lunes, 18 de mayo de 2015

Aguas tranquilas (Still the water)

Actualmente la directora japonesa Naomi Kawase compite en el festival de Cannes en la sección Un certain regard con su película An (2015); Aguas Tranquilas estuvo en el mismo gran festival el año pasado pero en la competencia por la palma de oro. La presente tiene de tema esencial -como acostumbra la directora con su sensibilidad- el aceptar o luchar lo pecaminoso, como en  Moe no suzaku (1997), su mejor filme, ganador del fipresci en el festival de Rotterdam y la cámara de oro en Cannes,  en el amor de una adolescente por su primo, un joven adulto bastante sencillo, que la tiene obnubilada y ensimismada en su primer amor, como a su madre (y tía del objeto de pasión), sumado a la descomposición de la familia en medio de lo natural tras 15 años de placentera existencia familiar en lo rural en una trascendencia poética de la zona con lo humano, un lugar de residencia tan simbólico y constante en su séptimo arte, que tiene de eje al bondadoso tío, padre y marido que solventa el sentido de unidad en una simpatía y comprensión por la tradición, los valores y lo campechano, y es ahí donde Kawase pone la figura de la potente atracción femenina tanto inocente como lujuriosa –suele tener de ambas- en medio de la culpa y la dificultad de realización, como pasa con Kaito de 16 años que debe enfrentarse a sus veladas taras psicológicas que provienen de una madre separada y activa sexual que lo cohíbe en el placer, en su relación con la hija de una chamán moribunda.

La muerte es otro motivo capital en sus filmes y en la película que nos compete, partiendo de que la paz de Las islas Amami, contexto del relato, un paisaje hermoso como los que suele  hacer gala ésta directora, aunque en este vemos que se ha esmerado particularmente (la autora siempre habla de paz, y de belleza, en cuanto a lo que significa Japón, pero la realidad siempre termina siendo otra, torturadora), parece apenas romperse con el encuentro de un hombre ahogado en pleno mar (tatuado como el padre de Kaito con quien se siente tan próximo emocionalmente, y sobrevuela el abandono en su psiquis), que es catalogado de accidente y luce como de poca repercusión, aparte de ser un gancho para el espectador que podría esperar algo sórdido, llamativo, lo cual sería desconocer el cine que hace Kawase, y su inteligencia para presentar retratos sensuales, pasionales y dolorosos, pero  la realidad es que la autora nipona resulta bastante sutil, cuando sabemos que puede ser muy melodramática e intensa, y no le faltan sus momentos, tanto como demasiado poética, véanse sus míticos llantos y planos del rostro ante la lluvia; y pone aquel anónimo ahogo como símil de caída, de frustración, de pérdida, de melancolía, unido a lo sexual y al crecimiento de Kaito, en hallarse con la naturaleza, esa que recuerda indefectiblemente a Terrence Malick, pero en lugar de algo místico, se trata de la amalgama/espejo con el comportamiento humano.

En El bosque del luto (Mogari no mori, 2007), gran premio del jurado en Cannes, está bastante claro el asunto de la muerte, su filme más esencial, básico, uno bueno y el que más la identifica (habiendo una unión espiritual en medio de la desnudez de los cuerpos, en una escena clave en que aflora el humanismo, y su representación conceptual), en la superación de la ausencia, la que sobrelleva un anciano con demencia senil en cuanto a la esposa que no olvida en muchos años y la requiere en todas partes, y la joven asistenta social del lugar de reposo en que está el viejo, que ha perdido un hijo, de lo que ambos se verán inmersos en un luminoso bosque donde podrán sanar. Como Kaito, que tiene de ejemplo la tranquilidad del chamán femenino en trance al otro mundo, una simple mujer con cercanía y “dominio” de la naturaleza, que sufre una dolorosa enfermedad pero ahí yace creciendo (en la última ola como dice su pareja en la mezcla del lenguaje del surf y la cultura nipona, que resulta curiosa), se va de forma pacífica con su interior, como cuando le tocan música, todos lugares comunes, argumentos y sentidos de Naomi Kawase, que suele volver a ellos siempre, como con la bicicleta montada llevando a una muchacha subida en la llanta trasera, el aprecio por los vegetales (en especial el tomate) o la búsqueda femenina del placer y el amor, el decidirse, protagonizadas por mujeres valientes pero sensibles y (supuestamente) convencionales, no obstante en Hanezu no tsuki (2011) se ve escondida en el hombre (como aquí), que predomina en la lección del demiurgo, que significa el verdadero amor, el que es dejado de lado o abandonado, el error existencial, en el pobre militar ancestral, y el atractivo y rustico artesano, los que llegan a caminar juntos en lo que atrapa lo romántico y hermoso, en una historia novelesca de infidelidad, que empieza tan enigmática y bien estructurada, muy cinematográficamente, para caer en un triángulo amoroso bastante melodramático donde ningún hombre es malo, lo que hace más complicada y realista la situación.

Otras películas de Kawase menos gloriosas son Sharasôju (2003) y Nanayomachi (2008), pero que a pesar de ello no son desechables, la primera sobre todo si cogemos (sentimos) la abstracción de la pérdida de un hijo y hermano, que dirige todo el recorrido y emotividad del filme, en el pase de la oscuridad a la luz, como se plasma incluso literalmente, y llega con un festival callejero, una música típica y la resolución de un nacimiento. Un nuevo comienzo, un peldaño de crecimiento. Y la segunda es bastante ligera, y excesivamente femenina (al punto que el lugar de masajes, al que no le falta su mística y es el eje de la historia, puede pasar como el novelar de los spa), sin embargo tiene su toque de meditación y sensibilidad, que no faltan nunca en el arte de la directora, y la hace sobrevivir para cualquier espectador, aunque mejor en lo sutil, el recuerdo del amante en Japón estando en un viaje de recuperación y memoria en Tailandia, que lo explicito, en la pelea caótica por la desaparición de un niño.

Aguas tranquilas (Futatsume no mado, 2014) es un filme sencillo a fin de cuentas, muy en la línea de El bosque del luto, pero un poco mejor, más complejo, austero pero sugerente. Vaporoso, discreto en gran parte, pero con sus infaltables ratos de llanto, enfrentamiento y pérdida (sorprendente cómo se maneja fríamente la madre ante el reproche de su mal llamada lujuria, que bien ejemplifican las duras imágenes de cómo se matan animales para comerlos), mientras  volteamos la página, pasamos a otro nivel, aprendemos, superamos, aceptamos, en un deambular tranquilo, donde poco parece pasar (queda en sentir de que la autora suele repetirse en su filmografía, pero es más ser fiel a uno, y ahondar en constantes, nuestra conceptualización), en lo que hay mucha sensación de normalidad, de cariz clásico, aunque se enfrenten a ello. Y en el medio la naturaleza y la sensualidad, como en sus apetitosos simbólicos tomates, y nuestras faltas y carencias puestas a prueba.