martes, 20 de enero de 2015

Naomi Campbel

El documental y debut de los chilenos Camila José Donoso y  Nicolas Videla trata de un travesti que quiere cambiarse el sexo para sentirse mejor consigo mismo(a), ser más completa, hacerse un regalo, como suele decir, y ampliar esa idea de que hay rarezas pero muchas no son malas que es como un pequeño lema que maneja la protagonista (ya que se siente mujer), y el filme. Paula Dinamarca, o como se le conoce Yermén, trabaja leyendo las cartas del tarot por teléfono, suele ser muy mística en su vida –como con el tronco milenario al que rinde culto de forma solitaria y personal; u atendiendo su hogar lleno de figuras divinas, altares, velas u objetos de buena suerte y superstición- mientras la contemporaneidad descree de todo, es básica (otros convencionales) en su fe o sólo juega con ello; aparte de exhibirse como alguien inteligente, ecuánime, de personalidad dócil/tranquila y sensibilidad, sin embargo se deja ver que tiene varias “naturales” dificultades y sufrimientos internos en su vida diaria producto del ser complejo que es, un transexual mestizo y esotérico (se llega a catalogar a veces negativamente cuando habla con alguna Vírgen o Santa), como denota cuando hace un símil con los perros de la calle y cómo se comportan muchos a su alrededor, hombres a los que alude principalmente, que es de forma agresiva, rechazándole con violencia, imponiéndose como animales temerosos y enfurecidos, aunque ella indica al respecto simple estupidez, puede que hasta ignorancia, que desde luego va más allá con los prejuicios y como se ve al mundo en un orden común, que ataca al que es diferente de alguna forma, y esa será su lucha, la que nos muestre la película de Naomi Campbel, un sueño de cirugía en un reality show, de transformación, de cierta plenitud, que directamente es la ilusión de una prostituta de color que quiere parecerse a la famosa top model del mismo nombre (con una “l” menos; que yace mal escrito como símbolo de la propia identidad, de lo irrepetible, de lo auténtico), que como se entenderá será un quehacer trunco e improductivo en realidad, porque el cambio debe ser interior, es una esencia, una aceptación, tan romántico, preciso y claro como eso.

El filme plantea literalmente caminando detrás de Yermén un juego dialéctico, un orden o reordenamiento de su mundo, la búsqueda de un nuevo eslabón, a partir de ahí conoceremos su existencia en varios niveles, destacando ésta simple forma de filmar que se repite en su discurrir verbal y descriptivo, tanto como con la grabación amateur que la protagonista suele hacer, que toca fibras ocultas, intimas, desde la austeridad y lo aparentemente banal o recreativo, y valga la sencillez permite vislumbrar el síntoma del arte, sabiendo que hay que aguzar el ojo para ver lo que la expresión adusta y dura oculta, ver más allá del enojo. El filme induce a pensar en una subjetividad en acción, donde ella da la espalda, es como que en parte discretamente se escondiera, aunque ponderando que Yermén es un ser fuerte a fin de cuentas, de otra forma no podría ser quien quiere ser, aunque algo le falta, lo de siempre digamos, un aspecto mental y no físico. Más tarde encontraremos que el lente se posa frontal sobre ella, desde su andar hacia adelante de la cámara por los pasajes humildes de La Victoria, que es donde reside, en la periferia de la capital; es un despertar, una invocación trascendental de su yo, como ella misma dice en un descargo parecido.  

En la cotidianidad que desnuda el alma los hechos en sí están exhibidos poco iluminados, no atrevidos o exuberantes, sino de forma muy discreta, sobria se podría decir (partiendo de que de manera innata la vida retratada es por un lado de excepción, de la que se suele esperar mucha bulla, ruido, y hasta precariedad, aspectos que yacen muy sutiles), en que sobresalen las relaciones afectivas/amatorias y la soledad, así ambas de la mano, por un lado se refleja en la amiga anciana que gusta de bailar sola para sentirse bien, de forma más subrayada aunque esté solo de paso; pero sobre todo con aquella pareja del tipo de peinado a lo Menudo o punk si se quiere, con quien se besa o están casi desnudos (no que sea muy expresivo ni dilatado, pero suficiente para que el espectador atienda la realidad en la que Yermén se define, es), viendo que hay una potente escena que destripa toda convención clásica, las apariencias, hay un vínculo carnal intenso y desenfadado, y punto, más que un manejo sentimental que yo diría que es un artificio del documental, y el mismo comportamiento superficial e indiferente de la protagonista apunta hacia ese lugar, porque se nota de lejos, lo que puede dar la imagen de cierta ficción en la obra, no obstante más es recrear, coger un magma, tratar de tocar una verdad, y esa esencia subyace fuera del acomodo, y la (ligera) sensación contextual de emulación. Al final todo documental tiene una subjetividad, y se nota en mayor o menor medida, pero aquí es de exaltar que guarda veracidad, recoge un sentir, y eso se debe mucho a una protagonista que tiene mucha personalidad y magnetismo como narrativa natural. Puede que haya unos (pocos) efectismos, o asome alguna costura a la vista, pero el conjunto está por encima de ello, los vence. Aflora un trabajo artístico que saca lo mejor de Yermén como ser humano, desde el encanto y reto que proporciona lo marginal, tras la necesidad de aceptación, en el descubrimiento de aquella imposibilidad de ser la “perfecta” Naomi Campbell, porque mejor ser uno mismo, desde adentro, y eso hay que recalcar toca nuestra (de cualquiera) fibra sensible.