viernes, 27 de marzo de 2015

The Tribe (Plemya)

Ésta es la gran ganadora de la semana de la crítica, del festival de Cannes 2014; es una ópera prima que impacta (si es que vemos al planeta de forma humanista, y no como una selva de cemento). Le pertenece al ucraniano Miroslav Slaboshpitsky. Yace plagada de seca violencia. Tiene una atmósfera que logra la sensación de constante brutalidad y salvajismo, en un quehacer bastante rudo, primario si se quiere, en donde no hay palabras ni subtítulos, solo lenguaje de señas en un instituto especial al uso, estando en el mundo de los sordos, pero desde la imaginación/conjunción personal. El sonido reinante del filme es mínimo, casi inexistente y reemplazable en la que es la primera película que lo lleva tan lejos; sólo yacen pequeños ruidos como señal de existencia exógena al universo silente que administra en todo realismo la presente propuesta.

Se trata de una ambientación muy particular, no solo por el silencio, sino -y yo diría que más- porque interactúa con las formas de la corrupción y sus negocios, haciendo énfasis en la subyugación "inherente" de la masa/pueblo hacia un deplorable orden social, como en una distopía contemporánea, y la voluntad tanto como el adoctrinamiento férreo de una realidad, viniendo rápidamente a la mente Nineteen Eighty-Four (1984), que se transporta en un sentir y leitmotiv elíptico, uno que bien lo representó a su modo la documentación de la revolución de la plaza de Kiev en Maidan (2014), de otro director ucraniano, Sergei Loznitsa, en que se cantan himnos, arengas y se encienden velas en lo que al inicio parece una verbena y luego una lucha campal de natural aire caótico. Ahora se aplica como metáfora y mundo de ficción, el no escuchar, e implica la sugerente fuerza de la expresión de las manos (los actos) exhibidos literalmente en medio de intensidad comunicativa.

El filme vuelve a una actuación inicial, como seres humanos (en una especie de cine alternativo de comienzos), en donde una congregación escolar que parece una salvaje tribu prostituye a sus compañeras, bajo su consentimiento, con camioneros, de manera cotidiana/repetitiva; a su vez pelean entre ellos como jugando (en una vistosa coreografía que implica intentar también entretener, compensando el exigirle al espectador el molestarse en no poder entenderlo todo); también ejercen tratos con maestros por los mismos cuerpos femeninos mezclados con ratos casuales de alcohol e intercambios/reflejos como con las visas (de lo que muy bien ejemplifica que el martillo del taller de carpintería se use como arma luego), mientras esto genera quedar atrapado en una red de corrupción general, en esta sociedad dentro de lo primitivo, como pasa en el enamoramiento novelesco pero sin ningún atisbo de romanticismo de un soldado (incluso la recurrente sexualidad luce fría, mecánica en todo momento, y desoladora en todas sus consecuencias). Éste soldado se enamora de uno de los objetos domesticados, en que el mismo lenguaje, el de la violencia, parece ser la única salida, dejando un aura de pesimismo para con la humanidad, aunque no de pasividad, recurriendo de la misma manera a la intransigencia y el fanatismo, donde se reúsa a toda civilización, viendo que la intelectualidad no existe, como en un espacio donde el mal y el bien no tienen división, y héroes y canallas son indistinguibles.

Estamos ante el recurso de la barbarie, en todo sentido, como crítica directa sobre un estado de las cosas, apelando a la notoriedad del lenguaje de las señas como rasgo de personalidad, de cierta proeza creativa, en un mensaje muy categórico, hacia lo salvaje, autoritario e inmoral, enfrentado por las emociones, en que una cabeza obsesionada actúa al mismo nivel de un espejo, inconsciente, ciega, humillada y desbordadamente (tras el celo perdido), lo cual es más que desconcertante, desesperanzador.  

Es volver a lo cavernario, despojar al ser humano del embellecimiento interior (clave del filme, algo que no se puede perder, sino queremos horrorizarnos de nuestros actos y defensas), mostrar un espacio donde solo queda temer de la brutalidad, o reaccionar como un animal, queriendo secuestrar a la hembra en su naturaleza promiscua (a la que se le suma el materialismo), defendiéndose de la supuesta manada, como una fiera que pelea por el territorio, el posible liderazgo de éste submundo donde la vida vale tan poco.