martes, 30 de octubre de 2018

Saraband


En un inicio uno cree que será la historia del reencuentro de Marianne (Liv Ullmann) y Johan (Erland Josephson) tras 30 años de separación, pero la última película de Ingmar Bergman es otra cosa o es más que eso. El filme tiene dos líneas narrativas, una más tratada, la poco esperable. La más obvia en el papel, la relación entre Marianne y Johan, ha mutado totalmente, no se trata ya de amor, aunque algo brilla entre ellos por un momento, cuando Johan se angustia y terminan desnudos acompañándose en una pequeña cama.

Parte de su sistema reproductor de Marianne ya no está con ella, como menciona la mujer al vuelo, el sexo ha dejado de ser importante, justamente lo que dicen los separó, la constante infidelidad y superficialidad de él. Pero existe afecto entre ellos, al menos se palpa en Marianne, justamente la que siente curiosidad, anhelo, y va en busca de Johan. El trato romántico de ésta pareja queda muy de lado, ya viejos quizá no existe, o no se percibe con facilidad, existe en realidad algo menos sofisticado, mucho más directo, difícil de definir del todo, puede que sea el recuerdo de su compañerismo o la sensación de haberse conocido tan bien, de haber pasado 16 años juntos en matrimonio y hay algo de confabulación afectiva, pero es algo más inmediato, automático, propio de la (velada) nostalgia.

La historia que más se aborda –sorpresivamente- es la relación entre Johan, su hijo sesentón Henrik (Börje Ahlstedt) y su nieta Karin (Julia Dufvenius). Entre los tres hay relaciones muy distintas, a lo que se suma el fantasma de la esposa de Henrik, de Anna, que es un ser amado y mencionado en el filme por todos, una especie de mujer abnegada, inteligente, humilde, de poca palabra, una santa. Henrik y Johan tienen cierto odio, resentimiento y quieren venganza el uno por el otro, se tratan mal, el viejo lo humilla, especialmente con el dinero, y el hijo porque lo considera un mal padre. Hay diálogos crueles y malvados, algo violentos, aunque dentro del comportamiento de gente educada, de ellos dos, por separado y en un encuentro donde la nieta es el vínculo de afecto y unión familiar.

Bergman dibuja seres humanos, aunque hace más difícil el trabajo de que nos generen empatía, pero se les percibe más reales, más profundos de lo habitual en el cine. Tanto Henrik como Johan caen mal a ratos, especialmente el hijo, a quien Bergman deja como peor persona. Lo que salva un poco a Henrik es su desesperación, su sufrimiento, su soledad, su cualidad de perdedor, aun cuando Bergman trata mucho con el sexo, y lo hace en dos sentidos, uno muy artístico, y otro polémico, pero encubierto en un paquete complejo. Se percibe entre Henrik y Karin un halo de incesto, pero esto se puede entender como algo simbólico, aunque visualmente -en un beso veloz pero ardiente- nos impacte una escena, nos genere un shock.

Entre padre e hija esto implica una relación absorbente, abnegada, castradora, haciendo que evitar el sufrimiento del padre sea una tara para la realización plena de la muchacha, donde Bergman pone de complemento -de escape- la independencia que le puede generar la música –tocar el cello- a Karin en el extranjero, tras múltiples ofertas, un futuro brillante. Es romper con los parámetros, con las cadenas, con el nido, o con el quehacer de ama de casa. Es el padre –que puede representar además el país- arrastrándonos hacia un nivel inferior, a una vida menos libre, menos lograda. Todo esto involucra la proclividad al suicidio, la dependencia de la esposa traspasada a la hija, aun cuando la madre quiere enmendarse en su lecho de muerte y deja una carta al marido, que bien refleja la brutalidad de lo malsano, la idea del incesto.

Tenemos enfrente un filme impredecible e interesante, Bergman prefiere la suma de relaciones humanas, colocando lo viejo como un coherente colofón y remate, abordado levemente, tras ser el punto de partida o seducción del espectador para correr a hablar de otras tantas relaciones, generando expectativa, trabajando con el misterio, con otros conflictos, aunque todos familiares; igualmente de distintas etapas, es Bergman ahora el abuelo, ya no solo el hijo, es ponerse en otros lugares y mostrar más complejidad, dualidad. Los intercambios entre unos pocos personajes –tan solo cuatro, más el uso siempre magistral de un fantasma- muestran la brillantez del director sueco para con el manejo de la austeridad, hacer de pocos elementos algo importante y atractivo. Por algo Bergman no solo fue un maestro del cine, también del teatro, y esto lo vemos claramente aquí. Maestro en auscultar la vida, a la humanidad en sus parámetros más próximos, más reales.

lunes, 29 de octubre de 2018

Los comulgantes (Nattvardsgästerna)


Éste maravilloso filme de Ingmar Bergman abre con una liturgia, que observamos de manera pormernorizada, dentro de un logrado estado de austeridad visual, donde hay pocos elementos, pero yacen ayudadas las imágenes de tomas que hacen más palpable, más próximo, más potente cada movimiento y momento. Veremos cómo viven el orden religioso unos feligreses, entre ellos un pescador y su mujer embarazada, Jonas (Max von Sydow) y Karin Persson (Gunnel Lindblom). Cinco personas yacen arrodilladas frente al pulpito, toman la sangre y la carne de Jesús, de manos del pastor Tomas Ericsson (Gunnar Björnstrand).

Pero detrás de éste muy representativo y bello momento, no tan extenso tampoco, se esconde el sufrimiento y la frustración que esconde el llamado silencio de Dios, es decir, que los hombres estén expuestos a un mundo cruel, a la desesperanza y a la desesperación, sientan que están abandonados, perdidos en su soledad. Todos los personajes del filme sufren de esto, a pesar de que todos de alguna forma viven alrededor de la trascendencia eclesiástica, incluso los que no creen o dudan de Dios.

Lo más llamativo es que el pastor Tomas es el peor de todos en cuanto a poner en juicio a Dios, el peor en carecer de fe, el que más lo recrimina, el que dice que es pastor por medio imposición de su padres,  o sea que ni vocación dice tener, quien no puede tolerar la muerte de su mujer, muerta hace 4 años, y que trata a la gente con dureza –principalmente por sus argumentaciones sobre su falta de fe-, y esto es grave porque gente creyente pone su esperanza en él y éste los desalienta, pero aun así éste tipo no muestra mucho remordimiento o se maneja con cierta frialdad, lo que lo hace ver como un terrible ser humano. No solo se niega el amor, y una oportunidad de ser feliz, con la maestra de colegio, Marta (Ingrid Thulin), su ex pareja, sino que envenena al resto, hace más trágico el mundo, influye en los demás.

No hay mucha conmiseración o respiro para con el protagonista, para con el pastor, pero éste sigue en pie, se mantiene igual, y se nos habla de hipocresía, de falsedad, de ruina, cuando claramente tiene un muro mental que no lo deja avanzar, y no se siente como un callejón sin salida, una historia melancólica, porque simplemente la salida es renunciar a ser pastor, y quizá se nos esté hablando de la fe, cosa que ya depende como discusión. En él queda muy claro, no obstante el filme deja discurrir todo. Lo desnuda, dentro de un existencialismo cruel, un existencialismo solitario, poco empático, el más pesimista. El pastor es un hombre analítico, pero poco receptivo, y esa imagen del cadáver que debe ayudar a recoger es un momento imponente, muy simbólico, abre un hueco en el alma y en la discusión.

El filme tiene monólogos muy poderosos e inteligentes, como aquella carta de Marta, puesta la cámara sobre su rostro en primer plano. El filme hace llamado del amor, de la sensibilidad, aun cuando la personalidad del pastor, sus dudas, lo inundan todo, de paso lo destruyen todo. La gente es dura en éste retrato de Ingmar Bergman. No obstante los que más se perjudican son los más débiles, como el pescador y su familia, porque aun cuando el pastor sufre se ve que es un tipo fuerte, que sigue dando sus liturgias, continua fingiendo.

Otros, como el organista (Olof Thunberg), no creen en nada, son seres fríos, insensibles, discuten todo sin alma, juzgan desde lo alto, sin ponerse en el lugar, de esto que sus bostezos y picardías lo dibujen de cuerpo entero. En cambio en el sacristán (Allan Edwall) aún se puede percibir fe, aunque argumenta; deja ver que la situación es difícil, con el silencio de Dios, que es de lo que gira la propuesta. Su interesante monólogo habla sobre que Jesús no sufrió tanto físicamente –cosa que suena ligero y muy discutible, pero coherente a su argumento- sino enormemente el sentirse solo, no únicamente de la humanidad, sino de Dios; padeció con mayor brutalidad el hecho de que el silencio ponga en tela de juicio su camino, cosa que suena al sucedáneo del encuentro bíblico con el demonio. Esto nos refiere que somos como hijos que quieren que su padre los reconforte, nos abrase, nos salve del dolor y, según el filme, no sucede.

Pero el amor de Dios toma distintas formas –que aquí se puede oír y ver que se le resta importancia o se le mata; la maestra es fuerte también-, pero el retrato como el clima del pueblito perdido en que nos ubicamos es muy duro, como le afecta a Jonas, la maldad de la humanidad, reflejada en la tensión que le produce la guerra nuclear, curiosamente la frialdad de los seres humanos, pero acudiendo al más frío (exterior) de todos, porque el pastor sufre (internamente) y odia su existencia, y no puede contenerse, y culpa a Dios, a su silencio.

domingo, 28 de octubre de 2018

Un verano con Mónica (Sommaren med Monika)


Mónica (Harriet Andersson) es una chica intensa que está ansiosa de emociones y aventuras, tiene una existencia humilde, un padre pobre y aficionado al alcohol, aunque no mala persona, y un trabajo donde todo el mundo intenta toquetearla. Todo esto le fastidia, pero al tener novio, estar con Harry (Lars Ekborg), se siente feliz, alegre, libre, ella misma. La situación, que puede entenderse por la parte social, económica, también se puede estacionar en el simple anhelo de tener una vida placentera, entretenida. En un momento Mónica hace mención que hay personas, uno puede suponer gente con dinero, que se lo pasan bien, pero ella –otros- no.

Lo mismo siente y pasa Harry –por su trabajo y hogar-, pero él lo ve de otra manera, se comporta distinto, entiende que necesita un trabajo normal, un trabajo sencillo, pero además sueña con estudiar y ser profesional para acceder a una vida plena. Es un hombre simple. No obstante se cansa, sufre de cierta explotación y malos tratos, aun cuando es un tipo educado, amable, inclusive algo tímido, y le termina desagradando su centro de trabajo, un lugar que refleja la condición social, la condición de obrero.

El director Ingmar Bergman es muy sutil, relajado, ve más por las emociones y los parámetros regulares de la existencia, tiene a lo social como parte de, no el todo. El filme se apoya en la libertad, el placer y la felicidad, en ésta búsqueda, que representa la personalidad y esencia de Mónica, con un desnudo suyo en la playa que es todo ello en una pequeña secuencia. Sin embargo el mundo invade a la pareja, tiende a agredir a los seres humanos, les pone dificultades, sufrimientos. Mónica entonces reacciona y no lo hace de la mejor manera, el filme de Bergman la muestra negativa, hasta antipática o mala persona, ya que Harry es un tipo ideal, un santo prácticamente.

Es entonces que Mónica representa esa felicidad siempre escurridiza, efímera, veraniega. Cuando una hambrienta y salvaje Mónica roba un asado –el mismo, una y otra vez, a lo que suma enojo- el filme se presta al humor, a la aventura, a la terquedad, a la inconsciencia, más que a lo social, aunque desde luego está presente también. Ésta propuesta pasa de la vida libre o feliz a la vida de responsabilidades y así, Mónica, pasa a ser como una ilusión, una cierta utopía, una continua fuga.

No obstante Bergman se permite hacer de la playa, de un bote, del mar y de la pareja protagonista un logro, aunque con el tiempo contado, creando momentos felices en el anhelo, la personalidad, de Mónica, que se resiste a regresar a la civilización que no es otra que el mundo donde hay poco placer, donde convives con lo desagradable. Lo económico está presente elípticamente, la llegada de un bebé se opone a la isla. Igualmente la infidelidad persigue la relación, partiendo de lo que es simple envidia, una esencia básica.

Mónica pierde parte de su belleza, su inocencia que parecía a prueba de todo, se mella su naturalidad, se muestra banal e inmadura, quizá está agotada –de la vida-, es débil, quizá es demasiado sensual –el sexo la domina, detrás de la excitación vivencial-. En cambio Harry es un tipo austero en todo sentido. Pero Bergman tampoco la hace desagradable todo el tiempo, sólo por un rato, y al final lo bello perdura –ese flashback del desnudo-, aun cuando surge la decepción, aun cuando no pueden sacarse de encima lo social.

viernes, 26 de octubre de 2018

Fanny y Alexander


Dirigida y escrita por Ingmar Bergman, uno de los más grandes directores del séptimo arte, que tiene cierto toque autobiográfico, ganadora de mejor película extranjera en los Oscar. Trata sobre como dos niños pierden a su padre, y su madre se vuelve a casar, con un obispo (el magistral Jan Malmsjo), un tipo estricto que se lleva mal con los pequeños. El filme de Bergman se enfoca en Alexander (Bertil Guve), mientras Fanny (Pernilla Allwin) es más decorativa o simplemente sigue los sentimientos y dolencias de su hermano. Alexander es un niño con carácter –sabe lo que quiere- aunque también luce muy sensible, de ahí que su choque con el obispo sea tan rotundo, por ser dos polos opuestos.

El filme también abarca la familia de Alexander, los Ekdahl, una familia pudiente que regenta un teatro y suele celebrar a sus actores. Son una familia muy fiestera, en especial el tío Gustav (Jarl Kulle), que es un mujeriego, y tiene una aventura con su empleada, Maj (Pernilla August), una risueña y robusta mujer que curiosamente todo el mundo quiere, incluida la esposa de Gustav que muy liberal tolera su relación extramatrimonial. Con Gustav Bergman da pie a mostrarse audaz con el matrimonio, saltándose cierta moral muy tranquilamente.

En la familia Ekdahl no hay vistos de maldad o incordio, todos viven muy felices, no sólo se quieren, se respetan mutuamente, a pesar de que hay cierta sensualidad trasgresora en ellos, como cierta bohemia por su sangre, pero finalmente su condición de artistas o próximos al arte los hace más libres que el resto. El problema llega para el feliz y satisfecho Alexander cuando su madre cambia la vida alegre de los Ekdahl, que tiene a algún pariente haciendo fiesta de pedos, que llama fuegos artificiales, por un hombre estirado, frío, poco afectivo, resentido, que todo lo quiere corregir y dirigir, que quiere dominar a sus hijastros, castigándolos misma inquisición, quiere convertirlos en seres tristes.

El presente es un filme básico, pero muy bien hecho, como cabe imaginar del genio de Ingmar Bergman. La propuesta se realza con cierto surrealismo, misticismo, lado tenebroso, mágico, cuando en especial Alexander pasa a vivir con el amante de su abuela, Isak Jacobi (Erland Josephson), un empresario judío que maneja un teatro de títeres con un sobrino. Ahí un joven extraño, mitad demonio, mitad el criminal en el que puede convertirse Alexander, por su odio al obispo, aparece dentro de esa fantasía que muestra a los fantasmas comunicándose con los Ekdahl, tal cual el padre que jura siempre acompañar a sus hijos aun muerto.

Fanny y Alexander (1982), pasa de mostrar a una enorme familia, a muchos personajes -manejados con maestría-, dentro de una fiesta navideña a comienzo del siglo XX, a poner el lente sobre Alexander, un pequeño Ingmar Bergman, sufriendo la autoridad patriarcal y religiosa, una dictadura, al tiempo que le atrapa la nostalgia por la vida artística nacida en el seno de su gran familia y sus relacionados. Alexander es un héroe común, sin súper poderes, con una fortaleza que nace de su interior. El filme tiene un uso del terror recurrente, pero suave, normalizado en el día a día, no por lo sórdido, sino por lo fantástico, como quien asume mitos y leyendas en su existencia. Lo sobrenatural siempre está presente como una luminosidad existencial aunque prima lo universal, lo familiar, el calor humano, la libertad.

miércoles, 24 de octubre de 2018

First Reformed


Ethan Hawke interpreta a un pastor protestante que tiene dudas y que se halla en la desesperación (silenciosa), además sufre de una enfermedad terminal y se siente culpable de la muerte de su hijo al convencerlo de ir a la guerra, como de la desintegración de su matrimonio. Esto luce como la mezcla de Diario de un cura rural (1951) y Biutiful (2010), pero con más diafanidad que Robert Bresson y más acertado que Alejandro G. Iñárritu.

El director Paul Schrader se enfoca en que los seres humanos están destruyendo el planeta y, por ésta razón, Dios nos odia. Hawke como el pastor Toller se siente mortificado además por el silencio de Dios,  por tanto mal en el mundo. Esto se pone en la palestra cuando el pastor conoce a una pareja, y el marido de ésta se halla muy desesperado; aquí se enfocan en el cambio climático, cosa que Schrader potencia y le da varios sentidos, lo que pudo sonar tonto. Toller está a puertas del abismo, a puertas de convertirse en Travis Bickle, y como en esa hermosa y perfecta película algo improbable sucede, algo cambia a último minuto.

Schrader juega con el escape, aprieta la vida de Toller, pero al final hace valer la otra mitad que convive con la humanidad, la esperanza. La luz parece imposible de llegar, incluso desarticula la opción que todo lo mejora, el amor, proponiendo que el necesario cambio interno que todo hombre debe manejar desaparezca, por pesimista. El mundo es caos, la humanidad con el cambio climático va hacia la autodestrucción, el hombre es malo, Dios simplemente se cansó, nos detesta. Todo suena muy dramático, trágico y drástico.

No obstante hay momentos en que se respira normalidad, en el quehacer diario del pastor, teniendo a la iglesia de la primera reforma como un lugar histórico, salvador y turístico, como con las historias de la época de la esclavitud, aunque les persigue el miedo, la muerte. El filme también juega a poner en discusión el poder y la necesidad del dinero, con financiamientos dudosos, obligados, y que uno debe callar, pero pasa, como quien pone la situación más desosegante, y es algo que no queremos ver o ya no tenemos fuerza para enfrentar.   

El filme acierta de lleno cuando logra manejar el silencio de Dios, sin que necesariamente el pastor deba negar a Dios u olvidarse de él, pero debe buscar en aquel mundo que tanto dolor le causa, debe enfrentarlo tal cual, y la salida es sencilla, pero efectiva, una de las pocas, o la mejor. La salida es terrenal, sin tener que odiar o renegar de Dios. Es algo que finalmente no se puede comprender del todo, lo mismo con el planeta y la humanidad. El panorama es cruel y duro en el filme, se siente incluso la soledad en las calles y en el trato de la gente, algo muy americano. Pero no obstante hay momentos donde Toller parece estar tranquilo, aunque su mal es interno y en mucho silencioso.

Lo bueno de la película es que es como una montaña rusa de emociones, hay momentos aparentemente apacibles, suaves, y luego surge –se toca- la desesperación, lo intenso. Una de las grandes escenas del filme donde surge paz es un momento a lo Bruno Dumont que toma plena lógica, que tiene de sensual, de atrevido, de místico, de apocalíptico, todo adornado dentro de una pequeña levitación, un momento erótico convertido en algo intelectual. Schrader yace iluminado en ésta propuesta, abundan los diálogos y son todos muy coherentes y aunque muy argumentales no dejan de ser humildes, con esa humildad que evoca la idea del americano promedio que no se toma tan en serio su inteligencia, su facilidad para pensar lo existencial, la trascendencia, porque finalmente todo pasa por lo mundano, por nuestra simplicidad vivencial, frustraciones, carencias y sufrimientos.

domingo, 21 de octubre de 2018

The Coca-Cola Kid


Dusan Makavejev hace una película ambientada en Australia con el actor americano Eric Roberts como un genio del marketing y de la promoción de la gaseosa Coca Cola –promoción que será bastante nutrida en la película, aunque al final prima lo nacionalista-, para ello él mismo suele decir que es él quien decide quien lo necesita y no al revés. Bajo esa idea se pone la tarea de visitar un pueblito aledaño a la sucursal local de su empresa, donde no venden Coca Cola, esto por el éxito de otra bebida, perteneciente a T. George McDowell (Bill Kerr).

El filme es muy suelto con ésta trama, pero se puede entender como lectura el poder empresarial avasallador americano por sobre lo autóctono, pero sin romperse las vestiduras, ya que prima la extravagancia, la comedia, el romance algo atípico, la aventura. En el romance tenemos a Terri (Greta Scacchi), una divorciada medio rara que se enamora del igualmente particular Becker (Roberts), alias The Coca-Cola kid, y lo persigue con ahínco. Con ella tenemos una escena de navidad y seducción –vestida la fémina de papá Noel- que suena ocurrente, moderna y muy cálida. Terri tiene también una hija y la pequeña pone la cuota de ternura. En sí todos aportan buena onda y simpatía, como el padre de la niña que se presta al asunto aun cuando tiene todas las del alcohólico, generando momentos de locura naif.

Se trata de entretenimiento, con una historia que quiere ser original y un tratamiento a esa vera. No es una obra muy excéntrica pero tiene lo suyo –como cabe esperar del cine de Makavejev-. Eric Roberts personifica a un tipo que se comporta distinto al común, que busca la novedad, como cuando se pone a lanzar golpes de karate al aire, hacer ejercicios y como bailar cerca de una piscina, pero sin exagerar su distinción o empalagar, aun cuando en un inicio parece algo autista –recordemos el rato en que le preguntan si quiere té o café y no responde cual pero siente que ya respondió-, y ciertamente es una muy buena interpretación.

Es una propuesta que tiene de memorable, pero sin ser tampoco plus ultra, es sencilla, sólo que con gracia y encanto, produciendo diversión e interés, se deja ver bien. En otras manos sería una historia convencional, pero Makavejev le da estilo y personalidad y la narrativa proyecta más de lo que se tiene en realidad. Hay hasta una pequeña historia de conspiraciones y una avioneta persiguiendo al paladín marketero cuando yace en su vehículo. Todo esto pareciera que huele a Hitchcock, tanto como a ratos a la comedia americana, pero el filme prefiere bañarse en la personalidad del cine australiano, junto a la locura de Makavejev que pretende coger el sonido australiano (implicando su esencia), dicho en la trama, expuesto en un jingle, compuesto por el neozelandés Tim Finn. Finalmente sobresale la hechura de personajes curiosos, locales, en medio de una mirada cosmopolita.

Sweet Movie


Sweet Movie (1974) es una película híper excesiva de Dusan Makavejev, donde supone burlarse de todo. Tiene a 2 mujeres como protagonistas en dos historias independientes, pero muy bien mezcladas en lo visual, sabiendo que Makavejev es un genio del mix.

Miss Canadá (Carole Laure) gana un concurso de belleza en el que se busca la virgen más gloriosa y para ello un ginecólogo revisa la composición y estética de sus vaginas, con el fin de que la ganadora se case con un millonario de la leche, El Señor Kapital (John Vernon). Pero tras una fallida noche de bodas producto de una sorpresa Miss Canadá termina enviada a París metida en una maleta por un culturista negro que antes tratará de violarla tras ocultarla en una botella de leche gigante publicitaria.

La locura y extravagancia de éste filme no es poca cosa, lo cual llegará a su apoteosis cuando una catatónica Miss Canadá sea parte de una comunidad anárquica donde vomitar desenfrenadamente y competir por producir la mejor caca sean los momentos de felicidad máxima orgiástica de éste grupo. Miss Canadá despertará finalmente –cosa de nada- tras sobar su rostro con un genital masculino a vista y paciencia del mundo.

El sexo es algo que a éstas alturas no presenta ningún tabú para Makavejev y lo explota en total desparpajo, frescura, sinvergüencería si se quiere, no como algo necesariamente pornográfico, sino algo extremo, irónico, extravagante, revolucionario para los estándares convencionales del séptimo arte; es el cine moderno en pleno momentum, aunque no sea un filme a llamar de demasiado estupendo, pero tampoco malo.

En una historia predomina el sexo, veremos la filmación erótica y la fantasía de tener a una mujer desnuda lúdica bañada en chocolate, con su pubis manchado sobresaliendo en la toma. Esto se mezcla con el humor sarcástico, como ver a un macho latino, a un francés (Sami Frey), pegado con alguien como si fueran perros en celo. Lo kinky (fetichista, “pervertido”) hace gala cuando un hombre es tratado como un bebé, un juego erótico extravagante. Esto no es nada, el filme no teme tocar la línea hacia la peor corrupción, como vemos en la otra historia.

Parte de la esencia de la segunda protagonista es ser pedófila, a quien vemos seducir desnuda con dulces a niños sonriendo inocentemente, toda histriónica. Ésta historia aun así es más política que la otra. El dulce es la contradicción que acompaña la perversión de ésta mujer, la capitana Anna Planeta (Anna Prucnal), que tiene sexo en medio de mucha azúcar suelta –provocando una escena con sangre, bastante estética, bella en colores-.

Ésta trama utiliza a su vez violencia, tiene homicidios a su alrededor, yuxtaponiendo una parte documental, videos de archivo (pseudo) científicos de los nazis, y en especial una terrible matanza perpetrada por comunistas. En su trayecto se hace burla de un romance socialista con una navegante que lleva una proa con el rostro de Carl Marx y un marinero soviético sacado del acorazado Potemkin (Pierre Clémenti).

El filme no es sutil en su humor ni en su construcción crítica que incluye al capitalismo con Miss Canadá, busca ser la irreverencia absoluta, la novedad en estado demencial, y aunque hace pensar en un director como Alejandro Jodorowsky a Makavejev se le entiende mejor. No obstante de que tiene mucho mal gusto eso es indiscutible. También que entretiene, como anuncia su título, con una comedia insolente.

Innocence Unprotected


Un hombre rubio de musculatura de culturista profesional muestra su fuerza excepcional, hace acrobacias y pruebas de riesgo, mezcla de superman, Houdini y un strongman pionero. Dragoljub Aleksic es el protagonista de ésta película, con partes documental y otra de ficción -con una película en el interior de otra, o el logro del cuarto de edición tipo director´s cut o el de un remake-, de Dusan Makavejev, quien hace un homenaje a una obra serbia –primera hablada de su país- que fue censurada tanto por los nazis durante la ocupación alemana como por el gobierno comunista de Yugoslavia.

Aleksic en 1942 producía, dirigía, escribía y protagonizaba la película del mismo nombre, un melodrama donde una huérfana es maltratada por su madrastra, la que quiere sacar provecho casándola –con un tipo bruto-, pero que halla la salvación en el amor, al enamorarse del personaje que interpreta un carismático Aleksic, casi un superhéroe, dedicado el filme a mostrar sus habilidades y talentos propios del circo, y a cierto egocentrismo. 

Makavejev exhibe gran cantidad de la película original, y hace una propuesta esencial, como si estuviéramos casi viéndola en su totalidad, sumándole –fiel a su estilo y a lo que intensificaría más tarde- newsreels de la ocupación alemana y de propaganda nazi; también entrevista a muchos involucrados de la película homenajeada, de gente que estuvo enfrente y detrás de cámaras, inclusive vemos en repetidas ocasiones a Aleksic quien aún más de 25 años después mantiene un gran estado físico y se dedica a mostrarlo.

Makavejev celebra un lugar de identificación cultural y un pilar cinematográfico para su país al abordar el filme de Aleksic, propuesta que puede entenderse -en un mínimo- como producto nazi si observamos que el protagonista maneja la imagen estereotipo que buscaban promocionar los alemanes de la época. No obstante curiosamente el filme fue censurado. Pero la realidad es que Aleksic se dedica a ser un héroe popular serbio –dentro de alguien exhibicionista, consciente de hacer un show y al que se le puede emparentar prácticamente con cualquier ideología-, a mostrar su extrema masculinidad, a vencer a los malvados –violadores y rapiñas crueles y calculadores- y a rescatar a la damisela en peligro.

Es un filme entretenido, simpático y curioso, gracias al original, pero al que se le hacen ciertas manipulaciones, como colorear algunas partes de los fotogramas, y se le da un toque mix bien efervescente, austero en pensamientos, pero los hay, como pensar en la segunda guerra mundial, los nazis y un melodrama inocente de la época en contraste o complemento desde el punto que se quiera ver, un sueño frente al mundo desmoronándose o alguien no pudiendo ponerse al margen de la realidad porque finalmente la censura le vino encima.

Se recoge que sea un filme placentero, con el interés de ver el humor y la personalidad serbia. No luce un filme muy político el de Makavejev, el original menos para tanta censura, pero Aleksic es un tipo interesante capaz de solventar toda una película tras él, y es lo mismo con su realización que está a la altura, que aunque tiene mil defectos al mismo tiempo tiene personalidad que poco importa que no sea una obra maestra. Makavejev juega sus fichas como quien arma un atractivo cuadro lleno de cosas ingeniosas, que te mantienen atento, divertido, sin demasiada proporción, prefiriendo en ello ser sutil, pero aun sencillo, como disfrutar con cada proeza de Aleksic, verlo doblar un fierro o romper cadenas con los dientes.

La tragedia de una empleada de teléfonos


Podría ser un filme convencional, pero la construcción narrativa de Dusan Makavejev hace volar su propuesta más alto, producto de su notable noción del cine y de los temas que le interesan auscultar como las ideologías o formas de gobierno y la sexualidad en especial, a lo que suma en conjunto perpetrar un pequeño ensayo sobre criminología.

Todo parte de una relación amorosa de gente sencilla, una empleada de teléfonos húngara de cabellos rubios, Izabela (Eva Ras), y un inspector sanitario o exterminador de ratas musulmán, de ascendencia turca, Ahmed (Slobodan Aligrudic). Vemos varios momentos de cómo es bella su relación, con escenas caseras, humildes, de felicidad. En dichos momentos sobresale la imagen de Eva Ras sonriente desnuda con el gato a la altura del trasero.

El inicio de la relación muestra como la pareja protagonista comparten el televisor viendo lo que parecen escenas de un gobierno totalitario. La observación de la subsiguiente ideología está en todo el filme, habiendo un vínculo con la austeridad de sus vidas, ella cocina sobre una plancha y usa un cuadro como bandeja. El filme también comparte escenas documentales de destrucción de iglesias por parte del gobierno.

El filme tiene una parte que se basa en hechos reales, en un caso policial, escuchando en una parte documental como explican el comportamiento de los asesinos y cuán difícil es solucionar estos casos. La propuesta de Makavejev hace uso de newsreels -noticieros documentales-. El estilo documental, en éste hibrido de filme, nos lleva a oír de la sobrevivencia de las ratas. Igualmente un sexólogo en varias oportunidades explica sobre la trascendencia del sexo, poniendo de ejemplo en especial la simplicidad con la que se ve algo tan maravilloso como es un huevo de gallina, que señala mucho más que un alimento. Aquí Makavejev pone en la palestra la importancia de los temas que le gustan y se fijaran en su filmografía.

El filme combina de manera notable exposiciones documentales, explicaciones que realzan la historia que seguimos, que tiene una belleza cinematográfica que es cosa aparte, lo que nos lleva a una traición forzada y a cierta elipsis final en el pozo. Ésta película trata el medio inexplicable e impredecible comportamiento del ser humano convertido en asesino. El filme no se regodea en la sordidez aunque a ratos es duro de ver. Se siente una propuesta muy libre, muy estética –detrás de su blanco y negro-, muy de composición de arte, y también una obra científica. No un filme intelectual de aquellos que provocan aburrimiento, sino un filme entretenido e interesante al mismo tiempo.

Man is Not a Bird


El debut de Dusan Makavejev en el largometraje de ficción tiene un manejo metafórico de la hipnosis, con la cual sutilmente se apunta contra el socialismo, contra las dictaduras, transversalmente, hablando de la liberación, igualdad y respeto de la mujer contra el machismo y el abuso patriarcal, para luego englobarlo en todos los seres humanos como sociedad. En ésta pequeña historia, porque hay otra central, la actriz Eva Ras interpreta a una mujer sojuzgada por un marido neanderthal -borracho, mujeriego, descarado, primario-, que produce una escena rica, candente, humorística, de claro ejemplo machista y de una sociedad arcaica, con un vestido de su mujer que le regala éste marido bruto a su amante. Aquí no hay sutilezas, se trata de burlarse y criticar ésta situación institucionalizada.

La película tiene como centro el romance entre un ingeniero ya de cierta edad, Jan Rudinski (Janez Vrhovec), y una joven y bella peluquera, Rajka (Milena Dravic), en el que parece un pueblo minero, atrasado en el tiempo. Junto a esto hay elementos de tipo documental, como los que muestran el trabajo en una fábrica y el quehacer de obreros, lo mismo pasa con el circo y los actos de su repertorio. Como otro elemento en el filme entra a tallar un camionero, con el que se trata de mostrar la revolución femenina y su liberalidad, sin prácticamente consecuencias, de manera muy fresca, lúdica y sin darle mucha profundidad. Echar agua sobre un camión parece representar un orgasmo masculino, señalando libertad sexual. El filme tiene una parte llana, y otra digamos que intelectual, con la muestra de una orquesta tocando la música de Beethoven acompañando la vida de los obreros, porque Jan es también un obrero.

No hay demasiado que ahondar en éste filme que es lo más sencillo del mundo, pero en el que claramente se puede ver el mundo cinematográfico del director, el embrión. La manera de narrar el romance tiene su encanto, el circo como libertad, un mundo proletario, los obreros, una chica común. El intento de buscar la libertad sexual se da sin que la protagonista lo note, lo hace inconscientemente, sin meditarlo mucho que hasta resulta irónico. Rajka, la heroína, actúa como en una película francesa o típica europea, entendiéndose una Yugoslavia en poca consonancia aun con la modernidad, la que defiende el cine de Makavejev. Moralmente es otra cosa, la liberalidad es una trasgresión de todas maneras. En la frescura de su heroína el director serbio muestra su mirada, aun cuando Makavejev es de una enorme simpleza cuando trata con la liberalidad sexual, como quien supone que está invocando lo justo o lo irrefutable y no pretende entregar demasiadas explicaciones, aun cuando representa mucha lucha.

miércoles, 17 de octubre de 2018

Distant Constellation


Documental de la americana-turca Shevaun Mizrahi que filma ella misma una casa de retiro en Estambul, viendo cómo los ancianos pasan sus vidas ahí, mientras al costado están construyendo edificios. Presenciamos obreros trabajando –también, en especial, durmiendo-, fabricando una nueva Turquía, cosa que parece generar nostalgia en Mizrahi, que va a grabar al barrio de su padre, una razón para escoger ésta casa de retiro, tratar de capturar lo que va a desaparecer, mención simbólica de la proclividad a la muerte, el fin de una larga vida, de un mundo, el que Mizrahi ha vivido a través de su padre, nacido turco. Los retratos de los abuelos son sencillos; está un anciano aficionado a la cámara, un ex fotógrafo, que suele repetir las oraciones; un músico hablando de sexo, de la Lolita de Nabokov; una sobreviviente contando del genocidio armenio, no sin cierto temor. Ésta propuesta recoge momentos cotidianos, a ratos planta la cámara, para ver pasar a una mujer mayor en andador, hasta que sale del cuadro, o mirar ancianos sentados sin hacer mucho, pero pasa a otra cosa en poco tiempo. Una anciana se duerme en plena exposición. Son ratos muy espontáneos, que huelen a fidedignos, a auténticos, de esto que no exista demasiada novedad aunque se respira fresco, es la exhibición de lo común, sin drama, con rostros tranquilos, poco emocionados. Estamos ante un documental cálido que tiene algo de la genialidad de los mejores filmes de Eduardo Coutinho. Aunque sin llegar tan lejos, a su tope, tiene de su humanidad y carisma. El filme entretiene aun cuando ausculta la existencia de gente vieja haciendo poco o nada. Hay bastante naturalidad, pero sin mucho tiempo muerto recogido por la cámara, lo cual habla de un cine con noción del ritmo, aun tratándose de cine arte minoritario. Éste documental muestra el lugar de retiro con dignidad, respeto, nobleza y hasta propone la admiración de lo que ha envejecido, escuchando en mayoría cosas sencillas, pero apreciando el valor de que así terminaremos todos.

Tarde para morir joven


Ambientada en una pequeña comunidad en el campo durante el verano de 1990, al final de la dictadura de Pinochet, es la historia de Sofía, una chica de 16 años que descubre su primer amor, su primera relación sexual, con alguien un poco mayor que ella, partiendo de un (buen) muchacho de su edad con quien inicialmente se relaciona. El filme consta de momentos intrascendentes, de momentos agradables, de unas vacaciones comunes, donde se trata de respirar relajo, buena onda y felicidad. Sofía tiene la personalidad de una chica madura, romántica y cool, provocando suave emotividad, sensibilidad y pequeña aventura.

Es una historia de momentos para conmover y empatizar, para mostrar la alegría de la vida y el crecimiento y desarrollo de una jovencita; vivir experiencias especiales, aun cuando todo parece de lo más común, pasando por una comunidad de gente que se trata con afecto, como una gran familia. La directora chilena Dominga Sotomayor busca generar imágenes memorables, bajo la calidez femenina, con una protagonista que es una chica muy agradable y fácil de sentirse reflejado y relacionado, de eso trata, de que uno sienta afecto por el personaje. Digas, yo soy como ella, o quiero ser como ella, y simpatizar, sonreír, sentir con la muchacha.

La película muestra el día común de ésta chiquilla, con todo lo que se suele hacer en vacaciones, estar de fiesta, con la familia, de juerga, de campamento. Hay música con la que uno puede decir yo viví esa época, la reconozco, aunque no sea tan exquisita; yo viví algo parecido, palpitando una fuente de memorias y nostalgias, en una película coming of age de tintes autobiográficos. Es una película bastante simple, pero dulce, cálida, bien hecha, entretenida. Vemos arder el lugar, observamos a la protagonista bañarse repetidas veces, como quien habla de lo que está viviendo, un momento intenso, apasionado de su existencia, el primer amor, el tiempo de descubrir el sexo, cosa que se hace sin candidez, con una chiquilla que fuma, que sabe actuar con madurez.

Tratamos con una recreación moderna, con unos 90s con gente despierta, aun cuando todo parece maravilloso, que no sean pequeños problemas, una madre distante, un padre hermético, pero se vive libertad, pero con consciencia, hasta para fumar marihuana. La cinta propone nostalgia, buena onda, en todo sentido, con prácticamente cero melodramas. Se moviliza dentro de una mirada positiva, suave y ligera de la vida. Vale por su recreación bucólica y sencilla de unas vacaciones de fuego, decisión, sentimiento y dar el salto a otro nivel, pasar por lo de todos, pero sin lágrimas, sin mucho dolor, con algo que te hace sentir bien.

martes, 9 de octubre de 2018

The Cannibal Club (O Clube dos Canibais)


En éste filme uno se puede enfocar en la escenificación de la interrelación entre dos clases, la gente adinerada y sus empleados, con el humor negro de que los primeros terminan comiéndose –literalmente- a los segundos. Antes disfrutan de tener sexo con ellos o presenciar cómo lo tienen con otros, y recuerda a ese grupo aristocrático o de poder, oscuro y secreto, de orden sexual de Eyes Wide Shut (1999).

Pero el director brasileño Guto Parente hace cine de género más que cine social o se deja llevar más bien por el terror y por el humor, con su gore bien salpimentado. El filme es curioso, aunque sencillo, con una pareja, un matrimonio, Otavio (Tavinho Teixeira) y Gilda (Ana Luiza Rios) que al estar a la vera de la aventura sexual, de la infidelidad, terminan paradójicamente más unidos que nunca, matando salvajemente y comiéndose a los amantes de Gilda, empleados de la casa, con Otavio dejando todo planeado para que así suceda, con hacha, esperma y sangre de por medio tras tremendo –impactante- arranque, muy visual.

The Cannibal Club (2018) toma un pequeño giro cuando Gilda descubre algo muy íntimo y oculto que el líder del club de los caníbales y jefe de Otavio, Borges (Pedro Domingues), guarda para sí, y se despierta el suspenso; el temor y la preocupación de la pareja. Con ello se plantea notable acción, aunque hay muchas escenas de simple interacción, intrascendentes, algo sosas. El filme es entretenido cuando se pone perverso, cuando te impacta con sus ocurrencias. Es una propuesta bien tratada, no es tan sórdida, aunque tiene escenas fuertes. El filme cree en lo que cuenta, es serio digamos, el humor no domina, permite el terror, el drama, la tensión.

Tiene a Otavio y Gilda, a los ricos, como dominantes de la trama, aunque más tarde esto cambia, sin demasiada argumentación, producto de perder el dominio de la situación, al tener presente a la traición, germen que empieza a germinar por temor a sean descubiertos –individual y colectivamente-, cosa que es más una paranoia o un elemento dudoso que una realidad que se palpe o sea solvente, ya que incluso los guardias –sucedáneos de la policía y la sociedad que los recluta dentro de una pirámide de poder- sirven de sexo y alimento, mezcla explosiva.

Por el final The Cannibal Club se vuelve impredecible –moviliza muchas posibles salidas-, venciendo cierto nacimiento de desorden, apoyándose en breves aclaraciones, y queda bien pegado finalmente. Ésta parte genera mucha acción, harto gore, un estado salvaje, muy buena cuota de terror. Es una propuesta que gana más bien cuando es básica, cuando recurre a lo más práctico, que cuando intenta argumentar o desarrollar más trama, aunque se expande a ambos lados. Deja como lectura anexa o secundaria lo social; plasma escueto y esencial, aunque potente, el abuso del poder y de la clases. Prima el placer, la extravagancia, cierta originalidad, con un atrevimiento que no se sobreexcita, percibiéndose un decente control a ese respecto, aun cuando trata mucho con el sexo y con asesinatos violentos.

viernes, 5 de octubre de 2018

Los demonios (The devils)


Es la película más excesiva, famosa, polémica, odiada y celebrada de Ken Russell, que es una historia religiosa, pero del tipo de quema de brujas o de lucha contra el demonio, la versión hardcore de películas como La pasión de Juana de Arco (1928) o de El Proceso de Juana de Arco (1962), donde un cura es perseguido por la inquisición, pero no por algo sobrenatural, sino por señalarle una vida libidinosa, por ser muy sexual y casarse a escondidas con una joven, que en realidad es porque éste cura, Urbain Grandier (Oliver Reed), defiende la independencia de su ciudad, de Loudon, del poder del Cardenal Richelieu quien manda a destruir a Grandier.

Grandier es como un rock star en su ciudad, y además un sex symbol, que en especial hace que las monjas se sientan fuertemente atraídas, lideradas por la madre Juana (Vanessa Redgrave), quien se mueve con la cabeza doblada, con una joroba, y es la más obsesionada con Grandier. De esto vendrá la idea de la posesión satánica en las monjas con lo que Russell proporcionará tremenda secuencia de locura, de desenfreno, de una orgía brutal, que tiene de esperpéntica, fiel al estilo del director británico, aunque no se percibe del todo explicada. Es más como una histeria que sigue a la madre Juana, de la mano de la persecución de la iglesia liderada por Richelieu y sus peones, el barón De Laubardemont (Dudley Sutton), el padre Mignon (Murray Melvin) y el cazador de brujas o exorcista padre Barre (Michael Gothard).

Es un filme extravagante, pero bien narrado, muy interesante también por su parte histórica, pero como acostumbra Russell se toma muchas libertades y sobre todo excesos. De cierta manera también se puede considerar una película de terror, pero no con un enfoque de miedo, es de utilizar sus elementos para hacer algo distinto. Varias escenas de la película tienen un toque visual artístico de horror, inclusive en la apariencia de la madre Juana, pero el filme propone con ello el drama histórico eclesiástico, el estallido psicológico, la demencia, cierto absurdo. En mayoría los excesos funcionan, porque tiene un background de hechos reales conseguido, sólido, aun cuando sus formas invocan el entretenimiento ligero.

Vanessa Redgrave y Oliver Reed están maravillosos, en los roles icónicos de sus respectivas carreras; Redgrave como una mujer poseída por una obsesión sexual y también afectiva, negada por el hombre que desea, porque a ella en realidad ganas y acciones nunca le faltan. Grandier es un hombre coherente aunque propenso a cumplir con su carnalidad. Yace más cerca de los protestantes -en varios sentidos- que la iglesia católica persigue con ahínco, dejando regados sus cadáveres –que explota visual y constantemente el filme- y tortura. Grandier a pesar de todo es consecuente, hasta confiesa sus culpas, acepta sus defectos, quiere su devoción a Dios pero también ser un hombre libre en su hedonismo, y aun trasgrediendo las reglas no merece la inquisición –las monjas se incitan solas-, ésto queda claro, con Russell haciendo énfasis en casi todo, es el exceso en su máxima potencia, afuera la sutilidad, y por más paradójico que suene funciona, porque es muy transparente, muy propio de su cine.

No todo es genial, pero es un filme más que decente, yo diría que hasta bastante bueno, pero entendiendo que el mal gusto y la vulgaridad coexisten con el interesante interés histórico que valga decirlo lo ha hecho Russell más atractivo que el común. Russell tenía especial aprecio por lo histórico, por lo intelectual, solo que también por plasmar el arte a su manera, volverlo popular, fácil y muy entretenido, con un infaltable toque de locura que queda más que presente en los comportamientos de las monjas, donde brilla la polémica, ya que en los curas más bien yace la maldad o frialdad, el interés personal, y así Grandier es el héroe del relato, pero con su cuota de corrupción, como es visto su deseo sexual –lo cual también lo puede dibujar doblemente heroico visto desde otra perspectiva-, luego hasta calmo al confesarse enamorado, y se le siente un tipo normal, pero trasgresor por ser un cura católico.

En el fondo parece la película tratarse de la defensa del evangelismo y de paso de lo británico –pensando en el tema serio de la propuesta- o, quizá más bien –pensando en el lado más marcado de Russell, el exceso-, de la libertad y liberalidad sexual, del placer per se, con los católicos como los verdaderos demonios, poseyendo en las sombras en realidad a unas monjas reprimidas y neuróticas, mujeres con ganas de tener sexo limitadas en sus anhelos, el resto simple pretexto. Pero a esto hay que agregarle un festín de cierto efectismo, de irreverencia, en una orgia mítica, y así es Ken Russell. Hizo lo que le dio la gana, y se saltó con ello su lugar en los libros más serios, pero se hizo también un cineasta de culto.

jueves, 4 de octubre de 2018

Montenegro: Cerdos y perlas


El presente filme es muy sencillo, con su infaltable extravagancia como distinción, pero de corte medio leve en ingenio y atrevimiento, pero no deja de ser una propuesta placentera y eficaz. Es la historia de cómo una mujer, Marilyn Jordan (Susan Anspach), un ama de casa, se aburre de su existencia familiar, de su marido (Erland Josephson) e hijos, y empieza a comportarse de manera extravagante, quiere aventura, o quiere un respiro, y esto es lo que nos proporciona el filme de Dusan Makavejev, la historia de una momentánea fuga.  

El producto genera distinción con expresiones absurdas o poco comunes en las acciones de sus personajes, como también está la mención de que están dentro de una película y falta emoción, como declarando al mismo tiempo que el cine de Dusan Makavejev va a la par del anhelo hedonista de su protagonista y heroína, digámosle a un punto feminista, aunque la salida o sanación se trate de un deseo carnal cumplido, de un simple aunque gran orgasmo.

Lo que además da personalidad a ésta propuesta es la nacionalidad del director y su mirada hacia la inmigración de sus compatriotas, yugoslavos, ubicados en éste filme en Suecia, país con el que Makavejev se permite bromear –en lo sueco anida la comedia-, y el sueco Erland Josephson como un esposo de ésta nacionalidad ayuda en el proceso, centralmente hablando del aburrimiento que profesan sus ciudadanos en su apacibilidad, su carácter sedentario, su excesivo orden y quizá conformismo.

Los yugoslavos son representados como unos juergueros/fiesteros en pocas palabras, también algo más chuscos, más irreverentes, más impredecibles, más sucios, más sensuales, más eróticos, más corruptos, pero aun así gente buena o aceptable o de quienes necesita paradójicamente la protagonista. El filme hace que la heroína termine en una taberna de obreros con algo de gánsteres –aunque buena onda-, de striptease, de venta ilegal de licor, de inmigrantes yugoslavos, que la tratan con respeto, aunque ella como nacida americana sea muy llana, muy aventurera, muy en busca de su libertad y liberalidad.

Montenegro –quien confiesa ser en realidad serbio- es un joven padrote y cumple sin ningún rollo de por medio ni elaborado background personal su función –el filme tiene un erotismo cuidado-; suena contrario al compañero que enarbola un cine más racional pero el cine de Makavejev es un cine que está tras lo esencial, sensual, liberador y primitivo, por ello no suena tan curioso –conociendo su irreverencia y osadía- que Makavejev fabrique un sueño húmedo femenino o, más bien, se trate al fin y al cabo de la mirada simplista masculina detrás de aquella liberación del lugar de ama de casa. Se plasma una postura rústica y básica; aunque hacia el “pecado” –entre comillas, porque parece no existir en el vocabulario de Makavejev-, con un acercamiento velado a la prostitución, también de cierta convencionalidad.

El filme no parece tener demasiadas pretensiones, aunque es bueno; pensemos que una canción luce como su inspiración o disparador –dejándolo muy claro-, La balada de Lucy Jordan, que llegamos a oír en la versión de la británica Marianne Faithfull, que no se oye tan afinada o fina, más parece cantante de la calle, del tipo de trovadores o juglares. Makavejev crea un filme solvente, entretenido, llamativo, con su suave novedad por doquier, todo desde lo más sencillo del mundo, una narrativa alegre y amable, seductora.