viernes, 18 de octubre de 2024
The Substance
The substance (2024), de Coralie Fargeat, es una película que lo da todo en la cancha. Es una película que empieza uno diciendo que es obvia en sus postulados, e inicialmente uno puede creer que está frente al Yorgos Lanthimos hollywoodizado o más popular, pero pronto nos damos cuenta que no, que Fargeat es aquí auténtica, real, compleja y pretende el hecatombe, firme, contundente, como el hombre avezado en caída libre que abre próximo del piso el paracaídas consiguiendo vencer el peligro y gozar de la adrenalina, llevando sus postulados hasta las últimas consecuencias, pero no dicho bajo el cliché, sino es la gran bomba tal cual, la práctica hecha verdad. Es una película que enaltece al cine de género y lo propone en toda alevosía, llegando al extremo, es una película que por momentos fastidia, desagrada abiertamente, lo hace adrede, como un Cronenberg llevado a la potencia máxima, donde se hace tremendo homenaje a la magnifica e incomoda The Fly (1986), y es más atrevida, más gory, más impactante, que la mismísima Scanners (1981). Hablamos de El hombre elefante (1980) mutando al humor negro, a la sátira social. Fargeat actualiza el impacto, haciendo lo que pretendía el Cronenberg jovenzuelo, descolocar al público; en ésta época. Pero Fargeat no sólo hace esto, sino se distingue, hace algo muy propio. Implica sátira, humor negro, sobre el temor y el rechazo a envejecer, porque muchas sociedades apuntan a marginar a la gente mayor o a la que empieza a entrar en años, como quien caduca comercialmente, sobre todo cuando el dinero implica vender placer, lucrar con el sexo, y el atractivo físico o erótico o sensual es tan determinante para jugar en esa tribuna, atraer el deseo, y en consecuencia la atención que genere billetes. Hay muchos momentos donde éste filme te fastidia, como con el uso de la comida grasienta. Con su tipo de humor, abiertamente plantea el extremo, hacer que hasta te moleste mirar la pantalla, lo hace explotando el ridículo en determinadas oportunidades, la falta de vergüenza, el ir hasta más allá de los límites, de lo feo, y lo hace con verdadero delirio y con una coherencia que subvierte su obviedad y se convierte en la reflexión extrema -el acompañamiento- de la que es ante todo una película de género, una propuesta que parece no estar destinada a una sala de cine, no a lo convencional, una obra que quiere que mucha gente abandone sus butacas. Curiosamente defiende el derecho a envejecer contento o seguro de sí, pero con un canto de irreverencia juvenil -también como lo es el espíritu del buen amante del cine de género- o de la sabiduría de los años que leen a las juventudes. Pero es un filme coherente. El final desquiciado con litros de litros de sangre y el monstruo en pleno teatro es simplemente el horror psicológico del rechazo de la vejez. Más claro, imposible. El menosprecio que se mete hasta en lo propio, en cómo nos percibimos, como señala la identificación con la estrella del paseo de la fama como punto de retorno tras una mancha de desperdicio de comida rápida. Ese recordatorio de un tiempo otrora de gloria que ha perdido trágicamente su valor, por una sociedad que desmerece una etapa natural de la existencia, como con aquello de que en realidad somos uno, puesto que esa vejez también somos y seremos todos, entonces para que negarla, para que producir complejos, miedos, humillaciones. Pensemos que en realidad llegar a viejo es un especie de triunfo, como quien llega a la meta tras una maratón. El filme es una crítica a la superficialidad del ser humano, de la sociedad. Del ego y la vanidad. A la cultura del espectáculo e incluso a la cultura del sexo, el velar únicamente por nuestros botones más primarios. La trama no hace lección de la inteligencia, de la personalidad, de la experiencia, sólo del cuerpo, en donde la sustancia, como elixir mágico, trata de negar lo natural, el ciclo normal de la vida. El filme satiriza nuestra superficialidad, nuestra búsqueda constante de hedonismo que nos puede llevar a lo peor de nosotros. La propuesta lo hace con entretenimiento extremo, como haciendo una Terrifier arty, festivalera, pero a la vez muy midnight madness, en que se le abre la mente a los del culto de la juventud -a la potencia del físico- mientras nos divertimos con la última locura del cine, puesto que Fargeat lo ha conseguido, ha marcado momento. Es una película a la que no se le puede negar el aplauso, no por tener tremenda profundidad intelectual, si bien es un mazazo como tema de negar la vejez, más allá de la lógica de querer vivir del sexo y esto no remite al coito sino a la fantasía que seduce, como a sus derivados. Sino porque no ha venido a engañar a nadie. Porque se siente que Fargeat es realmente fiel al cine de género. Una maravilla las actuaciones de Demi Moore -sobre todo en el humor- y Margaret Qually -con lo erótico de su rol-. Muy buen manejo con ambas de la desnudez además. También bien por el profesionalismo de Dennis Quaid prestándose para tantos planos detalle desagradables.
domingo, 13 de octubre de 2024
Wajib
Wajib (2017), le pertenece a la palestina Annemarie Jacir. Cuando uno dice, esa película no es mi tipo de película está dando una mala respuesta. Uno tiene que tener la mente abierta, ser curioso, aventurero, intrépido, amar la diversidad, lo impredecible, la originalidad, la creatividad del séptimo arte, del cine como expresión artística, intelectual, como espacio de trascendencia, un lugar para profundizar el mundo y la esencia y las capas, el sentir, el vivir, del ser humano en toda su concepción. No sólo ver al cine como entretenimiento, que también es una arista, de un conjunto mucho más grande y mucho más rico. Ésta diversidad no solo es proponerla propia de un estilo, género o temática sino que cada rincón del planeta pueda expresar su parecer de su existencia, siempre de manera constructiva, pensante. La presente película entra en ese perímetro, dándole voz a los palestinos, mostrando como ven su vida desde Nazareth, ciudad de Israel de las más pobladas por árabes y palestinos. Es la convivencia frente a un poder mayor, como lo demuestra ver algunos militares judíos en pantalla, que se les identifica con una presencia de cierta elíptica tensión o enojo. Pero Annemarie también se permite ser autocrítica con ésta sociedad de convivencia, como indica llamar vacas a cierta población y señalizar literalmente y en más de una oportunidad que hay mucho desperdicio y basura por las calles compartidas entre judíos y palestinos o árabes. El título del filme (Wajib) remite a la tradición de llevar personalmente la invitación para un evento importante, la boda de la hija de Abu (Mohammad Bakri). En lo que vemos ha regresado de Italia, para la boda de su hermana, el hijo de Abu, Shadi (Saleh Bakri, hijo real de Mohammad) y como es normal, tiene algunas discrepancias con su padre, pero nada que resulte extremo o pesado, siempre hay un ambiente de respeto y afecto entre ellos, aun cuando se enojen entre ellos, sobre todo Shadi que reniega un poco de la situación sumisa u oprimida de los palestinos. No obstante Abu -quien es profesor y es alguien muy consciente- remite también a algo importante, la propia familia, a cuidar de ella, de darles prioridad por encima de uno mismo. De ésta manera el filme le enseñará a Shadi que hay que pensar no sólo en uno, en lo que uno cree, sino en los otros, en los demás, sobre todo si los amamos o somos buenas personas, humanitarias, justas. Es como respetar lo ajeno, dialogar entre pensamientos distintos o subjetividades, expresado sutilmente, tal es aquella última imagen de la terraza a oscuras que empieza trasmitiendo cierta discreta melancolía entre una bohemia tranquila o familiar, para pasar a un canto que cierra con optimismo, con aprendizaje. En la trama o gran parte del metraje observamos a Abu y Shadi compartir el auto, uno viejito pero leal, y todo un día entregando montón de invitaciones a la boda de la bella joven hermana (Maria Zreik) que presenciaremos en cierto momento lucir todo su atractivo originario, su escultural figura, de manera formal. Padre e hijo interactúan con mucha gente y vamos ahondando en sus personalidades donde hay su buena identificación clásica. Abu es un hombre sufrido, su mujer lo abandonó con sus 2 hijos (pero el filme será intrépido, producto de la mirada femenina de la directora, y tratará de comprender o sopesar a la madre). Esto habla de resistencia, no de violencia (cuando se suele estigmatizar al árabe o palestino), sino de amar de verdad a Palestina, no solo desde un lugar extranjero y distante o cómodo, sino desde donde las papas queman, amarla con todo su sufrimiento real. Pero el filme no busca ser triste, sino muestra más bien gente inteligente, amable y en situación económica estable, pero al mismo tiempo de alrededor se puede percibir esfuerzo y cierta pobreza. Es una propuesta que muestra que las personas o países se parecen mucho en sí, y que más que ver diferencias, es notar que nos parecemos todos mucho más de lo que creemos o queremos creer. Es una obra austera pero bien hecha, que te engancha, parece cine independiente, de interactuaciones sencillas, cotidianas, pero exhibidas sin el típico toque arty disforzado, forzado o vacío. Éste filme respira comprensión, autenticidad, personalidad real y amabilidad. Tampoco busca ser muy político (aunque se oye decir del padre que el cine es político, mientras el joven no lo cree así). Por el final hay una explosión intelectual en ese orden, una confrontación de miradas o posturas, pero abunda la cotidianidad, lo simple, lo universal, el viaje de la dificultad campechana, de lo que conoceremos a muchos palestinos -de a pie pero con su ligera e interesante distinción- de cara a una familia protagonista particular, próxima pero exitosa, bien palestina.