Película colombiana, debut de Natalia Santa, que gira
alrededor del ajedrez, con Samuel (el compositor Gonzálo Sagarminaga) de
protagonista, un profesor de ajedrez y de matemática que yace separado y tiene
una hija aun pequeña y vive solo en un humilde apartamento. Anda con 2 mejores
amigos quienes se le parecen mucho, cincuentones como él que pasan por algunas
dificultades económicas o amorosas. Uno es un don juan frustrado, indiferente a su matrimonio; el otro como reparador clásico de relojes pasa por
complicaciones por no adaptarse ni querer a los relojes más modernos, o a los digitales. Pero el filme coloca a Samuel
como el más perdedor de los tres con una eterna cara de derrota, de perro
triste, a pesar de que tiene el respeto y cariño de los asiduos visitantes del
antiguo -y real- club de ajedrez más antiguo de Bogotá, el club Lasker. No obstante
tiene de cierto su semblante cuando vemos que no puede lograr consumar una cita
afectiva con la madre divorciada de uno de su alumnos de matemática, quizá
porque la cree por arriba de sus posibilidades producto de que tiene mejor
posición económica que él, aunque ella parece atraída. También es un tipo
muy ético, como cuando la hija de quien le arrienda el departamento se le ofrece
muy sensualmente, directa al grano, no obstante tampoco es que Natalia Santa
sea una pacata y lo vemos a Samuel oliéndose la mano a poco de tocar la
entrepierna de la bella muchacha. La trama es estática en casi todo el metraje
en cuanto a hacerlo ver a Samuel como un perdedor y un hombre de baja
autoestima, consciente del peso de su soledad y aunque ama y respira ajedrez y
tiene su saber esto no le reconforta. Para más inri pierde en su club una partida con un
visitante extranjero frente a su fanaticada ajedrecista. El filme no posee
mucha acción, prefiere plasmar un ánimo, es lento, busca lo más cotidiano y llano
y así –o, si lo prefieren, aun así- resulta una propuesta cautivante. No
necesita ser una maravilla o un canto de exuberante originalidad en el cine
arte para ser agradable.
miércoles, 28 de junio de 2017
lunes, 26 de junio de 2017
City of the Sun
Chiatura, Georgia, es una ciudad minera semi-abandonada hoy
en día, otrora muy prospera cuando surtía de mineral –muy especialmente de manganeso,
incluso a escala mundial- a la Unión Soviética, la que repercutía en el
embellecimiento de la ciudad (aunque también existió una época previa de hambre
en la ciudad, y es como si uno esperara, como en lo bíblico, un nuevo ciclo de
renovación), pero actualmente en estado post-industrial, post-soviética, se ve
post-apocalíptica. El georgiano Rati Oneli nos muestra lo que ha quedado de
aquella pequeña gloriosa ciudad, ahora medio fantasmal, a sus ciudadanos movilizándose
entre subsistir, buscar algún dinero, y desarrollar sus pasiones, sea la
música, el teatro o el deporte.
Dos chiquillas, atletas silenciosas, corren y corren,
infatigables, son propias del imaginario de la lucha, pero el mensaje se hace demasiado
obvio y la composición manida, pero hay otras escenas logradas, como seguir en
más de una oportunidad la caminata de algunas personas a tiempo real en la
expectación de a dónde irán a parar, o la de una mina y su carrito de
transporte de metales avanzando veloz iluminando su paso. También hay
significación más particular y exitosa, como ver una vaca atrapada en un hueco,
no sabiendo por donde moverse para escapar de las ruinas, o a un tipo laborioso
destruyendo con martillo el concreto a gran altura, aprovechando las ruinas,
pasando quizá la página.
El filme plasma tomas y secuencias digamos que artísticas -curiosas,
bellas, de ángulos y fondos particulares- y significativas –algunas misteriosas,
y puede que algo nostálgicas, sopesando que involucra a la Unión Sovietica- de los
espacios de Chiatura, acompañado generalmente del diario existir de sus
pobladores, notando que muchas veces el lugar les queda enorme, como que se
traga a sus ciudadanos, la pasada gloria lo absorbe todo, y duele un poco de
observarse. Apreciamos gente empequeñecida por el espacio, aunque hay ratos que
la cámara lo aborda colectivamente y uno olvida un poco el entorno. Es así que
la composición visual por simple que a veces sea es metafórica.
Chiatura tiene mucho de soledad, pero también de fiesta,
tiene gente humilde pero resiliente o, si así lo quieren, indiferente. Sin
embargo no se puede evitar atender que la ciudad se percibe como un gigante
moribundo y su gente como “rémoras” de la situación, simplemente existiendo, pero además, aunque muchos son como olas que tan solo chocan contra
las piedras, también tienen sueños y anhelan/buscan placeres, la mayoría en
el arte y así vemos muchas expresiones que dan vida –aun- a Chiatura, a un
minero de actor de teatro, o a un profesor de música rompiendo concreto para
vender metal, ambos -y otros más- otorgan calado y virtud al filme.
The Challenge
Unos jeques árabes se preparan para un torneo de cetrería a
darse en Qatar, mientras aguardan vemos como la cámara del italiano Yuri
Ancarani nos muestra la vida privilegiada de estos millonarios catarís. Ellos se
encuentran siempre en total naturalidad, sosiego y seriedad, metidos en su
propio mundo, y lo espectacular es que podemos conocer su intimidad de la forma
más transparente. En una de las mejores escenas del filme los observamos
cenando tradicionalmente, es una mirada antropológica, cultural, pero también
curiosamente tienen muchas similitudes con occidente. Se puede apreciar que es
un mundo de hombres, no aparece en el filme ni una sola mujer, esto sumado, excepcionalmente
claro, a la ideología de relegar en su cultura a la mujer a un segundo plano o a
un estado de sumisión, pero es similar a occidente en cómo se hallan, en las
demostraciones de poder, de intrínseca e inconsciente ostentación, de irradiar
admiración por el lugar que ocupan y qué tanto poseen, como de una masculinidad
extrema, es el juego y divertimento de los machos.
No necesariamente los jeques se manifiestan vacíos con su
riqueza, simplemente es el estado de las cosas, son ricos y este es su forma de
vida común, si tienes, lo quieres, lo compras, es tuyo y, pues, lo disfrutas, y
es que están en su hábitat (el desierto nunca más simbólico), además de que
yacen dentro de un fin de semana “loco”. La cámara por ello más bien trata de no
parecer intrusa o fuera de lugar, celosa o juzgarles de banales. Ancarani y su
filme mantienen mayormente silencio, e incluso apenas se oyen un par de voces
de los árabes, el resto es observación y curiosidad, las imágenes se dedican a
enseñar sin juzgar, sin imponer ninguna perspectiva. Pero más humanos/terrenales
los árabes imposible.
Vemos un lado de despilfarro, los jeques conducen Lamborghinis,
poseen aviones privados para conducir a sus halcones, uno tiene de mascota a un
guepardo o chita, exhiben tecnología de punta, pero todo se ve como si de un
campamento de verano se tratara, tal cual las carpas observadas a distancia, donde
juegan videojuegos o componen autos para generar altas velocidades y mucho
ruido y fuego a su paso.
Implica en los protagonistas ser extravagante, pero también
la cetrería es una práctica milenaria, tradicional del mundo árabe, tanto como
de occidente, y la conducen de esa manera, cuidan y preparan a sus halcones con
suma delicadeza, saber y cariño, tienen respeto por estas aves, como Ancarani lo
muestra por este mundo de privilegio catarí, de aquí que resulte coherente que la
mirada subjetiva de la cámara fusione a los imponentes halcones con los
catarís, mostrando en la toma de captura a las aves en plena libertad y
espontaneidad.
sábado, 24 de junio de 2017
Te prometo anarquía
Esta película hace honor a su título, exuda autenticidad y
mucha potencia en el estilo de vida, e incluso no tiene mucha narrativa en
realidad y parece más bien que exhibiera solo fragmentos de cotidianidad intrascendente,
que además hasta lo skater parece un mero divertimento, algo no tan definitorio
de lo que pudiera uno creer a simple vista, aunque indica una cierta vagancia y
libertad juvenil, pero la cual en el fondo pudo ser cualquier otra. El filme se
relaja a ratos de lo skater, se “olvida” de esto y está muy bien, aunque
pretende y exhibe audacias con esta práctica (el patinar completamente desnudo,
el retorno en patineta por la carretera), pero todas estas fluyen, se pegan al
contexto, porque de lo que se trata aquí es ser uno mismo, en este filme anárquico
(argumentalmente), pero que se entiende perfectamente, aunque ausente prácticamente
de una historia, que no sea vagar, ser un joven salvaje y libre.
Lo curioso y bien trabajado de esta película son sus dos
protagonistas, dos jóvenes muchachos enamorados, si bien nada los ata que no
sea la intensidad de su atracción mutua y la vida sin rumbo. Hacer dinero es
llevar gente a que done sangre, y ahí se da una subtrama sobre la violencia de
México, la que puede disparar por donde uno menos cree. Esta subtrama llena de
culpa y enojo a los protagonistas, pero poco más y queda ahí, ya que de lo que
va el filme es del apasionamiento de Miguel (Diego Calva Hernández) y Johnny (Eduardo
Eliseo Martinez).
El eje es Miguel, el chico digamos que bueno, enamorado,
mientras Johnny es el loquito suelto, el que es, vive, sin casi complicación
alguna, aunque ambos son parte de la misma extravagancia, la que maneja
perfectamente en la presente película el guatemalteco mexicano nacido en EE.UU.
Julio Hernández Cordón –director de la austera pero muy simpática docuficción Las
marimbas del infierno, 2010-, gracias a una conseguida liberalidad/libertad
llena de frescura y naturalidad.
Miguel es el chico bien que se libera –es él mismo- con el
chico de barrio, aunque esto no está marcado. Igual el filme no pretende presentar
cortapisa alguna de su inclinación sexual, es un México totalmente libre y
tolerante, inclusive la madre de Miguel apenas lo reprende, rendida ante el
hijo rebelde, aun aduciendo su conocida amistad con Johnny. El apasionamiento de
Miguel y Johnny está en todas sus acciones, ambos viven la vida a toda máquina,
sin mucha meditación, pero les cae algo de karma por tanta anarquía, aunque
viendo también que son mucho sólo circunstancias, un pequeño buen truco extraído
de la chistera.
La película que vendría después, Atrás hay relámpagos (2017),
es mucho un remake asolapado aunque con distintos “nombres” en todo de Te
prometo anarquía (2015), lo genial y significativo de esta primera luce
bastante inferior, vacío y hasta defectuoso en la siguiente.
jueves, 22 de junio de 2017
The Eremites (Die Einsiedler)
Dentro de una población
austriaca ubicada en los Alpes italianos en una montaña hay una granja donde viven dos ancianos, su hijo
Albert (Andreas Lust) de mediana edad ha pasado a vivir en la parte de la
ciudad, mientras trabaja en una cantera no muy lejana del hogar de sus padres.
La anciana madre, Marianne (Ingrid Burkhard), no quiere que su hijo viva en la
montaña, quiere que se adapte a la ciudad y tenga una vida mejor. Albert es un
poco retraído y le cuesta aun adaptarse a la ciudad, además de que siente un
gran vínculo emocional con sus padres. Esa separación y contraste le pesa, aunque
Albert ama a una mujer. En la montaña la vida ascética, por más raro que suene
por una parte, no cumple con darle felicidad y tranquilidad a estos hombres del
campo, la anciana siente los embates de la realidad y profesa decepción, lo que
pretende es que el hijo se inserte en una vida menos sufrida. El frío y la
soledad de la montaña que lleva Albert pegados al cuerpo es su lucha, además se
enfrenta a compañeros de trabajo que lo aturden. Pero el único camino que
parece quedar es abandonarla. El filme muestra mucha dureza por la vida en la
granja, pero Albert siente demasiado amor hacia aquella existencia representada
en sus padres. Este amor no es tan efusivo, el trato es llano, pero se percibe
en todo momento. El filme del italiano Ronny Trocker intenta desligarse de lo místico
y lo poético, y buscar la practicidad del mundo, todo lo que se entiende
necesita Albert, y debe aceptarlo, a la inversa de lo que solemos escuchar, de la belleza y la paz de lo bucólico.
The Saint (Sventasis)
Vytas (Marius Repsys) es un tipo grande que se ejercita en
su casa, acaba de perder el empleo y pasa el tiempo amodorrado, tiene 2 hijas
pequeñas y su correcta esposa para ocupada. Vytas se dedica a buscar empleo,
pero no halla nada, la situación en Lituania, su país, es de crisis por lo que
escuchamos a través de lo que ve en la tv. Vytas se tienta con una relación
extramatrimonial con una peluquera cool que lo muestra inmaduro. Vytas me
recordó instantáneamente -aunque suene curioso decirlo- al campeón mma Fedor Emelianenko
por su parecido físico y porque Vytas a pesar de su gran tamaño luce como un
tipo bastante tranquilo y amable. El director lituano Andrius Blazevicius
muestra como su protagonista, en una muy buena actuación del novel Marius
Repsys, pasa por el viacrucis del desempleo y la superficialidad del hedonismo
para hallarse a sí mismo. El filme maneja muy bien lo cotidiano y las emociones,
Vytas es un tipo sensible pero tiene mucho que vivir. El filme es un buen
retrato de la vida misma, con un personaje algo atípico, un tipo que parece
guardaespaldas o bouncer, pero que es igualito a todos nosotros. The Saint (2016) discute
la epifanía, lo místico, pero desde la vida común, desde la aparente
simplicidad, pero que yace cargada de existencialismo, mostrando
que lo sencillo puede albergar mucha complejidad, que la vida de cualquier
persona es importante, que ama, sufre, se equivoca y puede decidir ser mejor,
se trata de la belleza de lo común, de los pequeños grandes problemas.
martes, 20 de junio de 2017
Vers Madrid: The Burning Bright
El documentalista francés Sylvain George filma el Movimiento
15-M, movimiento pacífico de protesta realizado en Madrid a raíz de un 15 de
mayo del 2011. En este vemos por una parte, en un inicio, una especie de fiesta
a lo Woodstock, pero sin drogas ni desenfreno hippie, con jóvenes aglutinados
para protestar mientras cantan, bailan y se entretienen, como dice un extraño
orador, para que no se aburran. Luego esto terminará en la represión del estado
y la policía, donde se torna un poco violento el panorama y surge el
desencanto.
El 15-M, por lo que vemos en el documental de Sylvain George, está plagado de oradores improvisados, lo cual denota autenticidad en el movimiento, no se trata de políticos encubiertos haciendo campaña para próximas elecciones o intentos políticos de lucirse, hacerse notar y conseguir beneficios más tarde, la política suele estar repleta de oportunistas y mentirosos. Esa improvisación tiene un lado negativo también, se le da pantalla a mucho tipo extravagante y poco serio, que parecen salidos de un teatro de variedades.
El 15-M, por lo que vemos en el documental de Sylvain George, está plagado de oradores improvisados, lo cual denota autenticidad en el movimiento, no se trata de políticos encubiertos haciendo campaña para próximas elecciones o intentos políticos de lucirse, hacerse notar y conseguir beneficios más tarde, la política suele estar repleta de oportunistas y mentirosos. Esa improvisación tiene un lado negativo también, se le da pantalla a mucho tipo extravagante y poco serio, que parecen salidos de un teatro de variedades.
Sylvain George trata de exhibir lo atípico, lo curioso, en
su documental, y cae mucho en lo poco atractivo, en lo intrascendente, generando
más bien lo contrario a lo que busca, desinterés. Se entiende que trata de no
mostrar el producto solo como un documental político tradicional, informativo,
insulso, propio de la sencillez de un noticiero, sino pretende algo mucho más
artístico, como se aprecia en esas construcciones de imágenes de complemento -como collage- que intentan apaciguar,
otorgar orden, a la suma espontaneidad y el caos –aunque pacifico- que ha filmado
del 15-M. El intento artístico no es mucho en el filme, tampoco está muy
conseguido, los insertos de apoyo o complemento lucen en parte arbitrarios, gaseosos
y distantes en su búsqueda de metáforas. Finalmente el filme se rinde al
material in situ y a la fluidez del momento.
El filme tiene momentos delirantes, como ver a dos hombres quitarse
la ropa y quedarse completamente desnudos gritándoles reclamos y explicaciones a
la fila de sordos y firmes policías. Es una película curiosa a fin de cuentas,
más allá de tener o no material realmente atractivo, es como decir que es lo
que hay, y esa naturalidad tiene valor. Se agradece que no sea cine de propaganda,
o un cine calculadamente ideológico, se entiende lo que el 15-M defiende, contra
quienes luchan, aunque el documental adolezca de mejor efecto. Le falta un
balance ciertamente, está demasiado abandonado también, pero es un documental
que se aleja de lo tradicional, como de lo racional, y explora lo esencial, lo auténtico
y lo primitivo.
domingo, 18 de junio de 2017
Personal Shopper
Personal Shopper, del galo Olivier Assayas, nada entre lo
interesante y lo ridículo, en la que es una historia de fantasmas mezcla de
terror, de The Devil Wears Prada (2006), de realismo como un thriller/misterio,
y de la obsesión del gran Harry Houdini, por entablar comunicación con los
muertos. Kristen Stewart ha pasado de ser una popular estrella mainstream con
productos de dudosa calidad -La saga Crepúsculo- a una musa del cine arte y un
poco una estrella del cine europeo gracias al mismo Assayas y su intervención
en la película anterior de éste francés, Clouds of Sils Maria (2014), con la
que Steward ganó un premio César. Nuevamente se convierte en la musa de
Assayas, sale en topless en un par de ocasiones, desfila ropa sexy, aunque también
tiene de mujer ruda (sin violencia), e incluso aparece masturbándose
(brevemente). El filme pone a Steward de asistente de compras, mientras trata
de comunicarse con su hermano muerto que era creyente de lo paranormal. El
filme empieza con la idea de que ella logre contactarse, pero pronto ante la
llamada de un desconocido –por mensajes de texto- en su celular el filme
trasmuta en una película de misterio que disminuye mucho lo sobrenatural,
aunque bascula en el cine de terror que se perpetúa en la ambigüedad, incluyendo
un mix de géneros. Assayas maneja originalidad y riesgo con una película que logra
salir a flote cuando su éxito inicialmente vacila. Entrados en la mitad del
filme este yace en óptima forma, posee un buen ritmo además. Steward se pone en
el papel de una persona algo extravagante y le sale bastante natural. También
se luce misteriosa y sensual con cierta contención, quizá porque no es demasiado
expresiva. El filme recurre mucho al uso del celular, un recurso que nunca
agota, mantiene la expectación apoyándose de buenos diálogos que se manejan entre
la extrañeza y la seducción del anonimato. Assayas tiene genio para extraer
talento de sus actores, como pasaba igualmente con Edgar Ramírez en la
miniserie Carlos. Junto a él Kristen Steward se muestra como una actriz atractiva
en el cine arte.
lunes, 12 de junio de 2017
It's Not the Time of My Life (Ernelláék Farkaséknál)
Esta película, ganadora del globo de cristal, máximo premio
del festival de Karlovy Vary 2016, se manifiesta muy obvia y por un lado manida, marca una intención con alevosía y luego “huye” del lugar para
pasar a otra cosa, porque de lo que se trata el filme es de hablar de la vida
común a tantos otros desde el matrimonio relativamente joven (uno que está a
comienzos de los 40s) con sus peleas, frustraciones, decepciones y miedos, sobre
dos familias, una pobre y otra rica, unidas por parentescos de sangre, los de dos
hermanas. La familia exitosa le pertenece a la menor, a Eszter, y a su marido
Farkas (el mismo director del filme, el húngaro Szabolcs Hajdu), juntos tienen
un niño de 5 años, Bruno, que es insoportable y está malográndoles el
matrimonio porque producto de su comportamiento fuera de sí estallan continuas
peleas. La familia pobre económicamente -y para colmo ella infiel- le pertenece
a Ernella, y tiene una hija de 10 con el bueno pero austero de Albert. Ernella le echa en cara a Eszter de la forma más directa su situación social y el filme medio que naufraga en el sempiterno lugar común. Pero al menos la
propuesta no se queda solo aquí, hay otros conflictos, el propio amor de pareja
o el amor incondicional a los hijos se ponen en duda. Más tarde el filme se
vuelca a lo Ingmar Bergman en una presentación casera de teatro realizada por los
niños de ambas familias. Aparece una pequeña extravagancia, los padres lucen máscaras
de carnaval. Y el filme pasa al estado emocional de la típica canción de “Todo
va a estar bien”, que me hizo pensar en la serie de tv. La vida continúa, y
tampoco es tan malo, la serie era muy entretenida. Lo mejor del filme es un
arranque que aunque difícil de seguir muestra una anarquía y frenesí en parte interesante
(¿a dónde nos hubiera llevado?), que luego se diluye en un filme amable, con
una narrativa al menos decente y llevadera, fuera de tanto conflicto.
lunes, 5 de junio de 2017
The Fixer (Fixeur)
Radu (Tudor Istodor) es un periodista con muchas ganas de
crecer en su medio periodístico afincado en Francia (se le llama un
perfeccionista), para lograr su meta se interesa por un caso de dos chiquillas menores
de edad prostituidas a la fuerza en París que salvadas de la trata de blancas han
regresado a su hogar en Rumania. Radu por ser rumano se presta de intérprete y
negociador del caso, con él viajan unos periodistas inescrupulosos franceses.
El rumano Adrian Sitaru discute sobre la ética del periodismo que tantas veces se comportan como buitres
tras la noticia, sin importarles realmente la vida y el dolor de los
involucrados, para esto la niña prostituida que buscan tiene a todas luces un
trauma y aun no lo sobrelleva, pero el deseo de obtener una noticia mediática y
de interés humanitario hace que solo les importe convencerla a toda costa y
obtener lo que quieren, prestigio como periodistas. Sin embargo, Radu por más
ambición que tiene se debate entre la moral propia y la influencia del grupo.
El filme tiene el estilo clásico del atractivo cine rumano,
que suele poner el dedo en alguna llaga, abordando siempre temas cotidianos y
universalmente representativos con suma naturalidad, dentro de un aire fresco,
relajado pero jamás vacío o superficial, bajo una cierta infaltable audacia
narrativa, en una atmosfera calma, mesurada, pero entendiéndose sin dificultad
todo el panorama de alguna discusión importante, a veces saltando algo de
explosividad, como cuando la niña intenta hacerle sexo oral de la nada a Radu,
con lo que el punto queda muy claro. Pero por lo general suele recurrir a la sutileza,
como también nunca le falta realismo, pero no el burdo.
The fixer es una película valiosa, partiendo de algo muy
pequeño, expuesto de esa manera también, con humildad, que con el viaje y la búsqueda
de lo cotidiano se viste de sencillez, una que suele distinguirle y no
representa en absoluto un cine menor, sino una elección narrativa autentica y
propia de su cine. De la mano va una subtrama –con el niño e hijo de Radu- que responde
con inteligencia toda la temática, aunque pareciera engañosamente estar como sobrante
por su excesiva delicadeza, que trata de la distancia del amor en cada caso.
domingo, 4 de junio de 2017
Alien: Covenant
Alien: Covenant es la segunda precuela de la saga Alien, que
le sigue a la decente Prometheus (2012), a las que injustamente se les pide que
emulen lo que hiciera el mismo director, Ridley Scott, con Alien - El octavo
pasajero (1979), la primera película, la que fue un hito dentro del mix sci
fi-terror, y para el cine en general, y es pedirle un imposible, pero Alien:
Covenant es una buena película sin ser extraordinaria. En realidad, la saga de
Alien es pura cinefilia, que en lo personal me fascina y entretiene mucho, lo
que hicieran igualmente James Cameron, David Fincher y hasta Jean-Pierre Jeunet
en las continuaciones. A éste último, aunque más atacado que el resto, hay que
reconocerle que le dio más background a la historia, respetando al original, y
podemos apreciar que deja influencia filosófica y argumental en Alien:
Covenant, que es una película que trata de salirse de la simple pero adictiva persecución,
el escondite, el misterio y la acción pura y dura que se manifestaba
sobremanera en las tres primeras, salvando que cada obra ha tratado de aportar
un poco más a la mítica del xenoformo o alien.
Vemos que en Alien - El octavo pasajero se habla de la concepción
y la maternidad de forma oscura, perturbadora y matricida, que ha sido la esencia
del monstruo. Ahora además se trabaja -mucho más- con el doble y la dualidad,
en aquellos sintéticos, tipos de robots que siempre han estado en la saga, que
interpreta magistralmente por partida doble Michael Fassbender, y que muchos
machacan que es lo único bueno de Alien: Covenant, cuando todo gira alrededor y
consecuencia de él, toda la narrativa pasa por su participación, por lo que ver
y disfrutar de estos 2 personajes más bien es elogiar toda la película.
Al comienzo del filme vemos al sintético David formular la
base filosófica de la propuesta cuando conversa con su creador, un científico multimillonario,
a quien David, alguien que buscará la perfección, lo siente cruel y que no lo
ama, sino lo minimiza, lo ve como un objeto, y David, como los replicantes de Blade
Runner (1982), se adhiere mucho a un espíritu muy humano, en sus pasiones y
anhelos existenciales, y termina odiándolo y odiándonos. En medio surgirá un
plan ego-maniático –todo a partir de un pequeño mensaje, un dulce- en una
amalgama que tiene de mística, artificial y fantástica.
El filme de Ridley Scott tiene una tripulación no mala –por
una parte desconocida- pero algo desangelada (obviamente Sigourney Weaver es
irremplazable, y ya cumplió, y aquella tripulación de la primera Alien era
demasiado estupenda, con el siniestro Ian Holm, la dramática Veronica
Cartwright, el sensible John Hurt, el bobo/relajado simpático Harry Dean
Stanton, el líder típico americano Tom Skerritt y el punk soft Yaphet Kotto), y
no recrimino en absoluto la torpeza de la tripulación que es parte natural de
toda película de género, es la entrada a la diversión y al juego con lo que
espera por sus víctimas, pero esto es secundario, es una herramienta, porque el
plan maestro oculto es lo que realmente importa y es típico del placer del cine
de terror, tratar de matar sin demasiada pompa argumental a fin de cuentas.
Ridley Scott, la historia de los guionistas Jack Paglen y Michael
Green, y los guiones de John Logan (guionista en solitario de las geniales El
aviador, 2004; y Sweeney Todd, 2007) y el debut en guion de Dante Harper mutan/fusionan
el argumento de Prometheus de los dioses extraterrestres. Todo encaja a la
perfección, el argumento es bueno, claro y sólido, y no solo queda en esto el
filme, también impone acción trepidante y tenebrosas escenas de terror –con alguna
tontería como la pelea entre David y Walter que parece salida de una mala película
de kung fu; mejor la escena con la enseñanza de la flauta, y el ataque
intempestivo-. Alien: Covenant muestra distintos (nuevos) tipos de xenoformos,
hasta el clásico del final. Recurre a todos los elementos propios del Alien (como
era una queja hacia Prometheus; querían ver más al monstruo). También genera
las clásicas emocionantes explosiones gore, tras sembrar el Alien en el cuerpo humano, a las que añade novedosas aperturas.