Documental catalán de Jordi Morató que nos muestra en la Villa
de Argelaguer, provincia de Gerona, Cataluña, la construcción de Josep Pujiula alias
“Garrell”, de su propia selva en un bosque, con una gran estructura
arquitectónica artesanal que contiene múltiples caminos bajos o por altura,
hasta laberinticos, torres enormes y lugares de reposo y de resguardo de varios
tipos. La ha construido en tres oportunidades tras tener que destruirla por
diversos motivos. La primera vez es filmado en formato casero por un joven
entusiasta de 14 años llamado Aleix Oliveras, abundante archivo que vemos y
tiene un estado pasable pero precario. Se ve como Garrell juega a ser Tarzán,
más tarde hasta con niño incluido, creándose un cine incipiente, amateur, en
una aventura que recrea la lucha contra la supuesta civilización, la que viene
como representación de la destrucción de la naturaleza. La segunda oportunidad
es para que lo documente la historiadora de arte la estadounidense Jo Farb
Hernández como registro del arte marginal, del Art Brut, por lo que a Garrell
se le considera un artista. La tercera vez lo filma Jordi Morató recogiendo
toda su historia que son 45 años de labores en su jungla. Garrell tiene 76
años, y aún sigue tan ingenioso como siempre y más perfeccionista que nunca.
Tiene la costumbre de retarse cada vez más, con lo que comenzó como un simple juego,
y no le representa más que una pasión, placer personal y un entretenimiento. Su labor ha sufrido de vandalismo, y de la oposición de las autoridades producto
de la realización de una carretera en la zona de su selva. Garrell es un hombre sencillo en el trato y en la palabra,
pero con una habilidad inigualable, es un constructor prominente. Él se
divierte en su creación, y no solo la ha tenido para sí, sino la ha compartido
gratuitamente como si fuera un especie de parque de atracciones al paso,
secreto, en el anonimato y descubrimiento casual. El documental de Morató ganó
el reconocimiento de mejor documental en los Premios Fénix 2014. Es un filme
atractivo, amable, interesante y llamativo, con una historia que habla por sí
misma, que no pretende florituras. El centro de todo es conocer la genialidad
de Josep Pujiula, tantos años de pasión, resumidos perfectamente.
miércoles, 12 de octubre de 2016
sábado, 8 de octubre de 2016
La helada negra
Lo que indica el título es un fenómeno climático que malogra
la siembra, y de paso enferma a los animales. El escenario del filme se halla en
Valle María, Entre Ríos, en una comunidad de alemanes del Volga. La película se
inspira en un acontecimiento real que escuchó alguna vez el director Maximiliano
Schonfeld, en su natal Crespo, Entre Ríos, sobre la santidad de un
niño.
Una foránea, de cabello oscuro, Alejandra (Ailín Salas),
llega de forma rara al lugar, en medio del que parece otro fenómeno. Pronto se
forma la idea de que ella es una santa, y puede solucionar el problema de la helada
negra, sabe uno de donde nace esa idea, quizá porque su cabello es distinto, y
sus rasgos criollos, mestizos, novedosos en contraposición al rubio dominante
de la comunidad, crean fascinación en el
lugar. También inspira una sensualidad velada y una atracción respetuosa en los
varones lugareños. Además no faltan las habladurías de que es todo una farsa,
pero así se mueve el filme, sin confirmar nada, ¿es o no todo un truco o en
efecto posee divinidad?, la propuesta se desarrolla bajo una extrema sutilidad
y ambigüedad, que incluso el tema de la helada parece desaparecer de la trama.
El misterio va en aumento (como con algún vínculo afectivo
que surge repentinamente) en medio de la total naturalidad y aceptación general.
El filme se abstiene de dar veredictos. Ese es el estilo que maneja y lo que le
otorga distinción, dentro de una muy buena producción. El misterio es parte
trascendente y lograda de la propuesta, tratando de crearse un equilibrio, aunque
podría desesperar. Me recuerda a El verano de los peces voladores (2013) donde
uno puede perderse de su esencia y hallar un filme inferior a lo que exhibe y pretende.
No parece pasar nada en el filme, que no puedan ser
coincidencias. Alejandra acepta el lugar que le otorgan, de manera sosegada y
siempre mostrando autosuficiencia, incluso tras lo que pareciera un ataque
sexual. Recibe regalos de “pretendientes”, sin ningún inconveniente, y otros
prestamos más ostentosos (habiendo una cierta superficialidad en todo esto),
ella vive de la fascinación que produce, la que tiene soporte también en lo pedestre,
ella genera deseo carnal en los hombres del lugar, en viejos y jóvenes, y hasta
incluso entre las chiquillas.
El filme juega a “creer” en la santidad de Alejandra que
luce como cualquier mortal, simplemente con un aplomo que es intimidador, pero
sin perder esa juventud, lozanía e inocencia que proporciona la figura de Ailín,
y a hacérselo creer al espectador, mediante atmósferas (con ayuda del sonido), sugiriendo
a ratos algo extraño por suceder –como cuando una mano aplasta un tomate- y
cierto misticismo trabajado con imágenes distorsionadas tipo vídeo arte.
miércoles, 5 de octubre de 2016
Como me da la gana II
El documental del chileno Ignacio Agüero es un canto a la
pasión por el cine, todo parte de una pregunta sencilla a directores chilenos relativamente
nuevos o vistosos o prometedores de hoy en día, ¿Qué es lo cinematográfico de
lo que estás haciendo?, que continua aquel mediometraje documental de 30
minutos del mismo título hecho en 1985, que por entonces implicaba una preocupación
que colindaba con hallar el propio lugar en el cine para Agüero, ¿qué película
hacer durante la dictadura?, seguido de ¿de qué trata tu película?, y por
último ¿quién la vería, a quién va dirigida? Lo que se inspiraba en la realidad
de Agüero, al ser censurado su mediometraje documental llamado No olvidar
(1982), que contaba sobre la matanza de 15 campesinos en Lonquén en 1973 a
comienzos del golpe militar de Pinochet. El filme se daba a conocer bajo el
sobrenombre de Pedro Meneses, en honor a uno de los campesinos ajusticiados por
la dictadura.
Los nuevos tiempos le exigen otra pregunta, le provocan otra
curiosidad existencial, y aunque Agüero decide responderla al final de la forma
más básica y diplomática, en un estado de relajación que siempre lo acompaña,
los entrevistados presentan respuestas y perspectivas muy interesantes, en
medio de lo que luce un acto espontáneo y que llega a sorprender a algunos. Las
respuestas nos iluminan sobre la distinción de un (simbólico) árbol de los demás; sobre el ejercicio de la historia y la memoria que tiende a mutar, a
corromperse y a repartirse (en el cómo perdura); sobre la retroalimentación entre
los objetos/entes y cómo se crea la realidad, a partir del arte; sobre la
interiorización de la mujer desde la opción sexual de una directora; sobre la
concepción de un mundo interno y verdadero en lo narrativo; sobre la
fragmentación y la polifonía por sobre lo lineal; y sobre la artificialidad y
creación de una ilusión llamada séptimo arte.
En este nuevo documental vemos rostros conocidos como el de Pablo
Larraín, que habla muy ligero, o el de José Luis Torres Leiva con el que Agüero
tiene -entre sus películas- una especial empatía, conexión y cierta visión
compartida. Este documental muestra -con unos cuantos jóvenes creadores- el panorama
de la idiosincrasia artística chilena actual, todos estos directores aportan su
grano de arena, alguna trascendencia, aunque no falta la ironía en el asunto y
el rehuir implacable de la solemnidad, en un
documental que profundiza en el arte del cine a partir de una realidad nacional
que empieza a tener solidez, ya no viéndose como el nacimiento de una vocación cinematográfica
general en el país, sino una vocación que atiza la complejidad que otorgan los
años, pasando a un nuevo capítulo, de lo que antes representó para Agüero concebir
Cien niños esperando un tren (1988) y hallarse como documentalista.
Agüero muestra de forma humilde cierta luz en la oscuridad a los que pretenden seguir sus pasos o anhelan conocer el mecanismo “secreto” de una pasión, tras la esencia del propio cine. A las voces de los directores él considera solo pistas, implicando más bien entusiasmos y motivaciones que caminos, como un maestro horizontal, que llama a las propias búsquedas y significados, señalando que todos yacen en el mismo peso.
Agüero muestra de forma humilde cierta luz en la oscuridad a los que pretenden seguir sus pasos o anhelan conocer el mecanismo “secreto” de una pasión, tras la esencia del propio cine. A las voces de los directores él considera solo pistas, implicando más bien entusiasmos y motivaciones que caminos, como un maestro horizontal, que llama a las propias búsquedas y significados, señalando que todos yacen en el mismo peso.
Como me da la gana II ganó el máximo premio del festival de
cine de Marseille 2016, en este la voz en off y guía de Agüero le habla con aire paternal a su montajista, Sophie
Franca, como si la arrullara con un cuento, emparentándolo al ejercicio de
director de cine, un artesano de la imaginación, creándose la ilusión de que el
documental se va haciendo al andar, en un filme que en esencia es el repaso por
su legado cinematográfico, por lo que lo define, a su arte, a su estilo y a una
vocación lograda, dentro de un aura de afinidad y llamado a la pasión, igual al
de la educadora Alicia Vega con la que existe otro gran vinculo cinematográfico.
En esos rostros de niños embobados con la gran pantalla, mientras pinta con la
luz y la toma tras lo aprendido, y se pierde sin mayor sentido en la filmación
de gorriones.
lunes, 3 de octubre de 2016
Boi Neon
Ambientada en el nordeste de Brasil exhibiendo el mundo oriundo
de las vaquejadas, un tipo de rodeo donde 2 jinetes derriban a un toro, mostrando
integra y perfectamente aquel tipo de vida, pero teniendo a un protagonista muy
particular. Iremar (Juliano Cazarré) es un vaquero, pero también un amante de
la costura de ropa de mujer, el sueño que tiene es ser modisto, de esto que se
entusiasme con una simple fábrica textil, a pesar de que se mueve en las
vaquejadas como pez en el agua. Iremar se comporta como un vaquero común, como
un tipo rudo y macho, pero se destaca por su conocimiento de la moda, que en el
filme no perturba a nadie, tampoco que Junior cuide de su cabello peor que hembra
vanidosa.
Iremar sabe de perfumes y de ropa, y a ese respecto se
atribuye ser culto, no homosexual. Esa mezcla en él no es incongruente, aunque
sí, desde luego, curioso, manejándose los dos ámbitos sin problemas, con
normalidad, como si habláramos de simples oficios, no obstante escuchamos renegar
a Iremar en un comentario de que siempre huele a caca de animal. El resto de
gente que vemos es tal cual el lugar en que existen, salvando por una parte a
una mujer guardia y perfumista embarazada, que se parece a Iremar. Al grupo del
rodeo le acompaña Galega (Maeve Jinkings), una mujer rustica, pero bella, a la
que Iremar considera una ignorante. Galega es sensual aunque muy básica, ahí la
vemos depilarse el vello púbico a pleno día metida en un camión con las piernas
separadas, en una escena muy poderosa y provocativa en su estética. Boi Neon
tiene un par de puestas en escena de este tipo, como con esas muestras aisladas
de quienes son los protagonistas. Galega puede ser una bailarina exótica, a la
vez que pagana, escondida en el disfraz de una cabeza de yegua, en un claro
culto a lo animal, a lo salvaje. Ella tiene una hija pequeña que cuida con un
amor tosco. Con ellos completan el equipo rodante dos vaqueros más (intrascendentes),
y un tercero -en reemplazo- que parece invocar algún giro.
El segundo largometraje de ficción de Gabriel Mascaro,
después de Vientos de agosto (2014) es una película que es interesante y
cautivante, tiene su cuota de comedia, y también mucho erotismo escenificado
muy natural, como en su película antecesora. También tiene su toque vulgar y
llano, que está hasta en Iremar, pero no afea el conjunto en general. Es un
mundo en parte bruto el que dibuja y eso no se pierde nunca, pero tiene su capa
de complejidad y de devenir novedoso en sus personajes. Iremar busca los pedazos
de un maniquí en un terreno con una vista entre ilusoria y sucia, lo que hace
de Boi Neon una construcción estética constante.
domingo, 2 de octubre de 2016
Historias extraordinarias
El filme tiene 3 líneas
narrativas centrales, tres protagonistas en X, H y Z, son como tres películas
en una, y más, porque éstas se siguen bifurcando y apareciendo nuevas
historias. Pero también menos porque no se logra consolidar ninguna, se
terminan difuminando o son muy breves. Es como que poco importa tener una trama
sólida y completa sino jugar a sólo narrar una aventura tras otra, a la
práctica de contar relatos y de capturar la atención del espectador aun a costa
de “timarlo”, durante 4 horas de metraje.
Se inspira en la literatura, enorme soporte del filme, y
lo que suele ser un lastre o deficiencia, no ser puro cine, no explotar a
plenitud el lenguaje cinematográfico, aquí funciona producto de los pocos
recursos con los que cuenta en producción, con una voz en off que es determinante
para abarcar mucho más de lo que la sencillez visual y las escenas proporcionan. Se sostiene mucho de aquella voz que brinda harto
argumento y construye y potencia la película, en una obra que tiene de noir y de
misterio, de thriller y de variedad de clases de historias, hasta de tipo romántico
y moderno con la sub-trama de Lola Gallo, la peor parte de la realización, que
resulta más nefasta aun con una canción de acompañamiento perpetuo en la
sección, con Roberto Carlos cantando El gato que está triste y azul.
El filme es interesante, tiene un arranque poderoso. Dos
hombres matan a un tercero que llega en un tractor con un maletín. Le pegan un
tiro de escopeta y huyen. Otro hombre, llamado solo como “X” (el director de la película Mariano Llinás) observa todo, se acerca e irónica y
audazmente termina rematando al hombre caído, también huye, pero con el maletín
misterioso. Esa apertura es genial, anuncia la promesa de meternos en lo que
invoca el llamativo título y lo que da es un filme con altibajos pero
competente al fin y al cabo. Lo que viene después son estados de cierta locura
en un aislamiento de meses, y pierde mucho encanto, aunque no muere del todo el
interés. En el trayecto se habla de un hecho real, del
arquitecto italiano Francisco Salamone, de su ambición profesional, grandeza y su
brutal caída, la que es una historia muy atractiva, pero no llega a
desarrollarse y simplemente desaparece.
Una segunda línea central tiene a un tal “H” en otra
aventura de esas espectaculares. Una apuesta entre dos socios de la Asociación
de mayo da pie a contratar a “H” para una misión, ir en busca de los monolitos
de la Compañía Fluvial del Plata que indican la posibilidad de un proyecto,
mientras que el contrincante manda a otro hombre a destruir las huellas. Esto desencadena en una extraña amistad surcando el río Salado. Puede parecer
medio embrollada la idea de la apuesta, pero lo que más interesa es el viaje, que
termina en un nuevo cuento, curioso y simpático, aunque es poco en realidad, el de los soldados ingleses Jolly goodfellows.
La tercera línea central tiene a “Z” llegando a un
puesto de trabajo aburrido y burocrático reemplazando a un tipo supuestamente
anodino con el que queda vinculado al descubrir que tenía una especie de doble vida, que termina definiéndose como una existencia pesimista a pesar de vivir las dos
caras de la moneda. Se trata de un juego -en busca de develar secretos y algún
tesoro- en que “Z” disfruta de sentirse atraído por dos mujeres e interactúa
con un león, que es la parte visual más sorprendente de la película, junto
a un tanque.
El ciudadano ilustre
El filme de la dupla argentina Gastón Duprat y Mariano Cohn
es una comedia y representa al cine comercial, el que peleará por su país por
una nominación a los Oscar y a los Goya, como lo hizo en el festival de Venecia
2016 y que trajo el premio de mejor actor para Oscar Martínez. La propuesta de
Duprat y Cohn es un cine directo y sumamente claro, hasta tiene de inocente
(hace gracia el intempestivo spot en la radio local), pero no es una comedia
barata ni vulgar, como la de la incursión de los cómicos peruanos en el cine.
El Ciudadano ilustre tiene forma, tiene sentido, y tiene humor negro, una
comedia bien trabajada, aunque franca y amable, no obstante bromea con el
infierno que puede crearse al vivir en un pueblo chico (o mejor dicho, regresar
a uno tras 40 años de ausencia), donde todos se conocen y uno se puede asfixiar
en las pocas oportunidades de poder tener una vida excepcional, que no digo
intensa, porque aquí termina siéndolo. En la broma entra a tallar lo complicado
y abrumador que es convivir con lo autóctono, con nuestro pueblo, digamos, y
esto quizá moleste a los que creen en las idealizaciones.
El filme también se ríe del tipo excepcional, para el caso
un ganador del premio Nobel de literatura, mostrando sus mezquindades, con una
cultura sofisticada que no lo inhibe de comportarse como cualquiera, tener
alguna aventura con una chiquilla o con una mujer casada, o fallarle a su supuesto amigo. Muestra
vanidad y pretenciosidad, lo que ocasiona una rencilla con un personaje local
importante que autoritario y abusivo no acepta ser rechazado. Éste hombre le atribuye
complejos y odios pasados (plasmados en su literatura), lo cual no es que
mienta, está ahí, es una realidad mutua, el resentimiento, aunque obviamente no
radica en todos. En ello hay un choque, los dos bandos –los lugareños y el
hombre hecho afuera- salen criticados, pero teniendo en cuenta que el Nobel
argentino Daniel Mantovani (Oscar Martínez) es el guía de la trama y el filme
como que se pone de su lado, en el contexto de la dificultad de adaptación a
ese pueblito imaginario igualito a tantos otros, Salas.
No se puede negar que Mantovani, por sus discursos (en el
Nobel y en la despedida del concurso de arte), luce un cierto estado de
superioridad moral en una postura de insatisfacción muy típica de lo arty que
lo dibuja como un cínico a la hora de comprobar la realidad. Finalmente, como
la mayoría, se aprovecha de todas sus experiencias, justificándose. La película
consigue que la austeridad no sea ningún impedimento para llegar a mucho
público. Lo que vemos es un cine comercial sencillo y logrado, bien trabajado,
en una comedia y aventuras entretenidas, donde a Mantovani le pasa de todo,
pasa por todos los estados de emoción en
su visita a su natal Salta, pueblo chico, infierno grande. Lo reverencian,
buscan lucirse con él, quieren un pedazo de su éxito, pero también si no se los
da o no se sienten parte de este lo detestan. También entran a tallar problemas
domésticos, de faldas, con lo que la propuesta tiene un aire no siempre
corrosivo con lo folclórico, sino muestra a Mantovani como un tipo más. Lo que
sorprende es ver que anda solo sin guardaespaldas ni secretaria, tras un
deslinde naif del inicio, lo que permite que se le acerquen todos, que hasta
desconocidos le piden dinero y quieren
que coma en su casa.
El ciudadano ilustre no es Relatos Salvajes (2014), pero
maneja una cierta sabiduría, convertir lo austero en una competente comedia
comercial, y no es tampoco que le estemos pidiendo una maravilla o que esta nos
lo de. Es solo gracioso, sin excederse, sin ser bajo. ¿Quién puede negar que
mienta?, simplemente muestra el conflicto de un hombre que se ahoga en un
pueblito, como otros pueden sentirse felices en uno. Es humor negro, y no resulta
tan agresivo, que no sea ficcionar el enardecimiento en un homicidio, lo cual
tampoco es que sea del todo irreal, pero el filme es lúdico. Esa imagen de
personajes claves pueblerinos dolidos desfilando frente al protagonista es pura
broma. En lo personal no gusto mucho de la comedia y esta me satisface, tiene
aventuras, a ratos es demasiado simple y predecible, en otras da risa, a través
del que no se adapta aunque trata y le viene el aluvión, y los que viven sin
pudor en el pueblo.