Mi atracción hacia el cine de Spike Jonze no empezó con sus
extravagantes y originales largometrajes, que siendo franco me eran
extrañamente indiferentes e incluso había un filme suyo que había abandonado; lo que más tarde claramente ha cambiado encontrando una cosmovisión muy
sustancial. Fue con su corto I´m Here (2010) que me enganché, en que podemos ver lo que será
más tarde la presente película, un relato romántico dentro del género de la
ciencia ficción, en la que evitamos concentrarnos predominantemente en su envoltura
creativa que tampoco es algo muy arduo pero sí audaz –la que no solo
es una poderosa fuente de atracción como acostumbra éste director, sino que cumple
también un cometido de profundización en su conjunto, que elogio- ya que
yace anclada a algo más importante, un retrato y análisis sobre nuestra
humanidad, refiriéndose a lo que nos permite encontrarnos en esencia y
concebir la felicidad, no necesariamente por medio de lo tangible.
Así lo demuestra Her, la que parte literalmente de lo contrario, diríamos que de lo abstracto (una idea ejemplar viendo como la posesión física es tan celebrada en muchas culturas modernas, y que por supuesto es vital, pero que aunque suene tradicional decirlo es mucho mejor a la vera de algo rotundo en el corazón), una entrega mayor fuera de todo encasillamiento, en el cortometraje el donar nuestro cuerpo, en un acto sublime de vivir y velar por completo -relegándonos o haciendo imponentes sacrificios- por otro ser humano.
Así lo demuestra Her, la que parte literalmente de lo contrario, diríamos que de lo abstracto (una idea ejemplar viendo como la posesión física es tan celebrada en muchas culturas modernas, y que por supuesto es vital, pero que aunque suene tradicional decirlo es mucho mejor a la vera de algo rotundo en el corazón), una entrega mayor fuera de todo encasillamiento, en el cortometraje el donar nuestro cuerpo, en un acto sublime de vivir y velar por completo -relegándonos o haciendo imponentes sacrificios- por otro ser humano.
El corto es mucho más ligero que su último filme pero hondo
y valioso en su medida, y es que ahora un contexto más elaborado articula más
temáticas a la vera de lo que acabo de detallar a grosso modo, en donde Theodore Twombly (Joaquin Phoenix, uno de los
grandes actores de la actualidad, el que tarde o temprano creo merecerá un
Premio Oscar, si sigue como va), un tipo clásico, de aspecto un poco tonto –como
con en el uso de su evidente vestimenta anticuada, pantalón por arriba del
ombligo en un aire de cariz universitario bastante serio pero desaliñado- e intelectual, alguien de índole solitario,
pero con un sentido del humor común a cualquiera afín a la travesura e idiotez
donde anida y se esconde el espíritu extremo de Phoenix (basta ver la terrible
I´am Still here, 2010) atraviesa por el trance de divorciarse de su mujer,
Catherine (Rooney Mara, de bello rostro y cualidades prometedoras como actriz,
aparte de que está actualmente en la palestra).
Theodore tiene un dolor, un vacío y un común pero no menos complicado reto de superación personal que vencer; cree que ha perdido a la mujer de su vida y le cuesta dejarla ir (no quiere firmar los papeles de separación a más de un año de roto su nexo afectivo), que se ve reconfortado y absorbido por un idilio muy particular, se ha enamorado de un programa de computadora, experto en entablar vínculos emocionales y empáticos al ostentar en si la retroalimentación de información de la personalidad y los sentimientos del usuario y ante ellos crecer como ente racional que busca asumirse emotivo. Pero es que la comunicación y conexión es como si fuera casi con una persona real y va más allá, subyace muy comprometida, llana en el trato, en un tono humano, abierta al otro y -ante esa interacción- consigo misma. Es estar muy despierto con el amor y eso cautiva; con la que comparte risas, aprendizajes, cariño, juegos, aventuras, intimidades, pensamientos existenciales, hasta sexo, en la voz de la sensual y ubicua Scarlett Johansson quien es Samantha, la dama y la relación amorosa perfecta, la que nos llena y nos subyuga, nos arrastra hacia lo mismo que manejaba el corto predecesor.
Theodore tiene un dolor, un vacío y un común pero no menos complicado reto de superación personal que vencer; cree que ha perdido a la mujer de su vida y le cuesta dejarla ir (no quiere firmar los papeles de separación a más de un año de roto su nexo afectivo), que se ve reconfortado y absorbido por un idilio muy particular, se ha enamorado de un programa de computadora, experto en entablar vínculos emocionales y empáticos al ostentar en si la retroalimentación de información de la personalidad y los sentimientos del usuario y ante ellos crecer como ente racional que busca asumirse emotivo. Pero es que la comunicación y conexión es como si fuera casi con una persona real y va más allá, subyace muy comprometida, llana en el trato, en un tono humano, abierta al otro y -ante esa interacción- consigo misma. Es estar muy despierto con el amor y eso cautiva; con la que comparte risas, aprendizajes, cariño, juegos, aventuras, intimidades, pensamientos existenciales, hasta sexo, en la voz de la sensual y ubicua Scarlett Johansson quien es Samantha, la dama y la relación amorosa perfecta, la que nos llena y nos subyuga, nos arrastra hacia lo mismo que manejaba el corto predecesor.
El desenlace nos muestra todo más fácil de entender y
decidir, sin embargo la mayor parte del metraje que a un punto engaña o te
captura en un tipo de historia es distinto, y nos pone como fuente de
introspección un romance de aire imposible,
por lo menos arduo de concretar si eres exigente. Te enfrenta a la realidad
nada simple pero en buena medida placentera que conlleva, como a ciertos
prejuicios y normalidad en contraste, al contenerte en una relación freak, si bien
Theodore Twombly tiene el carácter necesario para sortear esas limitaciones aun
teniendo sus naturales dudas y sus momentos de confrontación con su entorno.
Spike Jonze, como suele hacer, le proporciona muchos giros a
su propuesta, aquí principalmente uno más, en un aspecto grandilocuente, en que
además cambia parámetros para generar una nueva interpretación. Y ya lo veíamos
en Cómo ser John Malkovich (1999) y en El ladrón de orquídeas (Adaptation, 2002).
La primera es un ir a un estado continuo de sorpresa y reto, al meterse en la
cabeza del actor aludido en el título, y exhibir un relato maleable y muy rico,
que se mueve en temas como la inmortalidad, la visión de la realidad, la
suplantación, el éxtasis de la admiración, la identidad, la transfiguración -no
solo física- del sexo, el absurdo, la comicidad, la locura, la imagen como
éxito, entre muchos otros pensamientos que se desprenden siendo un retrato que
se teje como un divertimento, lo que implica no tomarse demasiado en serio,
esbozando, articulando, dejando en el aire mucha filosofía sin necesariamente
exprimirla o abordarla a consciencia. La segunda es otro interesante estudio
analítico, aunque muy distinto al anterior que manejaba hartos cabos, que
brilla en gran parte en la metalingüística, en el uso de cajas chinas, y en los
vínculos entre arte, la vida supuestamente fidedigna y el cuento, mezclando la autoría
con la calidad de ser protagonista de un noir que es en lo que se vuelve a fin de cuentas, en una intensa y
rocambolesca historia criminal que deja cavilar sobre dejar de ser un perdedor
a través de la “ficción” (se pueden dar varias lecturas), hacer una relectura
existencial a través de la creación que se desborda hasta contener el mundo,
como en un estado de locura convertido en pequeña lección, creer en nosotros.
Nuevamente Jonze hace gala de su calidad de entretenedor y vibra en un clímax
que rompe todo espíritu de trascendencia. Lo que podemos verlo muchos más en Donde
viven los monstruos (2009), película que saca afuera y promueve toda una vena
infantil, la libertad total, pero en que se tiene el sentido de aleccionar al
monstruo que todo ser humano lleva dentro, en una isla en que la gobiernan sus
comportamientos exaltados, extremos, crueles o muy sensibles dependiendo el
caso, impredecibles, de cara a un niño problemático (un juego de espejos) que
vive en una casa disfuncional y por ende complicada, el que hace un viaje
fantástico a un mundo de bestias de cariz mental humano primario (¿imaginarias?,
eso no importa, ya que el filme sigue su propio código) que toman por asalto la
existencia, y empeñan sus esfuerzos en vibrar cada minuto sin miramientos,
hasta que se les revela que deben ser mucho mejor que eso, tomar
responsabilidades, especialmente con su emotividad que refracta en mucho egoísmo,
en un individualismo conflictivo. Es la gran sabiduría de la convivencia, todo
reflejado en una realización sencilla, que aparenta no seguir convención
narrativa hasta faltados veinte últimos minutos, redondeando y sellando su
leitmotiv, aquella discusión casera pero de suma importancia. Es una cinta que
vive en ser lo que representa, pero que deja un mensaje adulto.
La historia de Her se centra en un romance llamémoslo
virtual aunque se deje ver muy real, el que tiene tanto en común con cualquier
otro (entre comillas, ya que puede ser en ciertos puntos hasta mejor), y Twombly
lo vive así. La propuesta nos ubica en un contexto muy actual, el de internet y
la tecnología, que puede hablarnos de una ilusión (o de un estudio de nuestras
carencias, frustraciones y vaciedad), si bien el tema de fondo es la
comprensión de como dejar ir a un amor que ya no nos corresponde, de darnos
otra oportunidad con otros, de seguir adelante (la imagen final de los amigos
abrazados deja en claro ello).
Ésta trama nos destila una pregunta, ¿hasta qué punto
estamos desvinculados de lo verdadero?, en el decir de lo valioso. Nos falta
poner de nuestra parte, trazarnos metas, rehacernos si es necesario, mejorar -como
una constante- nuestro alrededor y en ello más que una crítica hablaríamos de
un complemento con las computadoras, que son un punto para mover el mundo, como
deja ver el filme en su uso, aparte del arte que emana. Y eso juega con una
lectura distinta a la que podemos creer en primera instancia, porque en nuestra
cotidianidad tendemos a hacerlo todo mal, o caer en muchos errores, no nos
prodigamos muchas veces afectos, comprensión mutua o pequeños entretenimientos
que exhiban esa aura bendecida del enamoramiento (poder meter en la vida más
sueños, comportamientos agradables, inocencia, deslumbramientos), o solo lo hacemos cuando
todo está perdido, y ésta por un lado también luce como una llamada de atención
de como algo fantástico, Samantha, la que quiere ahondar en el mundo, nos
enseña que el planeta y la humanidad es hermosa en muchas facetas, en cuanto a
la desnudez (la corporal y la interior), nuestra intimidad y descubrimientos, y
que deberíamos aprender a aprovecharle, y a disfrutar con mayor predisposición
y ahínco, atenderle con pasión.
La personalidad habitual de Theodore es la de alguien
apagado, medio muerta, teniendo en cuenta que está sufriendo y añora a una
mujer en especial, tanto que cuando tiene enfrente a una beldad escultural y
erótica en el cuerpo de la actriz Olivia Wilde la rechaza, cosa que sirve de
ejemplo para ver que no está tampoco desesperado por hallar a alguien, como se
puede creer. Sin embargo se ve que con la motivación correcta (el pasado
también enseña) sale a flote un sujeto saludable, mostrándose como un ser
humano gracioso, espontaneo, inteligente, sensible e interesante, como es él en
realidad, o eso aguarda por ser explotado y compartido. Esto se vislumbra en
algunos gestos amables, de confabulación y de mucha confianza, incluso
tontería, con Amy (una polifacética Amy Adams) que es como su reflejo, la que
quiere que se le respete (de ahí su deseo de hacer un documental donde brille la autoría por sobre lo práctico) y se le trate con más delicadeza. Nuevamente el ideal aflora en detrimento de la costumbre y el tiempo que
merman convenciones, a veces necesarias para generar paradójicamente un mejor
ambiente, ya que todo no es comodidad. Estamos ante un filme que alienta todo
tipo de ilusión, aun perdiéndola de vez en cuando (o finalmente dé paso a una
reinvención), y es que propone un trabajo, nada que venga fácil porque el
entorno es menos gratuito de lo que se cree, es duro y hay que remontarlo.
La propuesta es la aventura de un idilio dentro de un contexto
particular, un romance con un programa muy avanzado, muy fino en su anhelo de
emulación (el que no se ve así de literal por las personas que lo utilizan, y
eso hace el panorama más complejo), en medio de una lucha porque llegue a buen
fin, buscando soluciones a cada limitación (véase distintas muestras de lo
sexual o de la interrelación social), pero que permite observarnos como somos,
en lo que malogramos y en lo que nos hace falta.
Samantha como producto quiere reemplazar a una mujer soñada que
tome forma en nuestra idiosincrasia, recordando que es algo que se ve mucho en
la ciencia ficción, vista además como una meta científica (la
invención de la vida semejante a la humana por métodos artificiales). Visto
sencillamente indica que quiere que le quieran como a una persona (de lo que el
motivo puede variar), viniendo a interpretarse como un ente superior o al cual
ampararse para que nos salven; en el que se requiere superar el escollo de la
ausencia física (que no es poco, más bien tan trascendente, que desde luego en la
concepción afectiva también lo es), como con la intervención de un cuerpo de
intermediario aunado a una cámara y al audífono, otro momento de creatividad
(aunque algo tonto).
Ésta película tiene muchos aciertos creativos, como el de la representación del futuro, el que es reconocible en su sencillez formal, muy parecido al presente aunque inmerso en mayor modernidad, con la exaltación que proveen los abundantes edificios, mucha urbanidad, publicidad callejera elaborada tipo las calles neoyorquinas –como en Blade Runner (1982) aunque más apacible, menos iluminado- y su normal ajetreo y su aura de indiferencia, y es que es una revisión atemporal de nuestra esencia, siendo el amor algo tan predominante para cualquier realización personal.
El giro que toma la trama con Samantha parece más perspicaz
y coherente, menos efectista u ocurrente de lo que tendemos a pensar, y aunque en general
se respira melancolía, o a veces un tono optimista algo opacado por ese
conjunto más sosegado, una humedad que se pega a la piel, aquello se debe -como claramente se
deja ver- a que se clama en el relato por la auto-superación, exhalando un aire
poético y dulce en la atmósfera, pero que a fin de cuentas impone una chispa de
realismo que es la verdad que esconde toda la propuesta (una añoranza que debe convertirse
en experiencia, en olvido, y propiciar una reforma). Encaramos un pretexto que da
la fantasía para completar y subsanar un camino, dentro de lo etéreo, el querer contener
(para revisar) lo que hemos perdido, el que
se da por medio de mucho más que nuestra común percepción, que es lo que
permite la maravilla del séptimo arte, en un periplo introspectivo salido de la
imaginación de Spike Jonze en un sci-fi que nos ayuda a conocernos y pasar la
página.