martes, 26 de noviembre de 2013

La postura del hijo

La ganadora del Oso de Oro de la Berlinale 2013 ha recaído en una propuesta rumana, perteneciente a  Calin Peter Netzer, la que inmediatamente me recuerda a otra vencedora de la misma presea, Nader y Simin, una separación (2011), con la que comparte similitudes. Ambas se contextualizan de cara a un juicio tras un accidente que puede recaer en la posible pérdida de la libertad de alguien perteneciente a la clase alta o acomodada de su país frente a demandantes o victimas acusadoras de la clase opuesta de la cadena económica, gente humilde. En la presente ante la muerte del hijo atropellado y la confrontación que versa sobre el perdón.

El filme se centra en el proceso que atraviesa Barbu que se halla ante la posibilidad de ir a prisión por rebasar el límite de velocidad permitido –su error y culpabilidad- por querer superar a un auto que lo demoraba y no ver a alguien delante suyo, quitándole la vida a un niño de 14 años que cruzó imprudentemente la carretera. Pero también trata del vínculo entre Barbu y su madre, Cornelia (Luminita Gheorghiu), la que es sobreprotectora, naturalmente resuelta, absorbente y dominante, que debo decir honestamente no la encuentro demasiado molesta como si la cree su hijo quien quiere pedirle una especie de tregua donde sea él quien la busque y no al contrario, lo que implica a pesar de la generosidad, los nexos e intervenciones y su preocupación -aunque excesiva- de ella que le dé un tiempo de distancia donde cada uno este por su lado. El pedido puede ser muy maduro, pero al mismo tiempo suena cruel, ya que éste es su único hijo, el niño mimado, la luz de sus ojos, y Cornelia siente como bien dice que a sus más de 60 años es momento de sentirse realizada compartiendo espacio a su lado, solo que Barbu siente su yugo y quiere la total independencia, lejos de su entrometido cariño; ella le dice que solo espera su respeto pero es el recurso de su orgullo y astucia, siendo notorio que se desvive por su hijo y quiere su aprecio sentimental. Dado ese escenario, lo del vehículo y la cárcel es el tema de la superficie y el de lo filio-parental va por debajo, creando un entramado con bastantes relaciones humanas, distintos frentes de auscultación que presentan su solidez general, ya que la película es una sencilla exposición que se fundamenta en ellas, es su máximo valor.

La propuesta es convencional, y se agradece que no haya un halo de extravagancia obligatorio en su historia, como suele abundar hoy en día en el séptimo arte más personal (en que se suele creer que si no te descoloco de forma abrupta no funciona, y no es así), pero no puedo evitar decir que aunque es fiel a lo que es el cine rumano, el que retrata con realismo su idiosincrasia, y tiene además un toque preciso de originalidad, se hace un poco menos cautivante que de costumbre (la sutilidad y la mesura tampoco es un comodín que aplaudir ciegamente, si bien tiene honradez y son elogiables estas virtudes en la película por una parte).

Sí, gana nuestra atención porque pormenoriza el proceso del accidente, el estado de tensión a la vera de las consecuencias y la culpa, el drama que ocasiona una pérdida fatal e irrecuperable de suma importancia, una vida humana y más de un menor inocente en pleno desarrollo, que se asume desde distintas aristas, pero hubiera querido algo más en el abordaje de todo ello, sin que por ello forcemos momentos o requiera de incongruencias, efectismos o rarezas. Lo dicho es que se hace demasiado típico e incluso predecible, en una medida que no engaña y es una buena auscultación del tema, pero sigo creyendo que se pasa de muy normal, tanto que los lloros no aportan creatividad, sino una cierta inocencia formal. Sin embargo, no cabe duda que perdonándole momentos bastante obvios y el alargarse con las caras compungidas y los sollozos subyace una emotividad creíble que es importante, como decía Tarkovsky de que el cine es ante todo ello, aunque seguro aquí hubiera renegado de la forma de sobrellevarlo.  

Es una buena propuesta, no lo voy a negar, es un premio que es tal cual lo que representa al festival de cine de Berlín y al cine rumano, qué cómo no me va a agradar, aun poniéndole ciertos peros;  no obstante creo que es un poco menor –para qué mentir- de lo que nos puede ofrecer éste séptimo arte tan atractivo en la actualidad. Resalto que a pesar de carencias y defectos logra entretener inteligentemente, y es sumamente ágil e interesante, pero espero poniéndome exigente (un algo) más. Le falta en varios lugares, como con la sobredimensión del tema de Barbu y su madre aunque suene todo el asunto como verídico y cotidiano (que tiene hasta de involuntaria ironía, o quizá adrede, en un momento no falta el calificativo de junior, un clásico). 

Hay que hacer un merecido reconocimiento a la actuación entregada de Luminita Gheorghiu que del conjunto sostiene el filme, el resto está por debajo de ella (Carmen, la esposa, parece un mueble como actriz y su cara no da muchos registros, es un puño, yace arrugada en único gesto, le falta mucha más vida y naturalidad), exceptuando la breve performance del personaje de Dinu Laurentiu (Vlad Ivanov), que es un tipo muy del siglo XXI, alguien despierto hasta lo tranquilamente perverso en lo ladino, alguien desagradable ante nuestra ética, quien se pinta perfecto en solo dos trazos. Es de notarse que sabe explotarse como personaje secundario. Otro punto resaltante es la suntuosidad y la modernidad rumana, y el cariz contemporáneo, una Coca-Cola en la mesa o la mención de Herta Muller u Orhan Pamuk, pequeñeces que dan mucha normalidad, época y cosmopolitismo, sumando a lo propio y la personalidad, como con el canto de cumpleaños, los atuendos rurales o un baile de viejos con movimientos bien pop.