en el cenicero. Y termina con una escena muy bella. El filme de Kaurismaki es hacer también poesía del
hombre solitario.