miércoles, 23 de septiembre de 2015

Autómata

Ha sido una sorpresa, a un punto, la segunda película del español Gabe Ibáñez, ya que en lo personal esperaba muy poco de ella y creía hasta poder ignorarla, como muchos no han sabido ver, tanto que apreciarla ha sucedido en parte por casualidad. Hallarla en la cartelera ha sido encontrar algo saludable, en medio de la avalancha de películas para matar el rato que nos suelen caer. El filme no es perfecto, como tampoco lo fue su ópera prima, Hierro (2009), pero son obras a valorar especialmente, y estar atentos a los próximos proyectos de Ibáñez.

El título de su debut se debe a que el contexto es un viaje de madre e hijo, de María (Elena Anaya) y su pequeño Diego, a la isla de Hierro (Islas Canarias), en donde perderá a su vástago en plena travesía de mar. Este thriller juega con lo paranormal y lo psicológico, creando atmósferas lúgubres que se vuelven un quehacer machacador dando la sensación parcial de efectismo gratuito, pero que consiguen generar interés, mediante un argumento que provoca suspicacia por desentrañar su misterio, donde asoman alternativas a discutir, y la suya funciona muy bien. Elena Anaya por esta película mereció un premio en el festival de Sitges 2009.

Autómata es una película que intenta ser novedosa y diferente en una cosmovisión Ciberpunk y eso la hace un gran esfuerzo de identidad en un espacio grandilocuente, complicado de imaginar y bastante extraño por lo general, pero sumamente cautivante como subgénero, y aunque no abunda en el exceso, como se suele buscar (parece una producción humilde, pero muy bien trabajada en la esencia de lo apocalíptico y distópico, sin remarcar), a veces falla en el intento, como con los niños asesinos tocando la puerta y disparando a quemarropa por mandado, ya que viéndose ordinarios y angelicales se ven gratuitos, fuera de lugar sin más, por más que se viva en un mundo paupérrimo y lógicamente desesperado e impredecible, de calles sucias, corrompidas, promiscuamente iluminadas y en ebullición e inquietud perpetua, muy bien contrastadas con el desierto seco, misterioso, silencioso, desolado, mortal y blanquecino en una especie de diáspora. Lo mismo sucede con la autogeneración de un robot que parece una cucaracha mecánica gigante (de lo que incluso se dice superficialmente que el futuro de sobrevivencia será de la sobrepoblación de estos bichos, que suena a un lugar común, más que a un dicho científico), en lugar de lo que pareciera querer ser un perro, una mascota o de lo que trata, el siguiente escalón evolutivo, y es que uno esperaba algo mejor de éstas mentes maestras, aun planteando querer ser algo raro, disímil del orden humano.

Una de las mejores escenas del filme es un espléndido WTF o un giro impensado, como que te preguntas desconcertado ¡¿qué está pasando?!, ¡¿qué va  pasar?!, mencionando un instante incómodo y de aprendizaje en especial cuando el agente de seguros robóticos y protagonista central Jacq Vaucan (Antonio Banderas, que sorprende en un registro y performance interesante a lo que acostumbra) danza sensualmente con una robot en medio de una botella de alcohol, en lo que refleja la humanización paulatina.

La premisa, por una parte, es la de siempre, ¿pueden los robots comportarse igual que los seres humanos, por libertad propia y bajo emociones?, y al respecto la intervención creativa es sutil, delicada, mínima, auspiciando una nueva evolución de la población de la tierra, otras formas de hacerse con el poder, que de eso va a fin de cuentas, donde los autómatas (visualmente muy bien ilustrados), las máquinas pensantes, son el siguiente paso, para lo que antes deben romper dos protocolos, que son la base de la trama. Uno es no agredir (cuidar) a los hombres, y no tener la voluntad de cambiar su mecanismo, con lo que quedan limitados a las órdenes, temores y deseos humanos, que como se dice, son ellos contra nosotros, rompiendo el sentido de su construcción, de hacernos sobrevivir, de lo que se deja en claro que los robots pueden y buscan hacer mucho más, observando que la radiactividad es el punto de no retorno, como la ciencia -más el descontrol- se nos pone en contra, si bien queda ambigua, elíptica, poco desarrollada, la idea de una lucha y desintegración. Pero acoto que los autómatas son exhibidos pacíficamente, vistos como víctimas, otro tipo de humanización, que puede ser por el protocolo, aunque lo rompen, y no se ajustan los últimos (las baterías) a ello, pero también luce maniqueo y pesimista con la humanidad, salvo por Vaucan que como un moderno socialista ideal recurre a la traición. El comportamiento de Vaucan es muy primario y elusivo con justificarse plenamente, no obstante refleja toda nuestra imperfección, espontaneidad y ordinariez. Muchos pueden pensar que el filme adolece de mayor argumentación, que es cierto, utiliza lo indispensable, poco. Sus momentos son austeros, menores, la mayor parte del tiempo, pero eso le da cierta distinción, tanto como una cualidad de entretenimiento y movimiento elemental efectivo, que como en ese enfrentamiento final con el camión y los hampones -tipo película de acción- todo va sin grandilocuencia, con morosidad, con esfuerzo, como con suerte y con aire de poca cosa, lo cual ahonda en una personalidad autoral esquiva con las fórmulas convencionales, por encima de su propia imperfección y simpleza, haciéndome sucumbir a un mundo tan imaginativo, productivo y personal, desde lo esencial, lo aparentemente gastado y sin atisbo de solemnidad.