lunes, 29 de agosto de 2011

Los girasoles

Ésta película la dirige Vittorio de Sica. Cuenta con dos gigantes del séptimo arte, como son Sofia Loren y Marcello Mastroianni. Inicia con un enamoramiento apasionado hasta el punto que la pareja decide casarse y concebir los diez días más intensos de sus vidas antes de que Antonio tenga que entrar en combate en la apartada Rusia. Tras tratar de evitar su enrolamiento militar en la segunda guerra mundial finalmente debe partir, pero es cuando comienza el drama de Giovanna, la beldad en estado natural Sofia Loren, ícono mundial de la gran pantalla, que con un actuación doliente y desbordando una espontaneidad que se convierte en magnetismo para el espectador debe comenzar un periplo incansable en busca del ser amado.

Aunque en un principio tanto Loren como Mastroianni deben fingir tener 30 años (Loren tenía 36, pero Mastronianni 46), no resulta menoscabo de lo que se ve en conjunto. La película se hace bastante sencilla pero con un aura que fraterniza con la verosimilitud en contarnos como viven su relación; parece que estuvieran improvisando en su cotidianidad haciendo notar una compenetración sentimental dulce y alegre.

En el momento en que Giovanna decide ir tras los pasos de Antonio parece imposible pensar que llegue a hallarlo asumiendo no solo que pueda ser una búsqueda infructuosa teniéndolo por muerto sino que parece que siguiera una aguja en un pajar siendo un país gigantesco al que se asoma. No obstante en eso Vittorio de Sica juega muy bien sus piezas y logra mientras conmueve acercándonos a la figura del personaje de Loren crear rastros que construyen la sensación de credulidad. Todo bajo una efervescencia que de la mano de las emociones de efusividad y melancolía muy bien trabajadas por la actriz principal que nos guía convencidos por su férrea disposición y meta logran nuestro interés al poner en relieve un filme anclado a una tragedia personal que toma forma en nuestro corazón, porque sin sentir esa andanza como propia se hace inferior el concepto.

Sin embargo la película no se queda en ese hito, el drama se intensifica en una segunda exposición que se mezcla con la desilusión que en pocas palabras metaforizándolo interrumpe el ávido palpitar, surge un conflicto que tira por la borda todo esfuerzo cercano al ideal de la pasión, ésta vez las justificaciones dejan algo de dudas en su total asunción que no llega a explicar demasiado dejando libre el aspecto de la lealtad aunque el agradecimiento se hace réprobo en esa vuelta de tuerca que observamos pero aún ante ello seguimos su inflexión hacia el nuevo rumbo todavía confiando en lo exhibido, ya que ya no seguimos al cariño desmedido sino a su ruptura y su sufrimiento. 

Pasada la sorpresa se pone a prueba el amor, y en ese lugar la película no juega a lo romántico sino se enfrenta al realismo que nos somete cada día, estando de cara frente a las obligaciones que merman o limitan nuestra voluntad por asunto de consciencia, convirtiendo la responsabilidad en algo ineludible que exigen los mejores valores que es lo que se quiere discutir para decidir una salida, lo que pone contra la espada y la pared ese halo de incandescencia emocional que no mide consecuencias y que tiende a conminar nuestras acciones dejando fuera esa racionalidad que obliga a un adulto a hacerse cargo de una vida más restringida y pensar que no es del todo libre sino lo atan como en el caso otros seres humanos desprotegidos y dependientes con los cuales debe cumplir.

Hace acto la sombra del sacrificio, en esto Vittorio de Sica se destaca, le imprime con completa convicción un componente que circula en su filme, la familiaridad con lo mundano, poniendo ante los dardos de la existencia a la sensibilidad, como cuando produce giros que enriquecen el panorama fabricando una proximidad con lo común que como se hace hincapié perfectamente tiene de azar, de deliberación, de imprevisibilidad. El filme no deja de preguntarse ¿quién es primero, los demás o yo?, pero en ello la respuesta no resulta tan fácil ni egoísta ni desarraigada ni indolente sino que antepone un ser por otro en detrimento de uno de ellos para con su futuro y su realización como ser humano porque así de importante resulta el deber o el amor, porque se refiere a diversos tipos de afecto, para eso hasta su conclusión surge un debate que inclina la balanza según la consideración individual.

Varios tópicos se tocan, pero puestos en contextos complejos, proponiendo más físico, menos dogmatismo y evitando el discurso reduccionista, ya que la realidad es más complicada que un manual que da por seguro un único sentido como si todo fuera de lo más simple. Por su composición, comprensión, humanidad y reflexión I Girasoli (1970), de Vittorio de Sica, se presenta digna de la época de oro del cine italiano.

martes, 23 de agosto de 2011

El árbol de la vida

Ganadora de la palma de oro en el Festival de Cine de Cannes, dirigida por Terrence Malick, cineasta americano que en casi 40 años de labor tiene solo 5 películas dentro de su filmografía, se presenta como una obra maestra de los últimos tiempos. El relato nos remite a la familia O´Brien, principalmente sobre el hijo mayor de nombre Jack, desde que nace hasta que entra a la adolescencia. Es el verdadero personaje de la película aunque entre los integrantes del reparto estén Sean Penn y Brad Pitt, famosas estrellas de Hollywood que quedan en segundo plano como quien los ha tenido de pretexto para dar cabida a una realización donde solo cuenta el ingenio del autor y su personal visión artística, sobre todo en referencia a Penn que apenas aparece en escena interpretando a Jack en su adultez, en una mirada hacia su pasado bajo una auscultación que tiene dos lados, uno más extenso de corte realista y otro que ronda su deambular futuro bajo lo fantástico, lo introspectivo y lo onírico.

Dejando estelas de una personalidad que se asocia con un ideal bajo un estereotipo que circula predominante aunque en contadas intervenciones, Pitt ejecuta un destacado papel como el padre autoritario y perfeccionista que quiere que sus hijos sean hombres de bien y que con su disciplina férrea le crea conflictos emocionales a su primogénito que se debate entre un naciente odio y su naturaleza inocente como bondadosa propia de su niñez. Se incita en su cabeza lo sexual, los celos, la frustración, la maldad y hasta el parricidio.

No obstante Malick va más lejos en su absoluta e íntima divagación dando lugar a otra prioridad, la creación de la vida en el planeta, mediante una clase completa desarrolla toda la evolución que acaece específicamente en la tierra a partir del big bang. Puede parecer extraño ésta exhibición científica detallada pero a medida que continua el metraje del filme se muestra una metáfora con el crecimiento del niño central de la historia, cada quien puede interpretarlo a su modo, estaríamos explayándonos inconvenientemente al describir un cúmulo de pensamientos al respecto, pero se ha de decir que brinda mucha materia que hace posible varias conclusiones pero como da para abundantes lecturas es mejor dejar en libertad al espectador. Cada quien debe encontrar desde sus perspectivas las similitudes que se nos presentan. Jack hace una reflexión sobre su existencia, asume su tiempo pretérito como quien acepta un pase inevitable y enriquecedor a pesar de las dificultades. Al final la película se torna mística, con la naturaleza y la humanidad, con quienes han sido parte de nuestro mundo. Es la paz y el amor que viene a rodearnos en medio de la luz.

La cinta toma forma por su último desarrollo que nos permite entender el tratamiento que le ha dado el director que al inicio pareciera tener entre manos un despropósito que termina dejando de ser críptico para producir una sensación de compenetración visual y mental, en la trama sencilla del hijo sufriendo el rigor del progenitor y tratando de entender sus sentimientos, dominarlos y asumirlos para comprenderse está la vida misma en el planeta, su grandeza, su inconmensurable virtud y su inexplicable curso, su malestar, su idiosincrasia, sus secretos. Como quien asiente con la cabeza resignadamente, quieto y permisivo. Es un cúmulo de emociones en el reflejo de una pintura.

Definitivamente es una película atípica pero a pesar de un cierto semblante de aspecto oscuro permite su desciframiento en libre opción. Te deja una sensación de satisfacción por el arte de contar algo de forma original, emotiva y profundamente pero esto no deja de ser subjetivo, será definitivamente una cinta de culto más que una obra masiva, sin embargo la atmósfera que vive la familia parece tan común y tan humana que la identificación con el producto no suena descabellado aún en medio de un clima desasosegante por causa del deseo analítico más que de su estilo que se manifiesta sosegado en el aspecto de la cosmología, de la biología o de la geología y nunca totalmente transparente porque siempre quedara cierto misterio dentro de la apertura, pero no cabe duda que la cinta busca producir respuestas que nazcan en nuestra propia motivación. Luce como la cátedra que aspira el diálogo continuo, sin embargo la película tiene que terminar dejando libre la luz de la sabiduría, de la vida misma.

miércoles, 17 de agosto de 2011

Zatoichi

El director japonés Takeshi Kitano tiene más de un registro fílmico, aunque suele estar asociado con la exposición de mucha violencia ambientada en lo contemporáneo, en relación a los yakuza, pero aquí aborda el tema de los samuráis, un aspecto clásico que identifica tanto a la raza e historia nipona y que es muy popular alrededor del mundo. Nos coloca a un héroe, un samurái ciego, que es masajista y que deambula como ronin por los diferentes pueblos. Kitano interpreta al personaje que titula el filme, Zatoichi.

Como es de esperar sus rivales son un clan que propician el abuso y la corrupción, pero ese grupo tiene un pasado. Hace muchos años atrás atacaron a una familia adinerada a la que asesinaron y robaron, dejando indemnes físicamente sin desearlo a dos de los hijos. Lo único que los delata es un tatuaje de dragón y algún nombre pronunciado en medio de la fatídica noche, pistas que buscan resolver los sobrevivientes que se han convertido en geishas que entretienen con bailes y música a cuanto comensal pague por sus afectos, sin embargo ellas están en realidad en la ruta de la venganza persiguiendo a los culpables, arrebatándoles la vida de la misma forma y a su vez asaltando clientes para prodigarse mayor dinero. Dentro de lo aún más extraordinario de aquellas geishas está que una es realmente un hombre, su estado nos remite a la pederastia y a la homosexualidad, Kitano no juzga, sólo expone, con brevedad, e incluso toma a la ligera y hasta cómicamente la condición sexual de Osei, como se hace llamar la falsa danzante. En realidad todo el concepto del filme es de esa condición, es una realización de entretenimiento y a la vez muy libre, que aborda la temática de los samuráis casi como un niño a un juguete soñado o un pirómano al fuego, es decir, Kitano está en su elemento, aunque bajo otra época a su estilo, manejando a los icónicos representantes japoneses a su regalado gusto, como se ha de esperar de un cineasta que se prediga bajo el rótulo de autor. Para nada es una revisión histórica, sino algo muy propio del entretenimiento, con mucha exhibición de sangre bajo cortes, mutilaciones, acuchillamientos y muertes de toda clase, para ello Kitano no se inhibe en absoluto, y se explaya aunque verosímil exagerando las escenas.

Prosiguiendo la historia, no falta un buen antagonista, otro samurái llamado Hattori Genosuke, que a diferencia de Zatoichi es joven y tiene una pequeña biografía, es un mercenario al servicio de una paga, con la que busca velar por la salud de su mujer enferma a la que encomienda prácticamente su alma, no presenta escrúpulos frente a sus necesidades y se nos dibuja bastante frío para acabar con cualquiera que se lo manden, es un enemigo en toda regla que al demostramos sus destrezas incentiva nuestra imaginación de lo que vendrá.

Otro personaje hace la caracterización cómica que requiere la obra. Shinkichi es más que todo un apostador en los dados que es como conoce a Zatoichi, es sobrino de Oume, la vieja dulce que asila al masajista. Con esto tenemos todo el escenario que asume el filme. La venganza de las geishas, Zatoichi dando la cara al despiadado clan, Hattori tomando algo de forma con sus andanzas a la par del heroico anciano samurái y los dos personajes emotivos. 

Hay como se aprecia parte de comedia y mucha acción, la trama viene a ser lo suficientemente funcional para permitir la aventura. Los desafíos corporales abundan, y además tiene algunas particularidades, como la ilusoria geisha que se aprecia superficialmente dejando algo nimio para la personal reflexión y que no llega a tomar la seriedad que requiere; y el cobro en el tiempo que hace Hattori con una afrenta de su pasado, ante un maestro de kobudo que lo humilló en una clase. Por ese lado tanto Hattori como Zatoichi hacen los méritos necesarios para augurar un desenlace mítico, ambos son magníficos samuráis y se asume que se desataran muchas chispas al aceptar el reto de eliminar uno al otro.  

Mientras como en el último nivel de un vídeojuego esperamos las mayores dificultades, en ese largo trance no escasean las batallas previas que hacen las delicias del público aficionado a las katanas y a las luchas explicitas que tienen un aspecto gore donde el despliegue visual y los movimientos son de grave espectáculo, siendo base principal de lo que se espera visionar y que el filme cumple ávidamente desbordando cuantiosa adrenalina. 

El final se embrolla un poco tratando de sorprendernos, tanto que hasta se descubre una mentira de Zatoichi que pasa sin pena ni gloria y a esa altura del desarrollo de la cinta la irrelevancia de una justificación es notoria, además tanto se prolonga la identidad de quien es el responsable central de las viejas matanzas de la familia Naruto que no llega a importar tampoco mucho, se hace poco llamativo el hallazgo y se fuerza por gusto porque no es algo que el producto halla dispuesto para generar expectativas, aunque ciertas formas puedan exigirlo.

Se cierra el filme mismo Bollywood, con una parte de tap dance en estilo japonés (usando sandalias de madera) y una broma insignificante. Lo cual es perdonable, porque no es una realización para nada mala, y hay que tomar en cuenta que su atmósfera es más de orden recreativo. Si buscas un filme donde brille por esencia la acción, el combate y el movimiento estarás en el espacio idóneo de la mano de un director que además tiene mucha singularidad y una bien ganada reputación.

miércoles, 10 de agosto de 2011

Dolls

El amor es un tema que atañe a todos los seres humanos, cada uno en su respectiva individualidad, estando dentro de lo indispensable para ser plenamente feliz, pero qué de la desventura que puede cernirse sobre ese invaluable sentimiento, a modo de fábula el realizador japonés Takeshi Kitano asume ese reto haciendo un homenaje, en la vena de la tragedia griega, bajo la clara visión nipona anclada a lo universal, al proponer tres historias con cierto aire fantástico, pero que no dejan de conmover por su entrega y pasión.

La trama central involucra a Sawako y Matsumoto, los llamados mendigos atados. Por culpa de la ruptura de su relación amorosa Sawako pierde la razón y enferma, arrepentido Matsumoto sacrifica su vida para acompañar a la mujer que ama. Juntos deambulan por las calles como dos autistas libres por el mundo. Otro relato lo conforman Hiro y Ryoko, el primero la abandona para hacer una carrera criminal en la Yakuza, luego muchos años después retoma lo que dejó en su última cita. El día que le dijo adiós ella prometió traerle comida al parque todas las tardes desarrollando la posibilidad de un futuro reencuentro. Parece una absurda penitencia pero la mujer cumple devotamente. Envejecido Hiro va en su búsqueda olvidando su propia seguridad. La tercera trama es un amor platónico, cuasi perfecto e impoluto, Nukui, es fanático de la cantante pop, Haruna Yamaguchi, ella sufre un accidente que la lleva a decidir que no quiere que nadie la vuelva a ver, para ello Nukui hará un acto de renuncia descabellado que aspira a la reunión con su venerada dama.

Esas son las vías de comunicación que se suman a una introducción que exhibe dos títeres que padecen bajo la temática de la película y que se emparentan con el viacrucis de Sawako y Matsumoto. Todo apunta a una realización pequeña y sencilla, pero podemos ver una belleza visual latente, un mensaje de valor abnegado y en general un uso artístico que enmarca las razones por la que rendirle culto al cine. Kitano hace poesía con la cámara, juega románticamente con sus mejores artificios cinematográficos, prolonga hábilmente sus simpáticas adversidades agregando una sensación de grave permutación que propone enaltecer el lugar del amor eludiendo los finales felices, llevando un tono que no apoca sus fundamentos ni cansa.

Resaltando lo singular el director utiliza muchos flashbacks aunque reducidos de tiempo, y una pesadilla que poco aporta realmente, la cual podría ser cualquier cosa ya que la chica está abstraída del entorno. Kitano se detiene en los paisajes brindando énfasis en la fotografía, hace múltiples tomas variopintas que destacan el recorrido junto con los personajes. Ralentiza sus cuentos, no tiene apremio por manejar desenlaces que terminan siendo endebles y hasta alguno previsible pero ya más que suficientemente narrados aún en su minimalismo y su economía argumental que no desmerecen el concepto intrínseco que es lo que importa más no su proyección física sino que se interiorizan y se adscriben a su emanación reflexiva, siendo una cualidad el proveer de mayor valía y drama a lo simple pero dándole un cariz de extravagancia y originalidad que a pesar de ello nos haga meditar en el sentimiento prioritario del amor, volviendo lo efímero perenne dejando en la atmósfera un aroma a melancolía contenida, a ilusión rota, a locura justificada que no desdibuje el sentimiento que se yergue orgulloso de su triunfo, porque no es un lamento, un castigo o un reproche como se puede llegar a comprender e incluso enfocar para analizarlo por esas vertientes sino una auscultación admirativa de una ofrenda sin límites que es lo que circunda el filme.

Hay que resaltar la virtud de Kitano de proveer un filme entretenido y en sus aristas completo sin demasiada complicación, algo que produce placer visual y que nos moviliza como robando esa esencia que asume y encara con seguridad en la franqueza de sus postulados abiertos a juzgarse. No hace falta la genialidad oculta sino vibra el talento en la llaneza de quien muestra, abriendo las puertas del arte a los espectadores para que realmente sientan la empatía sin subterfugios oscuros ni melodramáticos, sino despiertos y abiertos, sensibles y reales aún en lo inverosímil, porque el que no tiene sensibilidad no puede fabricar sueños que en la pureza en que fluyen se han de rescatar siendo indudable que en Kitano se asoma ese don que se muestra sin rodeos y que no nos ha de faltar a nosotros para compenetrarnos con el arte.

miércoles, 3 de agosto de 2011

La historia de Adele H.

Hablar de ésta película es juntar dos pasiones humanas sobre el arte, la literatura y el cine, pero con su propia leyenda, justamente la que se hizo perenne de alguna forma en el tiempo sobre el personaje principal del que nos narra el maestro francés Francois Truffaut. En ella coincide la hija de ese otro genio que fue Víctor Hugo, hombre poderoso por propio talento, inmortal entre los grandes, figura consumada dentro de las letras universales, personaje político e influyente por convicción. Sin embargo el filme no nos remite a su persona directamente sino tangencialmente; nos aboca a su hija, Adele (Isabelle Adjani), que atraviesa el océano atlántico sola en busca de su “prometido”, el teniente inglés Albert Pinson, que rehúye el compromiso tras consumado su amor y conquista, que menospreciado por el autor francés siente rechazo en desmedro de su ex pareja a la que sedujo en circunstancias en que ella se encontraba en próximas nupcias.

Como se aprecia Adele es intrépida, una soñadora y luchadora por naturaleza que termina víctima de las circunstancias empecinada en que sea correspondida su entrega y honor, su inocencia o irreverencia frente a la sociedad, pero Pinson no pretende hacer gala de su palabra y desestima todo intento de aproximación a su persona. Adele se esconde bajo el apellido Lewly en una posada de buena condición social administrada por la cariñosa y simple señora Sanders; a nadie a comunicado que es la ascendiente del que llaman el hombre más famoso de su época, pero ni corta ni perezosa envía cartas pidiendo altas sumas de dinero para subsistir en el nuevo mundo. Se halla en Halifax, Nueva Escocia, Canadá. Suele escribir todos sus pensamientos en un diario, de ahí que Truffaut ha tomado el magma para plantear su existencia.

La temática del filme se puede describir en cortas líneas, Adele se debate en la ensoñación de sus fantasías con una resolución solida de sus deseos mientras se contrasta su voluntad con la realidad adversa que le niega el amor en un hombre mujeriego, pero disciplinado en el ejército británico tras darle un giro contundente a su propia vida; éste hombre no planea dar su brazo a torcer y la repele con semejante convicción a la que se le opone. Ella vive prácticamente al amparo de su pasión, escribiendo ávidamente sus reflexiones poéticas y sus anhelos más firmes, teniendo pesadillas sobre la muerte de su hermana Leopoldine que murió a los 19 años ahogada, recabando comunicaciones con su padre a la distancia, enclaustrada solitaria sin ninguna compañía, ensimismada en sus ideas, tramando como convencer a Pinson.

Se ha de decir que es un relato básico pero por el esfuerzo creativo de Truffaut se prolonga con hábil manufactura que en ningún momento deja de presentar emotividad o provocar desatención. Se llega a saber del origen de la dama en cuestión pasado cierto metraje, lo que denota buena contención en el uso del desarrollo cinematográfico extendiendo la trama bajo el carácter anónimo y común del personaje central, lo cual nos hace cavilar pensando si hubiera perdurado dicha historia de no ser la hija de Hugo, ¿sería menos importante?¿nos produciría curiosidad? En eso se puede asumir que Adele es nuestra humanidad, nuestra sensibilidad, nuestros escollos, su vivencia se hace cercana y ella pasa a ser tan de la gente como cualquier desconocida porque su lamento silencioso oculto bajo su temple se hace el de todos. Su llanto, su sufrimiento y sus temores, más no su lucha, se perciben sutilmente pero es con nuestra despierta percepción que se dibujan tan claramente.

La protagonista llega hasta las últimas consecuencias, se enfrenta a la sombra del matrimonio de Pinson con la hija de un juez; no escatima humillaciones, tretas y ruegos que van in crescendo, tampoco gastos económicos que la arrastran en persecución del hombre que la ignora fervientemente, con grave indiferencia ante una perseverancia que se transforma en cierta animadversión que hace proclive secas y calculadas venganzas.

La mano diestra de Truffaut insinúa, nos hace imaginar diversos caminos donde puede solo asumirse uno solo, abre puertas y posibilidades, nos engaña, nos confunde, nos moviliza, nos compromete, nos hiere, nos dirige en su frenética profesión de embaucador y prestidigitador. Cabe además un posible amor en el librero cojo que aspira a su propia biografía. Nunca se desecha el cambio de parecer. En suelo virgen el final no se llega a intuir, ensimismados como bajo la neblina que articula un adivino que nos empieza a leer las cartas ante nuestra perplejidad, ceguera y desconsuelo.

El tiempo trascurre como anclado a una idea suspendida en el aire; Truffaut completa los diarios simplemente con un colofón que amplía la intromisión de un lúgubre destino donde su autoría da cabida a mayores complejidades, aún bajo la impronta de la sencillez y del entendimiento elogiable del que enseña con rotundidad y destreza los senderos más crípticos. Es una obra maestra, aunque un pequeño cuento convertido en voluminosa novela, mediante un trazo delicado y ceñido. Es una reliquia portentosa de ánimo humilde, una estratagema cerebral, una joya invaluable, un diamante bien pulido.