sábado, 25 de febrero de 2012

Caballo de guerra


Steven Spielberg tiene dos Oscars por mejor director y uno por mejor película, gracias a Salvando al soldado Ryan y La lista de Schindler, además un Premio en Memoria de Irving Thalberg por su destacada carrera profesional. Películas como Indiana Jones y el arca perdida, E.T., Tiburón o Munich entre tantas otras lo colocan como uno de los grandes directores americanos de la historia del séptimo arte. No solo eso, Inglaterra y Francia se han rendido a sus pies con el Bafta y El Cesar. Por lo que a estas alturas ya el camino es menos exigente, continuando más que por propia decisión, vocación o amor al ecran.

Su última película, War Horse (2011), a ratos me recuerda a la familia Ingalls, pasando por cintas como Braveheart, Forrest Gump, Salvando al Soldado Ryan y hasta por Babe el puerquito valiente. Y no es en absoluto una mala película, funciona espléndidamente para una muy sana reunión de amigos o seres queridos que quieran relajarse con algo cálido, bien hecho y sin muchas complicaciones, que es lo que define en parte al cine de Spielberg, quien se defiende con las armas del artesano y de su amplio conocimiento cinematográfico que hace de ésta propuesta una nominación convencional y decente en los próximos Oscars, en los que definitivamente no ganará porque peca de demasiado oscarizable, algo predecible y porque Spielberg ya no lo necesita.

Dramatizar con el amor de un caballo tampoco es terrible por más adultos que nos creamos. No obstante merma su fuerza que estemos ya bastante acostumbrados a éste tipo de filmes. De todas formas, la película tiene un cierto encanto al buscar sensibilizarnos a través de un drama histórico sobre la primera guerra mundial que tiene como protagónico a un equino llamado Joey, perteneciente a Albert Narracott (primer largometraje del joven actor Jeremy Irving) quien crea un vínculo entrañable con el animal, que irá más allá de la distancia, partiendo de ser un sencillo granjero en Devon hasta un valiente soldado en la inevitable primera gran guerra.

Joey cambiará constantemente de amo (a) y hasta de bando en una aventura que lo llevará por los diferentes frentes de la llamada guerra de trincheras y el gas mostaza, en que todavía se combatía cabalgando a sable en mano, como en la impactante escena en que los ingleses emboscan a los alemanes en medio de ametralladoras y carpas de campaña.

Entre los destacados actores que pasan por la pantalla tenemos en un elenco prodigioso, a Emily Watson, Niel Arestrup y Tom Hiddleston o interpretes británicos menos conocidos aunque talentosos en Peter Mullan o David Thewlis. Sin embargo quien más sorprende es el caballo que hace trucos y pantomimas que demuestran el gran dominio de Spielberg para dar protagonismo al ecuestre, con impresionantes e incontables efectos especiales y alguno que otro entrenamiento real. El momento en que Joey -tras galopar eufórico para salvar su vida- cae en el cerco de púas es toda una hazaña visual.

El filme tiene momentos lacrimógenos efectivos que casi no fuerzan al espectador, donde se puede llorar sin restricciones al no creernos engañados por un poco de cebolla, pero también ostenta otros recursos muy al estilo Hollywood en que las posturas y los deja vu son abundantes. Los parámetros no son todos estrictos en cuanto a emotividad, tiene tramos que son olvidables y que se nos hacen indiferentes, como sitios en que hay que dejarse llevar porque también se debe sentir con el séptimo arte; y eso no es todo porque tiene zonas difíciles que se ejecutan sin sentimentalismo; por ejemplo, la muerte del capitán o el fusilamiento de los desertores teutones. Spielberg dosifica su carga entre suave y dura, pero siempre con el buen hacer de la experiencia, que admite un filme para todo público.

La factura del filme es impecable, aquí la maestría no tiene pegas, los escenarios y los contextos funcionan, incluso para definir quienes están en combate que es algo que puede generar confusión; hay pequeños detalles que indican espacios geográficos, orígenes e identifican personajes secundarios germanos, británicos y galos. También no se ha querido tomar partido por alguna nación evitándose el maniqueísmo. Si bien el bando inglés está representado por Albert, hay múltiples oportunidades de ver nobleza en los contrarios (llega a haber un armisticio –otro de esos instantes memorables de la realización- en que entre enemigos colaboran para salvar a Joey).

El caballo lleva una personalidad que lo hace trascender, no solo se le une a un pañuelo y a un silbido (se le describe perfectamente sacándolo de la natural uniformidad para corroborar que Albert es el dueño), sino que sus ojos, su conducta, su aprendizaje o su rebeldía dan realce a familiarizarnos con él, como cuando salva de la muerte a su compañero equino en un acto de iniciativa fantasiosa que aparenta naturalidad.

Otra característica digna del cine de Spielberg es el darle fuerza expresiva a sus criaturas, no faltan imágenes en que las palabras están demás, que la cámara se posiciona sobre un ser vivo que refleja incontables sentimientos en plena pantalla. Eso es el filme, un cúmulo de toques sensibles en una historia amena bajo un contexto bélico dispuesta para todos.

martes, 21 de febrero de 2012

La dama de hierro


Todo ser humano promedio a más tiene su propio razonamiento –insípido y molestoso quizás pero suyo- y sus naturales emociones –más exacerbadas en algunos que en otros- dirigidas a su personalidad, empero cuando queremos sobresalir hacemos casi siempre una coraza sobre nuestro cuerpo y nos revestimos de una especie de manual a seguir, mostramos la esencia (procesada) que nos empuja a intentar ser especiales.

Margaret Thatchet es el ejemplo de esa figura, una mujer que de muchacha lucía guapa pero bastante anticuada, provista de una voz chillona, infravalorada por su condición de fémina en un mundo de hombres, de políticos, la órbita de los salvajes lobos o de los mamíferos carnívoros, el espacio de los astutos con todo lo que conlleva ello, tanto lo negativo como lo positivo; sin embargo su talón de Aquiles se convierte en su máximo valor, la dureza, la implacabilidad en el carácter, una dama que quiere ser una líder irrepetible, una nueva voz para su patria. Ella trae nuevas perspectivas como suele suceder en todo germen evolutivo, quiere que su partido se torne firme y ataque con convicción todo flanco débil.

Thatcher tiene un problema, deja de lado su sensibilidad, su corazón, cree que todo amerita ser racional, una idea lleva a otra y a una mejor, hasta la siguiente derivación encumbrada y finaliza en una completa conclusión, empero la película no quiere enseñarnos ese único aspecto bien conocido por todos y que fue el motor de su grandeza aún en su ejecución particular práctica a lo unidimensional, en parte arbitrario, algo intratable e inflexible y exigente forma de gobernar aunque siempre dentro de los parámetros de un gobierno democrático; como si alguien nos leyera al omnipotente Maquiavello diciéndonos que el fin justifica los medios o a un Winston Churchill sentenciando ofrezco sangre, sudor y lágrimas (para el triunfo); sino que quiere sacar a la luz al ser humano detrás del personaje público enseñando el porqué de sus actos, dándole la oportunidad de ser comprendida. Para lo que vemos -paralelamente a su gloria, hegemonía e intensidad administrativa como cabeza del estado- las otras facetas ocultas de la otrora dama de hierro, título ganado por acciones como la pequeña guerra de las Malvinas o las islas Falklands contra un poder menor en el aguerrido y kamikaze Argentina en una lucha de casi dos meses y medio de duración en que el ganador tenía nombre desde un principio, empero de no resolver bien la situación –diplomática o bélicamente- podía terminar siendo una señal de debilidad para el resto del mundo, tanto como perder un territorio aunque de muy poca riqueza y desarrollo económico, importante por pertenecer al país; Thatcher dice además que es una cuestión de principios.

Incluyendo entre sus resoluciones que definen su rígido pero mayoritariamente vigoroso y triunfante régimen -tras la valida autoridad que le dio imponer una nueva economía que llenó de prosperidad a Inglaterra tras la crisis de la postguerra mundial del 45 que trajo una constante secuela en años venideros-, la reticencia a unificar la moneda dentro de la Comunidad Europea, la irrefrenable combatividad para con el terrorismo/crimen cayendo ella misma como blanco de ese círculo sanguinario, la apertura de un mercado más competitivo, la supresión de subsidios o la igualdad en cuanto a los impuestos así seas millonario o de escasos recursos –se escucha decir que todos deben aportar ya que el beneficio es para la nación en conjunto- que desató feroces conflictos sociales en las calles británicas en que se pedía la dimisión de su cargo, viéndose que tuvo infinidad de aciertos invaluables y algunas falencias garrafales que le costaron su puesto.

La línea general del asunto es que Thatcher ponía el dedo sobre la llaga pero sin anestesia ni paños fríos, con mano dura a costa de poner a prueba la lealtad de sus subordinados, la del mismo pueblo inglés y anteponiendo su carrera y dirección política a su familia (vemos que deja a sus hijos atrás en una demostración de su entrega total o predisponiendo a su futuro esposo a entender su rol para con la historia de su país por encima de su función matrimonial).

El filme nos coloca a una mujer que en la actualidad vieja, frágil y pacifica sufre alucinaciones, que está a puertas de la demencia senil o y cae en ella, que se ve rodeada de esas presencias a las que dejó en segundo plano, la de su marido muerto de cáncer y la su distanciado vástago, deambula diariamente con sus fantasmagóricas presencias, irónicamente ignorando a su hija. Se nos hace útil ver un poco más allá de su existencia, en que tiene el respaldo y el afecto desinteresado de unos compañeros de vida que hasta un cierto punto supieron comprenderla; que su felicidad también era la de una mujer simple que reía con el espíritu alegre de su cónyuge dócil y dispuesto a convivir con una hembra fuerte y resuelta a la vera de soslayarlo o reducir su condición tradicional masculina, y que encuentra su pilar secreto en él, que tiembla en soledad al poco rato de arremeter contra sus ministros imponiendo su voluntad férrea, que se siente derrotada y tiene que retirarse con dignidad, que tenía ideas en pos del progreso de su país pero bajo la ideología de colocarlos a prueba sin medias tintas.

Es difícil querer a Margaret Thatcher, por más que éste biopic se empecine en hacerlo, siendo natural abordar desde ésta arista a un personaje mundialmente conocido que merece como todos una revisión en el tiempo. Su carácter es brutal, proclive al desarrollo pero también a la fe ciega y eso hace complejo asumir su liderazgo ya que un guía es solo eso, no un Dios capaz de quitarnos la facultad de aceptar o no, y que incluso hay libre albedrío donde el verdadero amor se nos da sin reservas. Los seres humanos queremos comprender también las decisiones, que no se nos trate como ovejas; estamos todos bajo una batuta pero al fin y al cabo aspiramos a ser un equipo en constante diálogo, a pesar de las diversas posiciones. Thatcher no es completamente de hierro (aunque esa fue su línea existencial), eso está claro pero como cuando se ven imágenes recortadas de su pasado, ahondar en ellas es ver sufrimiento y caos momentáneo, el filme quiere decir que ella puede identificarse con lugares no empíricos tras otras vivencias empero sigue siendo algo distinto, quizás es cuestión de ver su ideología con sus ojos, no obstante lo más sano es el equilibrio en el poder, la democracia y la comunicación, ya que cualquiera puede equivocarse por más dotado que parezca, por lo que se necesita de control (que también de libertad) y evitar la desmedida autoridad teniendo filtros que sopesen otras efectivas alternativas de respuesta.

Se da mucha predominancia en la cinta a su estado último, su fisionomía endeble, con secuencias en el fondo intrascendentes que siguen una empatía algo forzada, no creo que pueda ser tan factible tomar la otra cara de la moneda por la más imponente cuando todo designa que su existencia se rigió por la rotundidad en medio del sacrificio personal y colectivo; hubiera sido más sustancial observar las justificaciones de sus dictados, más que tan superficiales y simplistas amagues, creo que la misma Thatcher hubiera querido algo más acorde con su personalidad, es una cierta incongruencia que se le juzgue lejos del contexto de su filosofía.

La directora británica Phyllida Lloyd en su segundo largometraje de cine nos representa algo de esa inquebrantable voluntad recia pero no llega a enamorarnos de su protagónico, quizás sí a aminorar la carga pesada de su criatura artística, lo cual ya es mucho; lo histórico debió explotarse más para realmente conocer a Thatcher, no ver a una dulce abuelita conversando con su difunta pareja, se hace absurdo seguir una vida tan interesante con fantasías cinematográficas tan planas y fáciles, tan subjetivas como se le atribuye; uno no se acerca a un séptimo arte serio con formas tan poco poderosas y tan escasas, ameritaba mayores cavilaciones. Tiene pasajes muy bien logrados pero los flashbacks tienen tan poca duración que lo atractivo queda relegado por la conmiseración del autor.

Un punto a tener en cuenta es que Lloyd utiliza de lo que tanto adolecía Thatcher para descubrirnos su “intimidad”, pero que falla en convencernos, ya que si habría que recalcar realidad o entusiasmo por ella (de lo que evoca el filme sin quererlo tanto), tendríamos que hablar de virtudes como la dedicación, la seguridad en uno, la abnegación o el deseo de éxito que están en la principal sin necesidad de invocar sugerencias artificiales. La película lleva un enfoque equivocado o de repente solo mal realizado, carencia de quien todavía necesita cuajar como creador.

Meryl Streep está postulando por una estatuilla dorada, es su diecisieteava nominación, hace 28 años que no recibe un Oscar aunque el gremio sabe de su calidad interpretativa, es una actriz amada y admirada, que siempre se ha reinventado y a acometido cuanto reto ha tenido en frente, una señora de apariencia común pero que se ha transformado incontables veces, hoy es una estrella de las que desatan comprensibles celos pero que ha sabido ganarse su lugar creando la ilusión de que el éxito parece natural cuando ella es la versión de la perseverancia, sin perder la humildad; en semejante hazaña a la de Teseo matando al Minotauro, no tanto por un destino que cada quien se traza el propio sino el del valiente guerrero que parece crear la fantasía de que no es uno el ejecutor libre de tan tamaña empresa sino el absurdo discurrir de los astros, él se crea en el camino y luego fabrica el mito minimizado para los incautos, porque ante todo es obra y el resto es solo adorno. Streep por ello, revitaliza su presencia con una performance de antología que nos la da a conocer en todo su esplendor, su protagónico es complejo, aunque las características que la rodean son más condescendientes; articula naturalidad; y en la recreación, la voz se ajusta al patrón, despuntando en los ademanes o con la notoria expresión de la boca con los dientes sobresalidos; se perfila dentro enriqueciendo la foto. Si Close engrandece un pequeño personaje hasta sacarlo de su mínimo encuadre y pierde por tener poco magma entre manos, Streep accede a un gigante latiendo en una nobleza “ficticia” y al mismo tiempo se posesiona del innato liderazgo que exuda su abordaje, no es la precisión sino la fabulación artística que la hace descollar del grupo, que se nos vende “la mentira” del ecran con esa mímica medida que permite dejarse llevar, porque en el fondo sucede, por un rato vemos a una Thatcher en la gran pantalla, un demonio desvalido sin que tampoco se trate de una telenovela que el producto tiene nivel escénico y aspiración cinematográfica. El maquillaje funciona pero a ratos se distancia de la caracterización, y no está mal ya que no estamos viendo una réplica sino una representación desde una actuación.

La realización tiene mucho de familiar, punto relativo en cuanto al gusto del público, los pasajes al pasado son algunos muy destacables como la declaración sincera de una joven y llorosa Thatcher que desde el principio revela su vocación pública o anhelo de servir como lo define ella misma; pequeños fragmentos que generan conocimiento empero también se nos hace muy poco para catapultarnos a esa esencia complicada de la dama de hierro, alguien de quien no podemos olvidar que es la primera ministro de una potencia mundial, que gobernó casi tres periodos en el mismo cargo de jefe de estado, que fue líder del partido conservador por 15 años.

La falta de minuciosidad se hace sentir en el filme, es demasiado evanescente y se nos deja con la miel en los labios, es una mirada muy básica, no se trata de hacer un documental pero se pudo enriquecer mucho más la trama y dejar de lado lo vacuo en los devaneos banales de la vejez, ya que se puede querer a una persona en todo su apogeo si llegamos a ponernos en el lugar de sus decisiones ya que si llevan fruto se hace como la oferta de Churchill que traduzco en la frase en latín de Post tenebras lux, tan igual a las banderitas agitadas al viento tras el triunfo en las Malvinas, sin embargo no se incidió en lo que hubiera enaltecido la obra y se subestimó al espectador por hacer una realización más accesible a la expectativa general. No es en absoluto una mala película pero pudo ser vastamente mejor, ese es el diagnostico definitivo.

Habrá mucho por recordar de la propuesta, y no solo a Streep que hace mérito propio pero que pudo ser un personaje con mayor profundidad en otro guión intelectualmente más apetitoso y eso no lo merma tampoco como para desestimar el filme que puede deparar un buen momento. La iniciación a buscar más de su contenido.

sábado, 18 de febrero de 2012

Albert Nobbs

Lo primero que tenemos que notar en ésta película es que involucra a tres escritores muy destacados o interesantes, el primero es en relación familiar por ser el director de éste filme el hijo del Premio Nobel Gabriel García Márquez (el máximo artífice del realismo mágico), Rodrigo García; cineasta de quien si observamos su difusión mediática veremos que es bastante discreto y que aún pasa desapercibido para muchos, a lo que hay que acotar que igual demuestra que su vocación artística es más que el reconocerse vástago de uno de los más importantes nombres de la literatura universal contemporánea sino que sobrelleva una proyección que potencialmente puede ser de las más apreciables en un futuro próximo. El segundo creador de altas letras involucrado en la película es el escritor irlandés John Banville que ha colaborado con el guión, y que aúna prestigio al conjunto al haber merecido el Booker Prize 2005 (el Goncourt o Pulitzer inglés) y se le considera uno de los mejores exponentes literarios en lengua anglosajona actual, reconociendo que Irlanda es la tierra de maestros literarios como Joyce, Beckett, Wilde, Bernard Shaw, Butler Yates o más folclóricos pero relevantes como Sheridan Le Fanu o Charles Maturín. El último pero no menos atractivo y sería bueno descubrirlo mucho más, es el que proporciona el magma de la propuesta cinematográfica ya que se basan en un cuento suyo, el irlandés George Moore.

Empezando a meternos en éste filme, tenemos que recordar que el protagónico de Glenn Close está nominado al Oscar 2012, siendo ésta actriz muy competitiva y de alto nivel interpretativo –ganadora del Premio Donostia 2011 en el Festival Internacional de Cine de San Sebastián- y que pese a no ser la más segura ganadora, éste último reto es un pie puesto hacia adelante para la que le es una elusiva estatuilla dorada y que pronto puede llegar si sigue buscando la dificultad escénica. Recordando que ya hizo historia –solo le falta la cereza del pastel a su carrera- ya que como olvidar su magnífica actuación en Atracción Fatal en donde recreó a una maniática obsesiva que busca venganza en el imposible amor de un tipo que solo la consideró una amante ocasional.

En ésta oportunidad es Albert Nobbs, una dama tímida y asexuada que decide a los 14 años de edad convertirse en un hombre, para subsistir y salir de la pobreza; escondiéndose detrás de la apariencia de un mozo inglés en toda regla, inexpresivo, trabajador, recto, silencioso y muy servicial, que planea ahorrar una sustancial suma de dinero para colocar un negocio de tabaco, sin embargo la trama nos develará no tanto su biografía sino su inocente personalidad como también su deseo de encontrar la felicidad en la vida que ha asumido por completo, casi sin meditarla mucho. Ella es Albert Nobbs y no necesita mayores justificaciones, su contexto está fusionado con sus sueños como le pasa a todos los seres humanos, su identidad no se define por la masculinidad pero la necesidad la ha vuelto tal cual, no hay una crítica flagrante en defensa de la homosexualidad sino se es simplemente relegándonos a nuestras metas y a nuestro anhelo de realización personal que en general por todos pasa por la libertad económica y por la consagración amorosa.

Nobbs se topará con la juventud desbocada, quien quiere despegar de forma ruin en el “maltratado”, resentido con su idiosincrasia y tramposo Joe (prometedor Aaron Johnson) que despliega su astucia y sensualidad en pos de un viaje al progreso en Estados Unidos anclado a las malas maneras, y la de su novia Helen (la muy apreciable Mia Wasikowska) que más que maldad es ponerse al recaudo de un oportunista y ser seducida por la falta de compromiso y afecto hacia el prójimo. Algo que parece que Rodrigo García lleva muy presente; su auscultación cinematográfica a las relaciones humanas tiene la predominancia de la (infaltable en toda cosmovisión política) mirada social; de ésta obra se pueden derivar varias agudas críticas a la sociedad en cuanto a la convivencia de clase que equivale a la diferenciación que produce el capital en su inevitable orden, lo que hace notorio encontrar la salida económica que permita establecernos en la igualdad que concibe el mundo moderno.

El filme presenta dos caras de importancia, el amor y el dinero, empero la conclusión general no mitifica ni se subyuga negativamente de cara a lo lacrimógeno o pasivo bajo el poder adquisitivo aunque obviamente sabe que conlleva ello en su forma individual y colectiva, hay que ser realista y darse cuenta que vivir implica algo del mal llamado materialismo, sin embargo nadie está completo sin el afecto y no somos solo románticos sino abiertamente conscientes (no es lo mismo estar solo en la pobreza que acompañado en ella e incluso ser rico sin compañía impoluta al lado es otro tipo de paupérrimo vacío; notemos la trascendencia de esa palabra -para tantos- cursi: el amor frente a la otra implacable: necesidad económica, visto bien notaremos que la primera cae en la manida pero legitima frase de las apariencias engañan, su poder es incuestionable por encima de cualquier otra cosa sin que equivalga a conformismo ); ni el solitario Nobbs, ni su amigo (a) Hubert o la tonta Helen se escabullen de eso, sino terminamos siendo fantoches como el estereotipo funcional del autor en Mrs. Baker (caricatura perfecta en Pauline Collins) o el jugueteo sexual con las criadas para subsanar carencias en el Doctor Holloran (Brenda Glesson).

No se puede evitar notar que hay lugares comunes y circunstancias novelescas; que hay sitios en que se perfila claramente la vulgaridad de la opulencia reflejada en el Visconte Yarrell (el por ahora más que todo guapo Jonathan Rhys Meyers) y sus amigos, aunque salva el tema la clase baja en que yacen rastros ambiguos, el sobrevivir quebrantando reglas que empujan a los seres humanos a decidir trasgredir ciertas líneas para vivir, algunas veces sin que lleve inmoralidad y otras con ella; el bien y el mal depende de las perspectivas y enfoques aún en una acción como la mentira que está en el disfraz de una lesbiana o en su subsistencia.

La ambientación puede ser algo austera y también fastuosa, es la correcta en todo espacio delimitado mayormente por un hotel en Irlanda que es la pensión en que se reúnen todos los personajes y su riqueza cotidiana. La cinta tiene pequeñas sub-tramas que crean un mosaico interrelacionado bajo el leitmotiv del género trastocado a la luz del desarrollo en una ciudad complicada. El papel de Close es destacado, no llega a ser una incuestionable figura varonil empero la inexpresividad voluntaria, la palidez y vejez del rostro, las formas neutras de los movimientos o la rigidez corporal logran cautivar, convencer, también no solo por lo físico sino porque Nobbs es alguien dulce, amable e inmediatamente empático, pero sin esfuerzo, naturalmente, cuando cuenta sus propinas, cuando enamora a Helen o cuando hace preguntas de sorpresa a Hubert.

Otra nominada a secundaria es la británica Janet McTeer que hace un papel espectacular, ruda a pesar de unas voluminosas tetas, amplia y franca, se comporta como uno de los bravos sin perder los sentimientos. Visualmente no resulta fácil asumir que vemos a un tipo donde yace una dama, sin embargo en el intento de sus formas logran acercarse a una mucho más que decente emulación, teniendo en cuenta que el espectador sabe que ahí está Close o McTeer. Cuando salen vestidas de mujer provocan risas en la falta de costumbre de su femineidad (otro momento gracioso es cuando Nobbs corre y cae de cara a la arena), lo cual es un mérito ya que en la normalidad lo son sin medias tintas. De las dos me genera más admiración Close porque no deja de ser suave en otro cuerpo, siendo más previsible ver a un sujeto arcaicamente machista en una lesbiana aunque sea McTeer contundente y a su vez semejantemente destacada. La melancolía de Nobbs es un estupendo trabajo de Close, deja el listón alto. La tercera nominación va para maquillaje, revisando éste no satisface totalmente, no sé si por un aire de imposibilidad; aunque se va por lo menos artificial y sale airoso, se hace un poco incompleto.

Tiene de cuento de hadas, tiene de brutal realidad, salta de un motivo a otro, con el velo del séptimo arte, con la infraestructura de la fantasía del ecran en manos de la imaginación y confabulación de varios creadores. El desenlace no falla, duele y redime, pervive en otros, queda la iniquidad de unos pero el conocimiento de quienes no pueden permitirlo, como es el planeta, en la línea última del filme, dice Hubert a una Helen que puede tener una segunda oportunidad, hay una esperanza gracias a los que ven por los demás.

martes, 14 de febrero de 2012

La chica del dragón tatuado

Hace tiempo que David Fincher ha demostrado que es un gran cineasta y nuevamente regresa con una muy buena propuesta, adaptando al séptimo arte la célebre novela de Stieg Larsson “los hombres que no amaban a las mujeres”; un bestseller que ha dado la vuelta al mundo y que personalmente encuentro de muy buena calidad sin que sea tampoco una obra de arte (se destaca en su medida); su recepción pública ha sido uno de esos aciertos de excepción. La historia que nos compete actualmente lleva el espíritu del entretenimiento ya que todo no puede ser filosofía o complejidad intelectual que puede estar sobrevalorada si la ponemos como única forma de vida o como la voz de la consciencia general, siendo en realidad solo una opción más a tener en cuenta.

El mundo necesita la libertad de sentarse y disfrutar que la cultura implica lugares como la gastronomía o la música que representan una identidad o una forma familiar de compartir que también es importante aunque tampoco única en cuanto a alcances; hay que decirlo porque luce como que se es menos inteligente o se es intrascendente por concebir pasar un buen momento, recordando que la felicidad no pasa por una sola motivación sino por muchas y más con la habilidad de Fincher de generar un cine de buena factura con una historia atrapante llena de matices y que no escapa incluso desde su libertad y sencillez a producir algún valor ya que todo lo que lleva un entusiasmo positivo siempre es productivo.

Sin mayores preámbulos abordemos la película diciendo que su trama se basa en la búsqueda de una muchacha perdida hace 40 años perteneciente a una familia adinerada de Suecia en que los conflictos internos y los elementos nocivos abundan, viendo que tiene parientes apologistas del nazismo. El patriarca de ese imperio industrial, Henrik Vanger (Christopher Plummer) no puede descansar pensando qué pudo sucederle a su más querida sobrina, para lo que contratará a Michael Blomkvist (Daniel Craig), un periodista de investigación caído en desgracia por una acusación que hizo sin suficientes pruebas para con un empresario corrupto de nombre Hans-Erik Wennerstrom; y que lo hará viajar hasta el pequeño pueblo de Hedestad con la misión de resolver el olvidado caso.

No estará solo porque tendrá la ayuda de una compleja jovencita de 24 años de edad, con las características de ser hacker, andrógina, bisexual y con la apariencia de una punk, llamada Lisbeth Salander (Rooney Mara), un personaje inclasificable, rico en personalidad, que lleva traumas que le infligen desconfianza en sus relaciones humanas pero que está dispuesta a atreverse a romper su coraza física hacia el afecto ajeno, a pesar de sus defectos y a costa de ser defraudada; llevando la ironía de que aún siendo una persona cerebral muy articulada en lo tecnológico se le menosprecie estando al cuidado del estado por medio de un tutor.

Es fácil notar que Salander es la chica del dragón tatuado por lo que su peso artístico es indispensable en la historia, sin que ello desmerezca el interés que produce resolver el enigma de qué sucedió con Harriet Vanger. La actriz Rooney Mara que da la figura al protagónico ha sido nominada al Oscar por ésta actuación con lo que tiene el respaldo de un sector dedicado al cine, y que para quien escribe se lo merece ya que no solo implica escenas muy fuertes de orden sexual o un desnudo humillante sino obtiene una emulación radical creíble. No queda en la mera superficialidad sino introduce emotividad oculta, y sus silencios o antipatías confabulan solventemente en la receptividad del público que puede apreciar a una verdadera outsider. Hay ratos menos integrales al personaje en que la dificultad del contexto hacen casi imposible el generar contundencia realista, como en el castigo que ejerce a un violador que es algo incompleto en expresividad aunque no cae en la nulidad porque lleva un nivel más que aceptable, o en la persecución de un ladrón, sin embargo, y esto es más valioso decirlo, la suya es una magistral interpretación a resaltar porque en lo particular sientes que es más que algo artificial que sería la forma de resaltar solo su apariencia corporal cuando lo profundo está en su interior y para eso Mara consigue frialdad externa y sensibilidad secreta, una inexpresividad que se debe entender desde esa persona en que se convierte para el ecran, una apariencia reaccionaria desde el deseo de ser dura en cuanto a sus sentimientos.

Un reto nada sencillo de lograr y ésta novel actriz deja a un lado su notoria belleza y su normalidad para ser un ente de acero visual; mucho más si notamos que de personajes secundarios y poco notados ha acometido el máximo lugar en una realización. Seguramente no ganará la estatuilla dorada frente a pesos pesados como Glenn Close o Merryl Streep, o actuaciones de amplia empatía como la de Viola Davis, no obstante ya sabemos quién es, una talentosa promesa cinematográfica que ha hecho de un memorable ícono literario contemporáneo.

La otra actuación que no podemos obviar es la de un estupendo Daniel Craig, que del intocable e infalible James Bond pasa a ser un (muy humano) periodista que no teme ser la antítesis de la mirada machista masculina siendo salvado del peligro por una dama, o convertirse siendo un mujeriego en el pasivo en una relación sexual heterosexual. En la presente es un tipo regular sin demasiados condimentos pero que no deja de lucir capaz e inteligente, y que da paso -en una performance de esas que no son chicas por deficiencia sino porque el personaje es así- a su compañera que es la atracción del relato. Craig luce sobresaliente en momentos de miedo, en su curiosidad investigativa y en dejarse llevar en el sexo. Éste es un cambio del libro donde Blomkvist aunque a ratos débil también es muy decidido. Faltó quizás reforzar esa imagen ya que no es poca cosa enfrentarse al poder. Sin embargo es la decisión de Fincher de poner todas sus fichas sobre Salander que está muy bien porque el cineasta aún adaptando un libro no deja de ser un creador, y en el americano no es una postura –ni siquiera un trabajo- sino algo real que viendo el filme no da pie a la ambigüedad.

Un recurso de la película es que los diálogos fluyen con naturalidad casi sin darnos cuenta que se nos cuenta todo por ellos, eso sí mantiene frases que son vitales en la obra literaria y que se refuerzan en pantalla, muchas de ellas son potentes como las que hacen alusión a una familia ruinosa. Algo que puede parecer un defecto es que se salta algunos pasos introductorios, empero no llega a romper la continuidad de la trama sino la agiliza, comprimiendo la vastedad del texto con habilidad.

Además, recorta algunos pasajes sin que se extrañe su lugar en las letras mientras contiene tino en el abordo de todos los momentos descarnados del libro, por ejemplo cuando se tocan los abusos que padece Salander. Visto lo dicho redondeamos agregando que el filme recoge con eficiencia lo mejor del libro, en sus personajes (potenciando uno de ellos) y en el leitmotiv de la resolución de la desaparición de la chica, con lo que vamos a encontrarnos con una propuesta bastante agradable y para todo público que bien vale el paseo a la sala de cine.

sábado, 11 de febrero de 2012

Moneyball

El significado de Moneyball sería -siendo literal- algo como El dinero en la pelota, y se basa en el libro del novelista americano Michael Lewis que lleva el mismo rótulo agregando el subtítulo de El arte de ganar un juego injusto, y de eso va la trama, de lograr superar limitaciones económicas y por ende resultados desfavorables ante la desproporción de elementos que enriquezcan material y profesionalmente a los equipos. Para lograrlo, para salir del escollo, se hace mediante estadísticas o el uso de la inteligencia, como reza una traducción al español: rompiendo las reglas, ya que en el beisbol o en cualquier otro deporte todos los deportistas sabemos que se trata de vísceras o de una espontaneidad que suma a la técnica y está perfecto, quien podría dudarlo, sin embargo qué de tratar de analizar el campo con nuestras propias virtudes y dar soluciones mediante una detallada estrategia que haga que un jugador mayor e importante sea reemplazado por tres menores aunque con alguna cualidad que implique reunir la ventaja que ejerce un único e inalcanzable -por ser costoso y excepcional- deportista, también está bien ¿no es cierto? Tenemos un bonito fundamento, la unión hace la fuerza y todos podemos tener una oportunidad; y si vemos que un grupo técnico lleva a la cabeza a un idealista capaz de ir hacia adelante enfrentándose a todos con su liderazgo y convicción mediante un nuevo método innovador que logra proponer batir un récord de hace casi 60 años, ¿qué tenemos ante nuestros ojos? Tenemos una magnífica película que no solo enseña múltiples destrezas intelectuales puestas en práctica desde el personaje “pequeño” sino que además ayuda a que el resto pueda ser mucho más adaptado al medio, convirtiéndose en ese gigante que invierte 1,4 millones de dólares pero con solo 261 mil dólares. Visto sin atención no parece gran cosa, claro, no obstante si alguien asume que se enfrenta con Goliat siendo David estoy seguro que sentirá que lo que ha hecho es una hazaña y eso es, el logro de 20 triunfos seguidos de un equipo de beisbol cercano a la invisibilidad llamado the Athletics de Oakland en una obra que reivindica el sueño que todos merecemos, y desde la realidad, porque esto ha sucedido.

Billy Beane (Brad Pitt) es el general manager que perpetró esa pequeña locura que no es para nada irrelevante sino un buen incentivo que invita a seguir intentándolo, siendo realmente bastante para quien haya vivido un triunfo difícil que revierta esa falta de ilusión que nos dice que no podemos ganar, entendiendo que esa audacia que se nos puede hacer indiferente por culpa del tramposo escepticismo, al carecer de fastuosidad, hace -para quien lo note- que el mundo se convierta en un lugar más bello, ya que logros como éste, donde no se nos dan con regularidad ni facilidad sino lo ganamos a costa de sacarle la vuelta a esas estadísticas que a primera vista nos parecen enemigas, son enormes para los que se imponen retos.

La ejecución de una teoría experimental traerá como consecuencia la gloria en una nueva marca en la liga americana de uno de los deportes más apasionantes y conocidos del mundo, el beisbol, que quien escribe ésta crítica confiesa haberlo practicado rudimentariamente de niño. Beane, un estratega caza jugadores, que plantea el mapa de ruta anterior a la decisión del entrenador, pone los elementos humanos dentro de la cancha y tiene de mano derecha a un joven economista de Yale dedicado a la asesoría deportiva en cuanto a registros de atletas, Peter Brand (Jonah Hill). Beane sacará a flote la habilidad matemática de éste muchacho, en su segunda chance para brillar tras una mediocre y frustrada carrera como beisbolista; Beane busca la dignidad de aquellos rebeldes que al final del día logran el éxito, bajo la luz de la excepción que alimenta el alma de la humanidad.

Beane vive en el juego, y el juego son tipos como él, pasión y afecto por la pelota, arte por hombres que se asocian a toda prueba, como reza el título. Ésta película no solo lleva un fondo universal, la batalla por las metas a costa de las desventajas contextuales, la identificación con los valores y la camiseta, sino que éste hombre tiene prioridades que se basan en sentimientos más que en cualquier otra gollería –por lo general naturalmente aceptada- como desliza el filme, al rechazar 12, 500,000 dólares en la oferta de gerente general de un equipo famoso, los Red Sox de Boston. Pero Beane quiere mantenerse cerca de su hija que no comparte casa con él al estar divorciado, y quiere seguir con los Athletics que creyeron en él, aún haciendo cambios osados, de cara a lo convencional, y proponer riesgos.

La propuesta cuenta con un guionista de primera en Aaron Sorkin que ganó el Oscar a guion adaptado por el filme La Red social y que el 26 de febrero postula a su segundo trofeo en la misma categoría para los Oscars. Los diálogos y las frases sobresalen abiertamente, con la característica de la precisión, mostrándose altamente notables sin ser oscuros o imposibles, con eso que genera confabulación en el público sensible pero despierto. Junto a Sorkin yace un director con oficio, talentoso, en Bennett Miller que con su segundo largometraje llevó a Philip Seymour Hoffman a ganar la estatuilla dorada por el rol principal en la película Capote en que Hoffman demuestra un despliegue interpretativo memorable mimetizándose como solo los camaleones del séptimo arte logran hacerlo ante la batuta que un buen cineasta indica; cada uno desde su posición profesional. Miller lo consigue relacionando el magma de la mítica novela “A sangre fría” con el acercamiento entre el excéntrico escritor creador de la novela periodística, Truman Capote, y el asesino Perry Smith. Hoffman también actúa en Moneyball como el seco, simple y rudo entrenador del equipo de los A´s de Oakland.

El filme tiene circunstancias débiles en que no trasmite emotividad, no convencen algunas escenas o se respira esa sensación, que caen en que están ahí para dar forma aun siendo en parte indispensables como el reclutamiento de Brand o el intercambio de perfiles en el teléfono, teniendo el aire de verse repetitivas dentro del recorrido que lleva el séptimo arte, como suele pasar en el cine de Hollywood en que se perciben ciertos sitios comunes que parecen propios de una clase de drama en que se enseña el mismo gesto una y otra vez a los alumnos aplicados. La cotidianidad también tiene poco recurso, llevando a favor que no se sale de un ambiente próximo que no básico pero que aunque lleva buena estética no tiene nada de originalidad.

El ritmo se maneja con una decencia que en general evita ser simplista escapándose de acarrear superficialidad, logrando desatar en oposición a algunos fallos antes mencionados el vértigo en otros lugares claves -sobre todo en el partido decisivo de la historia- que residen en la combinación rápida de tomas de detalles, en los zoom, en las panorámicas, en las expresiones, en el cambio del marcador, en el grito del público eufórico y en una tensión dinámica que nos ponga en ese escenario, que hay que hacerlo sino no vibramos pudiendo convertirse en algo soso sin apreciar que la sangre circula por nuestro cuerpo y eso no ha de faltar.

Tenemos a un Brad Pitt en un momento especial y trascendente -ya que a su personaje no solo le importa su carrera sino cimentar una evolución- sacando su vena meditabunda que expresa mucho con una postura facial; un plano de su rostro muestra más sentido que cuanta palabra se pueda pronunciar. Es en su caracterización protagonista de triunfos y derrotas, en sus movimientos, en la amargura o la calma, en el entusiasmo tras bambalinas, que conquista; parece un hombre común y natural en el que puedes confiar tu futuro aunque suene atrevido; la suya es una actuación de emociones a ratos sutiles y a otras explosivas, maneja ese cambio sin perder coherencia, tiene una figura que se involucra con el resto y la aceptamos en toda la complejidad del que fluye próximo en el ecran. Contiene una nominación justa, que pasará desapercibida para algunos espectadores rígidos, pero que debiera haberse ganado el respeto de quien sepa no cegarse con la traba de solo observar una cara agraciada, al tipo de Leyendas de pasión o para muchos el irrevocable cowboy sensual de Thelma y Louise. En ésta oportunidad luce más maduro y mejor artista.

Muchos se han sorprendido –justamente- con la nominación del jovencito voluminoso Jonah Hill que viene de hacer comedias para adolescentes de olvido inmediato, y que le han dado implacablemente, negándole el lugar obtenido. Pero, ciertamente, frente a nombres consolidados como Branagh, Von Sydow o Plummer le generaría a cualquiera un ataque cardiaco si saliera vencedor, no obstante hay algo de sabiduría en elegirlo, ya que es saludable proponer iconos nuevos con los que la gente puede sentirse identificado. Considero que no ganará el premio ni el Oscar lo pretende, aunque con Sandra Bullock o Marisa Tomei se haya hecho tremenda tontería, que no físicamente que son muy guapas y provocativas pero de que sus estatuillas lucen inauditas, estamos seguros. Pero su nominación emitirá voluntad de aspirar a llegar más alto, motiva, y puede que mañana, él u otro actor visto pequeño se convierta en una estrella que en un inicio fue infravalorada; no olvidemos que actores interesantes como Jeff Bridges o Colin Firth han sido subestimados (más si pensamos que todos apuntaban a Hugh Grant como el más vendedor actor inglés) y actualmente nadie osa refutar sus habilidades. Es un estímulo más que una imposición arbitraria. Hill hace una performance mediana, sin nada sobresaliente, incluso no demuestra mucha emoción gestual ni le han concedido parlamentos atrapantes para envolvernos o admirarle, lo que ha hecho es únicamente ser cumplidor, sin embargo en su nominación veo hoy una oportunidad, mañana posiblemente el mérito.

Si apreciamos que una canción puede motivarnos a rechazar una apetitosa y cuantiosa suma de dinero por amar incondicionalmente algo más sustancial como a un ser querido o a un grupo humano que representa nuestra identidad mental y emocional, o que un tipo gordo puede alcanzar cuarta base cuando por su complexión física se espera que solo llegue hasta la primera teniendo “las reglas” que le hacen creer que no puede rendir más, ya tenemos material por el que luchar en nuestras vidas, gracias al arte; el eliminar limites en cuanto a esperanzas puestas a rodar.

miércoles, 8 de febrero de 2012

Los descendientes

¿Se puede sufrir siendo guapo, rico, teniendo salud, inteligencia, estar realizado profesionalmente, vivir en un paisaje hermoso de la naturaleza como Hawaii mientras estamos a punto de recibir una fortuna que no nos hace mucha falta en realidad? Si demoramos en responder a la pregunta no nos tiraremos hacia atrás frente a ésta propuesta, ya que -estoicamente, como ha de ser si queremos algo en la vida- el director americano Alexander Payne nos dice que sí, si es que agregamos que nuestra esposa y compañera sentimental desde la universidad -esa dama con la que hemos formado un núcleo familiar y a la que a pesar de la proclividad a ser indiferentes y algo tacaños con ella consideramos el amor de nuestra vida- nos ha sido infiel con un tipo con el que pretendía renunciar a nosotros, a poco rato de que nos acabamos de enterar que está en estado de coma sin oportunidad de despertar, tras pasar todo el tiempo haciendo deporte de aventura producto de la soledad y la distancia afectiva que sobrellevaba en su día a día; que nuestra hermosa hija de 17 años (una prometedora Shailene Woodley) a pesar de su educación en un costoso internado privado es prácticamente una forajida rebelde, sexualmente activa, engreída y que yace enfadada –como no puede faltar- con nosotros; que la menor de nuestra prole practica el bullying, ha humillado a una tímida y sensible compañera de clase, influenciada por una amiga que ve películas pornográficas teniendo 10 años de edad como ella y a la que lleva a comprobar que en verdad tiene a la madre vegetativa; y que posiblemente tengamos que hacer millonario y poderoso al amante de nuestra cónyuge. Es entonces que podremos comprender que no es tan descabellado pensarlo. Sin embargo aun sería poco fiable acceder a creernos que George Clooney interpretando a un perdedor sui generis es ese tipo con el que tenemos que lidiar emotivamente.

No nos va a ser suficiente que Clooney corra como alguien a punto de sucumbir a una diarrea salvaje producto de la vejación de ir a buscar a sus mejores amigos para que le confirmen que su situación matrimonial no solo está literalmente comatosa sino que su mujer se acuesta con otro hombre desde hace largo tiempo sin que siquiera lo haya intuido. Pero si vemos que es una comedia, de derivación dramática, pero al fin y al cabo una oportunidad para ver y profundizar entre “risas”, ironizar un poquito sanamente y reflexionar con la desgracia ajena, sin que nos pongamos a llorar u odiar al mundo, el panorama cambia.

Los descendientes (2011) es una película que quiere ser ligera con unos toques sutiles de ahogo existencial muy medidos para no fabricar una burda falsedad sino una cavilación simpática que incluye asumir que la humanidad entera está eternamente próxima a padecer de alguna forma, queriendo demostrar que la felicidad es el sueño general reacio a abrazarnos con facilidad a los más de cinco mil millones de seres humanos que pueblan la tierra, visto desde la cara oculta de la sociedad más desarrollada, los descendientes acomodados de apellido King (graciosamente titulados con lo que en español sería los reyes; la historia de los reyes, diríamos) que han heredado un extenso y hermoso territorio de hace muchas generaciones atrás y que tienen la obligación legal de devolverlo al estado en tan solo 7 años más y que los coloca en la posición de venderlo para beneficio de una parentela abigarrada de primos que buscan sacarle provecho antes de que sea demasiado tarde.

El filme lleva una idea desarrollada y entendida por el tono conceptual, de no exagerar en llegar a la resolución de que hay igualdad en el dolor de un hombre prácticamente bendecido en todo aunque como cualquiera sojuzgado a sus propias faltas, ni queriendo convencernos que ya ni siquiera el sufrimiento es hegemonía de los proletarios, ni yendo demasiado lejos del razonable estereotipo occidental para el sentir de la pobreza aunque cayendo en la nueva versión contemporánea de los cazadores del happy life que ya no solo les basta con tener en la bolsa el american dream, pero que sí salta a incorporar a la clase alta en el asunto de que no solo el abismo les pertenece a los fracasados física, emocional, laboral y circunstancialmente, como reflejaba la que para muchos es la mejor obra cinematográfica de Payne que logra desligarlo de cierta invisibilidad -que lo aproximaba con sus criaturas artísticas- y lo convierten en un cineasta de culto -para lograr la fama con su última propuesta que obtiene 5 nominaciones al Oscar 2012 en película, director, guión adaptado, edición y actor principal-, en para quienes ven en él a un tipo que sabe de lo que habla, que logra tener empatía porque asemeja a sus historias en cuanto a criterio técnico y visual, en una recreación austera, verídica y abocada a la clase media. Me refiero de su filmografía a Entre copas (2004) donde la nada y la derrota general se posan sobre dos hermanos de juerga en busca de una semana de libertad sentimental capaz de curar la depresión, la frustración y el vacío de sus dos figuras patéticas, confabulándose la cámara en comprender a un mujeriego inmaduro y actor acabado apunto de contraer nupcias, de nombre Jack (Thomas Haden Church), y su compinche, Miles (Paul Giamatti), un profesor de literatura que da clases en un colegio de secundaria y que quiere ser escritor ante la ruina matrimonial que lo tiene indefenso desde hace 2 años a pesar de su cultura en letras, cine y su buen gusto por el vino, fina bebida que es prácticamente otro personaje muy trascendente en la película y que hace de contexto muy bien tratado en la realización que reúne pasión, símbolo y realización afectiva, en el lugar que bien define el título.

Por lo expuesto nos ubicamos en que no se trata de una mirada superficial del tema que puede malinterpretarse como forzada ya que no se da una atmósfera melancólica ni pesada como en un drama, va hacia la dirección de resolverse con aplomo y tranquilidad que la hacen lo que es: una película pequeña que llega a desplazarse unos puntos más arriba sin que quiera salirse absoluta de la esencia de un humilde Payne, aun retratando a los más afortunados. Un lugar que lleva personajes complejos, no habiendo títere sin cabeza, ya que todos sufren de alguna deficiencia en su personalidad o han cometido equivocaciones; y aunque todo parece apuntar a que la madre se lleva todos los platos rotos también se puede rescatar que aunque la muerte permite una cierta compasión que perdona la iniquidad propiciada en vida tampoco te exculpa totalmente del daño ocasionado. Sin embargo aparte de que en ese aspecto haya ironía muy bien llevada se ve que Matt King (George Clooney) a su vez lleva parte de la responsabilidad de la infelicidad de su esposa, como entre sus culpas se percibe que tampoco se negó a que su hija mayor se vaya lejos de su casa creándole a ésta un resentimiento dirigido a su progenitora, pero teniendo otras razones solventes en la deslealtad materna; por lo que se deduce que su solidaridad con su padre es notoria y su reconciliación no improbable, sin que lo libere de su pedazo de falla para agregarse aquello a su declaración de amor final. Como dice una línea, no se trata de clichés, las damas también llevan defectos en una relación amorosa, y es que resulta más natural culpar al varón por lo que hay una pequeña trasgresión de la imagen más cotidiana.

Los contextos irónicos abundan, el novio de la hija adolescente se presta mucho para la carcajada más abierta y transparente, pero también se puede ver alguna reflexión audaz en un ambiente ligero como en el caso de transpolar ejemplos para aprender, el chico juzga intratable al abuelo de su pareja -que se ajusta al modelo de patriarca sobreprotector con su “pequeña”- y él ha sido un impresentable anteriormente con Matt o con el suegro de éste. Nada de grandes elaboraciones con éste personaje secundario que no creo haya que tomársele en serio. Sin embargo sirve porque su mala educación, banalidad e insensibilidad se asoma a deslizar una crítica a esa juventud que ya no respeta absolutamente nada, ni siquiera la demencia senil o la minusvalía mental. Cuando se le quiere dar matices cae en la incongruencia ya que es complicado creer que alguien tan torpe verbalmente que es la forma que la pantalla nos los acerca pueda aconsejar a un adulto centrado y pensante, como cuando Matt pide su perspectiva sobre su caótica realidad, y es que no resulta razonable preguntarle a un mocoso con éstas características que haría en cuanto al trato de una menor irreverente o frente a un engaño matrimonial, aunque Payne nos diga que es vicepresidente del club de ajedrez y haya perdido a su padre hace unos meses. Suena hueco creerlo maduro ante tantas demostraciones anteriores de lo contrario pero hay un "pude ser” que se queda dubitativo para no ser categórico, ya que quien pude delimitar a un ser humano por completo.

En aquello de preguntar ¿qué piensa un muchacho? hay un deseo democrático bastante moderno que hace del trato entre padres e hijos un camino al diálogo que fomenta creer en ellos, por ende hay optimismo descrito en la hija que reacciona más tarde con ecuanimidad, incluso el bruto del novio termina ayudando al orden. Ya sería cuestión de materializarlo sin esa inocencia del filme. No podemos obviar que no se quiere lapidar a nadie, descubrir quién es Brian Speer en parte salva de la quema a la madre. Se extraen conclusiones en torno suyo que remiten a la desesperación en la inseguridad futura. Hay redención para casi todos, no hay malvados, sino personas. Es una manera de juzgar, pero con más factores de por medio. 

Clooney opta por el Oscar a mejor actor principal, la suya es una buena actuación con gestos de sorpresa, cómicos, meditabundos y hasta lacrimógenos, suele ser el retrato del hombre promedio angloamericano aunque ideal. No llega a tener un efecto impactante con su performance pero compagina bien con éste género en que no hay exhibiciones demasiado exigentes. Podría ser un merecido ganador. No obstante, el otro favorito, Jean Dujardin promociona más feeling con su interpretación y lo hace con la misma naturalidad que el americano, el galo proporciona un galán simpático para el público, de lo que Clooney quiere desligarse sin poder apartarlo del todo –como él mismo ha dicho en entrevistas, no representa el típico actor que suele usar Payne-, pero en intentarlo se destaca con mucha decencia, aunque sin alcanzar a Dujardin que es idóneo de pies a cabeza.

Una escena que no pasará desapercibida y duele mucho en el ecran es el discurso de Matt King, aunque habrá quien crea que es artificial. En su descargo deja una interrogante retórica, ¿cómo no sentir aprecio por esa mujer aun en su traición o egoísmo?, ya que está indefensa sin posible oportunidad de pelear por su derecho a generar otra óptica hacia ella, involucrando su propia participación en ese desenlace tras no estar presente como padre o marido, donde queda la infinidad de vínculos que no solo reprochan su acción sino aproximan sentimientos. Además, ¿no es mejor pasar la página para seguir adelante ya que ese ser ya no existe de ninguna forma? El relato implica superar un estado de tragedia en una evolución que incluye pensar en otro ser más que en nosotros y que retribuye en uno mismo, sin desmesura en el fondo o en la forma, con paisajes que parecen de postal, maravillándonos con lo paradisíaco que se vuelve familiar, que es lo que define el arte de Alexander Payne, un Mike Leigh fresco y americano.

domingo, 5 de febrero de 2012

Nader y Simin, una separación

El festival internacional de cine de Berlín (Berlinale) es uno de los más importantes lugares del mundo dedicados al séptimo arte, su oferta se clasifica como seria y discreta más no próxima a lo comercial, y aunque no es tan atrevida como por ejemplo el festival de cine de Cannes, tiene el mismo deseo artístico de darle predominancia a lo intelectual, por lo que a éste filme iraní ganador del máximo reconocimiento de dicho evento, el oso de oro, lo hace una propuesta que hay que revisar y que una vez vista por quien escribe se puede decir con puntualidad que es una obra maestra cinematográfica; la que además está nominada a los Premios Oscar en guión original y por mejor película en lengua no inglesa.

El cine que nos presenta en ésta oportunidad el director persa Asghar Farhadi es admirablemente claro y realista pero muy bien cavilado desde sus personajes en contraste, podemos ver a los seres humanos de esa sociedad desconocida para muchos, provenientes de clases pudientes y proletarias disputándose un veredicto judicial producto de un contexto complejo en donde la culpabilidad es compartida, donde no hay héroes ni únicas víctimas aunque apuntando a un impremeditado grave daño físico, reproductivo y emotivo producto de un acto infrahumano y cruel a la vera de la ignorancia, y que nos demuestra que los valores frente al miedo de las consecuencias pueden sufrir trastornos. No es solo un grupo de pertenencia económica el que los pasa por alto sino ambos, aunque haya en sus respectivas burbujas confrontadas por la desgracia una pequeña voz de conciencia a cada lado tratando con ellos dos, la pareja pobre de esposos árabes ante la devoción materna religiosa y la alta decencia de la hija de cara a juzgar a su acomodado, terco, algo hipócrita y educado padre que en su sofisticación tiene una mirada más cosmopolita y menos sojuzgada a la moral de la fe que en la cultura islam tiene tanta influencia en las personas con respecto a su comportamiento.

Ambas familias tienen problemas, Hodjat y Razieh (los muy destacados Shahab Hosseini y Sareh Bayat) de índole económica y laboral (encima el marido no ve bien que su cónyuge trabaje) e incluso de violencia domestica, mientras por el otro yacen en un litigio de divorcio que va a separarlos hasta del territorio. Nader (impecable Peyman Maadi) puede perder a su esposa Simin (Leila Hatami) y a su hija Termeh, que es la que tiene la decisión final. Farhadi trata de ser imparcial con las dos clases sociales, dándoles una gama de atributos y defectos que hace de la cinta una muy madura propuesta artística; las imágenes son bastante fidedignas evitando una definición simplista de la personalidad.

Lo mejor del filme son sus personajes y su interacción bajo una lucha legal que se desenvuelve en un ambiente que produce giros y vaivenes constantes, que muestra dudas y revelaciones que van agregando matices a los caracteres; es como si viéramos el interior de la gente y empezáramos a anotar cualidades o minusvalías, ensanchando el conocimiento sobre ellos y asumiendo mayores conflictos.

Tras un arranque enigmático de saber su desenlace y sus antecedentes, la excusa central que nos ha atraído hacia la historia se queda en stand by, pero no como error sino como tremenda virtud creativa y motivadora que justifica perfectamente la nominación del guión a la estatuilla dorada, ya que lo que viene a continuación nos abrirá los ojos de quienes son Nader y Simin apuntando a éste último que es el protagonista más relevante en la trama o el que sirve de nexo argumental y conceptual para las ideas del director sobre las relaciones humanas en un determinado espacio geográfico que increíblemente nos remite a la condición humana de la aldea global en que converge la humanidad en sus raíces y percepciones interiores, recordando que en la cultura árabe el hombre es el centro de la sociedad aunque en el filme vemos que en los pudientes y preparados siendo más civilizados -pero no menos necios o insensibles en otros aspectos- presentan una equidad en el trato intimo entre varón y dama, no obstante igualmente se deja ver al caballero como algo autoritario.

Ver qué oculta su desunión por medio de una segunda línea problemática es fomentar una estructura de varios niveles que se intercomunican, una gracia que remite a una sabiduría imaginativa y que bien amerita aplausos para Farhadi. Se nos hace una exposición solvente y profunda sin que implique obviedad de las causas del divorcio, se da indirectamente a través de sus acciones y palabras, conociendo las motivaciones sentimentales que rompen el lazo de la pareja. Es una auscultación del ser humano que los perfila como si la cámara fuera un psicoanalista y nosotros participes de sus secretos emotivos.

La recreación de la sociedad iraní conlleva reflexionar acerca de ese prejuicio de que son salvajes o fanáticos, que los hay radicales seguro que sí, pero también que su instrucción, la particularidad de sus personales existencias y determinados dilemas definen su proceder, como en todo hay una parte individual y otra colectiva, aquí vemos más la unidad que el conjunto pero con ello nos hacemos una idea del resto. Farhadi no aborda más que superficialmente el sistema judicial o contextual de su mundo, no pretende ninguna crítica de ello, que hubiera traído curiosidad sensacionalista al público foráneo y enfado a su población, de lo que atañe a occidente por hallarlos herméticos y distantes; dedicándose a ponernos un panorama determinado muy cuerdo, muy identificable, y ese es el deseo que se percibe, el de decirnos que no son tan distintos como seres humanos, resaltando esa riqueza privada que lleva todo ser humano en sus actos, decisiones, sentimientos y pensamientos. Parece una lección de aquellas que rompen con la hegemonía artística e intelectual que nos dice que la potestad de entender y dominar algo muy hábilmente no proviene de otro lugar que de quien se lo proponga, lo difunda y lo demuestre. Farhadi ha hecho un cine sin aspavientos, con actores entregados que se mueven con verismo, dando actitud, vulgaridad, rudeza, compañerismo, astucia, falta de cabeza, lealtad, toda una variopinta idiosincrasia que incluye una cierta autocrítica que no marca una ruta única pero que equivale también a equivocarse, a perder favores o dejar a alguien de lado.

El idealismo circunda el filme, no obstante sin fantasía ni irrealidad, proviniendo de la introspección particular y del derecho a elegir; no se juzga a la ligereza a la gente ni por nivel social, tampoco por el origen ni por un aire de excepcionalidad modélico sino se les da la facultad de ser libres en un mundo que implica más que la banalidad de dar todo por hecho, notando que ser el modelo de probidad y ecuanimidad no resulta fácil; y enseñando que movernos en esa forma específica requiere voluntad, sacrificio, comprensión, compasión, ponerse en el lugar ajeno, perdonar y exigirse responsabilidad ante otros y hacia nosotros mismos. Una cinta que verdaderamente permite ver al hombre como es, descifrándolo como solo el arte puede hacerlo.

viernes, 3 de febrero de 2012

La invención de Hugo Cabret

La última obra cinematográfica del famoso cineasta americano Martin Scorsese es una historia infantil dedicada a toda la familia, a los que aman el cine y disfrutan soñando como se suele repetir constantemente en la trama. Está nominada a 11 estatuillas doradas, es la clara favorita a llevarse los Premios Oscar 2012. Sin embargo lleva un aura muy básica en su concepción y un final de poca complejidad ante tantas expectativas por descubrir que significa un autómata en cuanto al trabajo inconcluso de un relojero y la continuidad de su hijo ahora huérfano de nombre Hugo, algo que involucra a una figura icónica para los inicios del séptimo arte, la del artista y pionero francés George Melies, ese visionario que enamorado de un nuevo invento, el proyector de cine, decide dejar el ilusionismo (literal) por otro tipo de arte que lleva implícita esa misma función, sorprender y entusiasmar a las personas a través de la imaginación.

Scorsese viene de una larga racha de películas irregulares como La isla siniestra (que también tiene su encanto), Los infiltrados (único Oscar de su carrera que más es producto de su trayectoria que de ésta película), El aviador (a pesar de todo una muy buena película a reivindicar) o Pandillas de New York (inconmensurable Daniel Day Lewis con una actuación antológica e independiente del alcance general del filme), por lo que en realidad sus obras maestras vienen a provenir de hace 16 años. Mientras tanto luce virtudes como promotor en ese nuevo boom en las series del cable, con la producción de la cadena HBO, Boardwalk Empire, sobre la prohibición de alcohol y su manejo en manos de un gánster de Atlantic City llamado Nucky Thompson (un camaleónico e inclasificable Steve Buscemi), y quizás en sus documentales, uno dedicado a la banda de rock británica The Rolling Stones y otro a George Harrison, integrante de esa leyenda denominada The Beatles.

Remitiéndonos con esos antecedentes a ésta oportunidad, Martin Scorsese ha hecho una jugada muy inteligente con éste nuevo largometraje; se aboca a un guion sencillo adaptado de un cuento para niños de la autoría de su compatriota Brian Selznick. El producto no tiene fisuras que se resalten mucho pero no llega a ser una obra maestra por falta de atrevimiento, mayor originalidad y dificultad; quizás se explaya demasiado en su respetable libertad por el pasado de Melies, aunque no tiende a exagerar. Gran parte de los hechos históricos son comprobables, tiene asidero en la realidad, agregando la fantasía del niño que plasma una bella metáfora: "Todos somos como una pieza perfecta e indispensable para el funcionamiento de una máquina, como la de un reloj, todos tenemos un propósito y nuestro deber es buscarlo".

Hugo, un pequeño huérfano que está al cuidado de un indiferente tío alcohólico, es experto en componer objetos mecánicos y vive escabullido en una estación de tren de Gare Montparnasse, en París, detrás de los majestuosos relojes de la terminal francesa, similar en oficio a Melies arreglando juguetes en su tienda, en donde se esconde tras el ingrato olvido de su invalorable aporte al cine, tras la primera guerra mundial que acabó con cierta fe por la inocencia del mundo. Hugo tratando de subsanar sus carencias emocionales para con su difunto progenitor y en razón de su pertenencia al mundo decide investigar qué mensaje oculta el funcionamiento de una máquina que retrata el dibujo de la máxima obra de Melies, Viaje a la luna (1902), en esa legendaria imagen de nuestro mayor satélite que lleva un cohete que ha chocado en su ojo.

Los personajes tejen pequeñas historias, apenas un esbozo sentimental en ellas. Tenemos al vigilante minusválido de una pierna y duro de carácter que junto a su perro doberman entrega a los huérfanos a los orfanatos tras hallarlos deambulando en la estación. Lo interpreta un muy sobresaliente Sacha Baron Cohen, el irreverente y radical comediante inglés, que demuestra que puede hacer más que una película escatológica e infumable como Borat (2006), manifestando que puede ser tierno – gracioso con sus muecas al tratar de hacer una sonrisa- o implacable –persigue con ahincó a los niños vagabundos y solitarios creyendo que necesitan la misma educación que tuvo en una institución pública para pequeños desamparados- y que en su rol yace enamorado de una florista. Tienes también la subtrama de una anciana que tiene una mascota díscola que no permite que ningún pretendiente se le acerque; o a un viejo que siente lastima de Hugo y le abre las puertas a la lectura, con el uso de un desaprovechado Christhoper Lee. Después el director e historiador de cine Rene Tabard funciona como enlace entre Hugo (lo fantástico) y Melies (hechos verídicos).

Es curioso notar que The artist (2011) y La invención de Hugo Cabret (2011) tienen varias semejanzas, ambas rinden homenaje al séptimo arte desde sus protagonistas. En Scorsese es alrededor de Melies que fue tal cual un director de orquesta, actuaba, era técnico, escribía y lideraba la película, habiendo creado cerca de 500 películas en una trayectoria impresionante. Hablamos de un artista en toda la palabra. Para Michael Hazanaviucs es a través de la representación del ocaso del cine mudo. Los dos remiten a comienzos del cine, el director americano mucho más explícito que el galo en asumir las referencias fílmicas pasando secuencias de memorables filmes de antes del 30 que es la fecha a la que se adscribe Hugo, pero bajo la misma fantasía, buen gusto, inocencia, cercanía, afecto y optimismo. A su vez, uno rinde tributo al aporte francés y el otro al angloamericano. Esto recuerda la misma coincidencia temática entre El árbol de la vida (2011), de Terrence Malick, y Melancholia (2011), de Lars von Trier, que tenían a la tierra como centro principal, con el génesis y el apocalipsis.

Algo que hay que resaltar es que Scorsese ambienta unos escenarios magníficos, la maquinaria de los relojes, la ciudad de la luz y la estación son de una estética ingeniosa y muy hermosa. También impresiona el descarrilamiento de un tren o la transformación en robot del niño. Otro acierto es poder conjugar literatura (diversidad de libros) y cine; son como amigos que se relacionan y no compiten entre sí. Los pequeños buscan sabiduría cinematográfica en los textos, Melies adapta a Julio Verne, la biblioteca sirve para conocer la evolución del séptimo arte.

Chloe Grace Moretz, ganadora de los People´s Choice Awards 2012, por encima de cuatro integrantes del elenco de Harry Potter. Moretz, quien fue una revelación tras esa sátira audaz de superhéroes llamada Kick Ass (2010), a un año de hacerse notar con 500 Days of Summer (2009), hace de Isabelle, la ahijada del maestro europeo, la que lee mucho, pero nunca ha presenciado una película, y pronto Hugo reparará esa falta mientras ella le inculcará su pasión por los libros.

La corta escena -que no siento sobrevalorada- de los chiquillos de 12 años en la sala de cine imprime amor por el séptimo arte, su fascinación se impregna sobre todo en la última hora del largometraje, esa aura de fiesta hacia el arte se gana mi respaldo, aunque ésta película para quien escribe no sea su favorita a triunfar en mejor película en los Oscars. La pongo detrás de The Artist, Los Descendientes, Medianoche en Paris y Moneyball, pero Scorsese tiene muchas posibilidades como mejor director, aun bajo una primera hora menos potente, dentro de un conjunto con mucho sentido, gracias a su sencillez argumental, proponiendo alto alcance sentimental y hasta reflexivo en no perder la ilusión.

Los actores principales están perfectos, muy bien escogidos, Asa Butterfield es un niño que se gana nuestro cariño sin caer pegajoso o a través del estigma del pobrecito, sino presenta ingenio para subsistir por sus propios medios. La escena cuando llora y suplica que lo deje ir el inspector es muy emotiva, sus expresiones son muy prodigas; sus ojos maravillados con una cinta muda es creíble pensando que un niño contemporáneo no sentiría lo mismo, tan igual a su preocupación por conectar con su entorno. Éste actor inglés ya a su corta edad hace méritos para ser una estrella. Con él vemos a Ben Kingsley que con una carrera destacada merecería que lo despeguen de la figura fija en Gandhi, por la que ganó un merecido Oscar. Su interpretación luce como un triunfo, aunque sin desproporcionarlo. La invención de Hugo Cabret es una cinta valiosa. Todo el que recién descubra el cine lo va a agradecer y quienes ya lo conocen bien sentirán el recordar de la primera sensación.

miércoles, 1 de febrero de 2012

Tinker, tailor, soldier, spy

Ésta película de Tomas Alfredson, el magnífico director sueco de esa obra maestra del terror llamada Déjame entrar (2008) con la cual sedujo a todo el público del orbe desde el anonimato internacional, nos remite al juego de espías en la adaptación de una de las novelas más famosas del inglés John Le Carré. Ambientada en la guerra fría se nos hace anacrónico el contexto de la realización y por ende muy distante de manifestar latente el conflicto de antaño por lo que pierde la fuerza necesaria como para que nos identifiquemos con ésta realidad, salvando el filme más el acercamiento al entretenimiento que su asunto político. Sin embargo éste escollo no merma la capacidad del director para proporcionarnos una buena historia, sino hábilmente saca a flote la trama enfocándose más en la intriga de quien es el hombre infiltrado en la red de inteligencia inglesa denominada como el circo, para ello el contexto de guerra fría poco importa casi como un paisaje que solo sirve para ubicarnos, y es que la inteligencia de Alfredson no tiene pierde en cuanto a creatividad, la lucha entre naciones nos remite a dos rivales imaginarios en un ajedrez mental de cara al público en que han logrado meter a un topo en el sistema enemigo y para eso se teje un entramado astuto en que los vaivenes por encontrarlo apuntan a varios rostros en medio de historias entrecruzadas muy bien elaboradas desde una independencia que tendremos que asimilar e interpretar para resolver el caso que nos involucra hasta el final de la película en que cada elemento debe sopesarse y relacionarse para encontrarle sentido.

El juego que importa principalmente es conocer cuál de esas cuatro piezas que titulan éste producto cinematográfico es el traidor, cada representante del circo es figurado como una de ellas, tinker (calderero), tailor (sastre), soldier (soldado), spy (espía). Sin embargo eso no quedará ahí ya que hay giros que despistaran y que no dejan de ser coherentes; no bajo movimientos drásticos en el guion sino muy fríos, precisos y calculados, sin caer en impactantes revelaciones pero moviéndose con la habilidad necesaria para calibrar respuestas desde la calma, por lo que extraviarse puede ser muy natural con una cinta como ésta.

Como es costumbre en estos menesteres de espías suele ser bastante complicado entender las líneas de intersección de los relatos en relación que son unos cuantos, y esto ocurre cuando llevan un ejercicio decente de argumentación y respeto por mantener una intriga solvente como ocurre en ésta película que permite acompañar al agente George Smiley (Gary Oldman) en la resolución de ésta investigación que significa un nuevo nivel para su defenestrada carrera siguiendo a su antiguo jefe, Control (John Hurt).

Un punto a favor de la trama es que los personajes son funcionales, no hechos para brillar al estilo de Tom Cruise en Misión Imposible, incluyendo a Smiley que parece seco y discreto en mayor parte de la película, guardando silencio o pasando desapercibido en varias partes, como si no fuera realmente el protagonista que pretende resolver el leitmotiv de ésta propuesta. Tiene una apariencia medida, poco intimidante, común, envejecida, que hace bastante creíble su personaje agregando bastante sintonía con la vida que se nos muestra en el filme.

Rescato un momento hermoso en que recuerda un interrogatorio a un preso ruso que va camino a la muerte de vuelta a su país acusado de infidente, aceptando estoico su fin, sin develar secretos. A manera de un casting para algún rol interpretativo, el veterano Gary Oldman, nominado por primera vez a mejor actor principal en los Premios Oscar 2012 siendo un nombre ya muy famoso en la cinematografía del mundo, recrea en el aire ese momento como si estuviera viviéndolo ahí sin estar más que con un atento ayudante que le observa describir la situación. Es una delicia que demuestra la calidad de éste gigante pero que parece no hacer méritos suficientes ante su poca presencia (impresionable en todo el filme), como para vencer a los favoritos a la estatuilla dorada en George Clooney y Jean Dujardin.

Los demás actores no son caras conocidas salvo el actualmente popular y ganador del Oscar 2011 a mejor actor principal Colin Firth que menoscaba un poco sin intensión el efecto de resaltar ante todo la película por sobre los nombres de las estrellas, ya que no resulta necesario tener caras destacadas teniendo en cuenta que Alfredson no los usa para ningún fin explicito invaluable o acaparador evitando con esa decisión no opacar el misterio, igual a como no se ha publicitado demasiado a los actores saltándose el posible engaño a la hora de atender la realización en el cine. Junto a él yace el que pronto será una celebridad fácil de notar en el actor Tom Hardy como el tipo que apremia a subsistir en la oscuridad al desleal. Después el resto son prácticamente desconocidos o poco reconocibles como para absorber la atención, y ese es un mérito del filme, dejar predominancia a la narración dejando de lado a los actores, haciendo más difícil reconocer al ladino y escurridizo traidor.

El topo como se le conoce en español es séptimo arte inteligente, pero no hay que confundirlo con algo aburrido porque se hace bastante ágil de atender, sólo que requiere de mantener los ojos y los oídos bien abiertos. Entretiene en todas sus dos horas de duración, habiendo que unir cabos antes que llegue el final y que estoy seguro que no será predecible como tampoco se aboca todo el filme a solo un misterio sino están muchos otros como la rusa que enamora al americano y que más tarde es perseguido por la cara torpe del servicio británico, la operación brujería que busca encumbrar a un grupo, el primer hombre eliminado en una misión, los transitorios negociadores, algunos señuelos y el espía ruso que tenía que volver a su patria.

Alfredson imprime su cotidiana violencia, no escatima esfuerzos para otorgar a su obra un cierto realismo sin aspavientos y muy verídico, rápido e implacable, con una dirección controlada en todo momento que hace justicia a un autor que ha demostrado ser capaz de abordar una temática complicada luego de acometer una historia de vampiros que pudo dar la idea de que no era capaz de ir más lejos en cuanto a complejidad de géneros y lo ha hecho en cuanto a retos se trata, aunque su filme no sea de los que suelan trascender en la historia del cine. No obstante, hay que decirlo rotundamente, muy buen trabajo.