miércoles, 8 de enero de 2014

Rush

Si amas el deporte tanto como yo, sin que suene exagerado, entenderás mi anhelo en el cine, el que se aborden a fondo, sustancialmente, las temáticas deportivas y a sus mejores exponentes; esas personas que lo  entregan todo en un aura de excepción que de conocer su realidad uno no podría creer lo duro que llega a ser que alguien se convierta en campeón del mundo, y es que no todo es ver la última fotografía, el éxito, la celebración y los premios. Entonces, suelo ser tanto curioso como muy crítico con las películas que retratan sus distintas disciplinas, si bien también suelo dejarme llevar por la emoción que transmiten desde la pantalla, y es que son una gran fuente de intensidad y de placer, ese que el séptimo arte siempre ha explotado, en el compromiso que articulan los deportistas y en la complicidad a raíz de ello del espectador, solo que no siempre con los más destacables resultados, aunque en lo primario suelen cumplir por lo general.

Llego a esta película con algo de desconfianza, pero finalmente debo decir que me he rendido a ella, a pesar de que en algunas oportunidades roza los mismos errores que suelen minimizar a este tipo de propuestas, sin embargo logra superarlos. El director es Ron Howard, que aunque es irregular dentro del grupo de los que destacan y ha producido ¡horror!, como con el empalagoso Grinch (2000) o el mediático El código Da Vinci (2006), por mencionar algunos, también es el creador de Un horizonte muy lejano (1992), Apolo 13 (1995), Una mente maravillosa (2001) y El desafío - Frost contra Nixon (2008) que son magníficas películas, por lo tanto cabía creer en él.

Rush es una cinta que no solo posee adrenalina, y te recrea la consabida pasión que envuelve a lo extremo, como la que define el comportamiento de dos rivales del F1 durante el año de 1976, del austriaco Niki Lauda (Daniel Brühl) y el británico James Hunt (Chris Hemsworth), sino que te produce el entendimiento de lo que llega a significar el deporte, del sacrificio que puede aducirse como de irracional, y ahí incluso Lauda, un tipo muy pensante, difícil, controlado, metódico y ordenado, un profesional que juega con probabilidades y la última técnica, puede tomarse apenas un tiempo mínimo de recuperación tras un escalofriante y por poco mortal accidente con quemaduras y desfiguración de por medio, por el potente deseo de volver a las pistas y enfrentar nuevamente el reto de ir al límite en una carrera de autos, de ganar un segundo campeonato del mundo, y vencer a su contendiente más próximo, Hunt, y aunque puede ganarle la reflexión, su acto de inmediato retorno y su ahínco de curarse para reincidir, como el hecho de que marcara en repetidas ocasiones un hito en la Fórmula 1, es impresionante, como lo es la admiración secreta que despierta Hunt en él, un tipo que se le conoce por no escatimar velocidad ni atrevimiento en el volante, un corredor que tiene la personalidad del que le saca el jugo a la vida como un bohemio y un mujeriego al que todos quieren, un tipo despreocupado, fácil,  y por lo general inmaduro, pero que tiene una fijación a costa de todo, incluso de cambiar de actitud, dejar de ser irresponsable, y es ganar la copa del año 1976, derrotar a su máximo rival, al favorito, a Lauda.

Una de las cartas del filme es que los dos protagonistas tienen personalidades muy antagónicas, uno es el típico guapo, no solo de carácter sino físicamente, al otro le dicen que tiene cara de rata y es -dicho a grosso modo- antisocial y antipático. Uno vive siendo muy alocado, el otro en la seriedad de lo convencional, pero comparten una lucha en una profesión, un apasionamiento mayor que cualquiera, el que lo has puesto en el lugar donde están, como el haber sorteado la negativa de que se conviertan en corredores de autos y haber salido de una división inferior de la Fórmula, también el ser egocéntricos, que es el alimento del que quiere ser campeón, que siente seguridad y cree en sí, sin desproporcionarlo, recurriendo Lauda al ingenio y a una fuerte inversión personal para surgir, mientras Hunt a “arrodillarse” ante auspiciadores que quieren que tome una mejor imagen. Ron Howard vence los clichés usándolos como parte de un conjunto, llama nazi a Lauda, pero hace uso de la normalización del idioma alemán, que sirve para su enamoramiento y la difusión de sus logros, y a Hunt lo hace sufrir la banalización de como se ve, pero le da momentos de reflexión como cuando su esposa, la modelo Suzy Miller (una preciosa Olivia Wilde, de rubia) tiene un affaire con Richard Burton, o lo hace meditar sobre su futuro en la F1.  

Tanto Daniel Brühl como Chris Hemsworth lo hacen muy bien, siendo el binomio que forman el que hace un producto superior, se retroalimentan mutuamente en el filme y ambos ganan atributos y superan deficiencias con el compañero, es un juego de a dos dados. El primero trata de salir de su apocamiento interpretativo gracias a concebir riqueza como personaje, anclándose a una personalidad de las que brillan -valga la obviedad- desde adentro, como se duda, no luce como el clásico corredor de Fórmula 1 (otro rasgo de la película, hacer ver al espectador muchas cosas que normalmente pueden pasarle desapercibido, dentro de un buen guion, como se destaca en ello notoriamente Peter Morgan), y sin embargo representa al más grande de su época, mientras por su lado Hemsworth le saca partido a su imagen (es simple como actor pero denota naturalidad y fuerza, sabe explotar su tono fresco, saludable, el de un ideal ligero), pero añadiéndole y redondeándole para mayor valía, aprovechándose, visto desde su rol, una profesión que ilumina los que serían sólo defectos. 

Ron Howard tiene sus ratos de lugar común, recordemos rápidamente alguno, todo el lapso en que se conocen y viajan juntos Marlene (Alexandra Maria Lara, que cae precisa en el sosegado estiramiento y las elegantes formas que implica su papel) y Niki, porque tampoco es que deje de ser un artesano del séptimo arte americano, el que busca lograr un cine amable, reconocible para el público, no obstante es notable ver cómo se las ingenia para no ser predecible o repetitivo en las carreras, sobre todo en la última que guarda tensión hasta el último minuto, pero sin alargamientos excesivos, cansinos o aparatosos. Alberga vitalidad y genera interés sin caer en recreaciones pobres o ya muy vistas, sino más bien hace todo lo contrario. Es plausible como todo el aparato que describe y exhibe el F1 se da sumamente ágil y a la vez contundente, creíble y hasta serio, en lo posible. Su calidad de síntesis es extraordinaria, y no cobra ninguna factura, sino realza la historia y sus pormenores. Aúna el efecto dentro de las competencias mediante la rivalidad, lo emocional, el sentido del filme, y hace una mezcla idónea, capital, donde debajo de un trato con ataques verbales y la naturaleza de sus posiciones confrontadas se oculta respeto, admiración y puede que hasta verdadera amistad, nacida de verse reflejado en el otro, aunque sean distintos, y eso implica hasta una pequeña envidia, o perspectiva de emulación, en su calidad de perseverancia, y entrega, que viene a ser mutua.

El filme aparenta ser el biopic de James Hunt (quizá porque Chris Hemsworth es muy popular), pero la verdad es que Ron Howard ha repartido eficientemente a ambos lados, les ha dado méritos y defectos a los dos, ha oscilado a la vera de uno y luego tras criticar al otro ha volteado la tortilla, ha dado un contexto muy equilibrado, muy maduro. El desenlace pudo ser para cualquiera –si no conocemos los hechos reales- y quedar muy bien el resultado, y eso se debe a que ha creado a dos protagonistas, a dos púgiles en iguales condiciones dentro de un ring, con una meta en común. En realidad parece que se tratara sobre todo de la coincidencia del campeonato del mundo del F1 del año 1976, aunque la historia es de Hunt y Lauda, son los gestores de que el deporte haya sido tan trascendente, los que lo enaltecen. De ellos quedan frases como la espontaneidad que contiene -y necesita para que viva en su grandeza- cada disciplina en su éxito, gracias a lo más importante, la pasión, esa que parafraseando a Hunt trata de burlarse de la muerte.