Nominada a 4 premios Oscar 2016, mejor
película, dirección, actriz principal y guion adaptado, es el año de la merecida
notoriedad del cineasta Lenny Abrahamson, que con su anterior película, Frank (2014),
llamó cierta atención y muchos dicen se convertirá en un filme de culto, donde se
relata sobre un extraño músico que usa una cabeza de papel maché que nunca se
quita de encima, vive con ella, en la interpretación del gran Michael Fassbender, que hace del gurú de una pequeña banda musical aun no conocida por el mundo y
no destinada a hacerlo (donde yace la jugada maestra del filme), que dentro de
una trama en parte cruel nos habla del natural desmedido anhelo de éxito (movido
por el rol de Jon Burroughs, de Domhnall Gleeson, que quiere dejar de ser un
perdedor y por sí mismo no puede lograrlo), de los fracasados, problemáticos,
locos y quizá no tan buenos músicos (toda la banda de freaks y outsiders,
liderados por el extravagante Frank, Fassbender), de la autenticidad y de la
verdadera razón de hacer música, en medio de un humor corrosivo, a veces
chocante y desestabilizador, también de algo de inocencia y alguna exageración
de postulados para plasmar lo que significa una movida musical, en sus propias condiciones
especiales y bajo jugosas contradicciones, dejando posibles lecturas en el
que es un filme raro y por ratos chirriante, que es la conjunción narrativa de
dos mundos, uno alternativo y otro de cine amable, que a más de uno descolocará
si han de profundizar en los giros de la trama, una que se inspira en el músico
y comediante británico Chris Sievey que inventó a su alter ego Frank Sidebottom,
el de la cabeza de papel maché, como también se basa en las experiencias del
guionista del filme Jon Ronson, que fue parte de la banda de Sidebottom.
La habitación es otra grata
película, que tiene la particularidad de parecer que se trata de dos historias
intercomunicadas, una que acaba a la hora de metraje y otra que empieza a
continuación en donde la otra finaliza y pocos han decidido contarlo y donde
yace la audacia. Pero partamos de ¿qué es la habitación? Es un lugar mental, psicológico,
de tortura y trauma (en la madre, interpretada por la talentosa Brie Larson),
pero a su vez -por extraño que suene- un lugar mágico a lo Alicia en el país de
las maravillas para el hijo de 5 años de nombre Jack (un impresionante Jacob
Tremblay) que llena de vida el ínfimo espacio, ya que no conoce el mundo, y ahí
anida la pregunta e idea de qué es real y qué no, cuanto implica nuestra
percepción mental, sueños y proyecciones en el planeta y lo que nos rige.
El filme parte de un secuestro de hace
7 años por un tipo al que conoceremos solo como Old Nick (Sean Bridgers) que tiene
cautiva a Ma (Brie Larson) y al hijo nacido de este encierro. En una propuesta
que es siempre un drama de adaptación (la segunda parte yace muy bien tratada,
exuda madurez y coherencia, aun a costa de no ser tan cautivante para el
público masivo, aunque también posee sus escenas emocionales e híper dramáticas
que conmueven), donde cada parte de la habitación es una geografía, un pequeño
espacio convertido en algo mucho más grande de lo que habitualmente es (tal
cual notamos cuando queda vacía, y se ve que es minúscula, un simple cobertizo),
de lo que ese espacio tan reducido se convierte en todo nuestro universo, y uno
debe contener todo dentro, con lo cual conviven dos perspectivas en la
habitación, la del niño por un lado, inocente e imaginaria, una del pequeño es
como si estuviera en el interior de un cohete o cápsula que uno espera despegue
hacia ese cielo que ve en el tragaluz; y la otra de la madre y el captor, de
suciedad, criminalidad, crueldad y abuso sistemático –en ese sexo mecánico y
animal en el peor sentido, razón del cautiverio, que apenas se ve y se oye a
través del closet y la pantalla, dibujándolo como un acto oscuro sin ningún tipo
de erotismo, del que se genera una paradoja con el nacimiento de aquel hijo,
como brevemente deja ver la falta de aceptación del padre que hace William H.
Macy-, de lo que Abrahamson exhibe que el compartimento es lógicamente paupérrimo
y en condiciones no muy higiénicas, como tan bien lo demuestra ese diente
podrido que se le cae a Ma, pero que rápidamente se convierte en un símbolo del
amor, protección y unión con la madre (como llegará a serlo el cabello más
tarde, lo físico, primario y sobre todo la representación de lo real, una
entrega psicológica, como quien intrínsecamente corta las ataduras con el
pasado y deja solo lo que los ha hecho sobrevivir, el amor de madre e hijo), un
residuo a un punto desagradable, pero que Jack no lo ve, se lo mete igual a la
boca, ya que para él es otra cosa, tiene otra lectura, una pura, lejos de la
notoria corrupción que le circunda.
La propuesta fuera de ciertas
apariencias y sutilezas, de su calidad de entretenimiento, a la que muchos
se han asimilado, sin preguntarse más allá, es compleja y tiene una velada
polémica, que apunta a separar al hijo de la violación que lo engendra, aunque
lo vemos desde ya crecido y eso ayuda mucho, de lo que la decisión parece tan
clara, aunque habría que acotar que el dolor es tremendo, de lo que toda la
pesada carga recae en la madre, como bien presenciamos en sus crisis
emocionales, aunque el filme tiene las anotaciones de Jack como dirección y yo
veo más bien como complemento –aun con más presencia física- ya que en realidad
se trata de la historia de Ma (una espectacular Brie Larson, que ya encandila
con Short Term 12, 2013, como esa cuidadora de albergue de chicos nada privilegiados,
conflictivos y poco adaptados, que tiene un pasado traumático y que debe
definir su futuro familiar a través de su trabajo de cara a su propia inadaptación
social), es su secuestro, continua violación, encierro y gestación, y no del
pequeño, aunque en el filme él es tan determinante en analizar y proponer el
contexto, donde no reconoce ni menciona al padre, no genera opinión del sexo
que ojea y del que se esconde, es el héroe, quien revitaliza a la progenitora
cuando ella se deshace en pedazos.