sábado, 26 de enero de 2013

Los Miserables


La obra de Víctor Hugo es monumental, una de las mayores creaciones de la literatura universal, y como no podía faltar el cine la ha adaptado en varias oportunidades. El teatro hizo lo propio en un musical, en la letra escrita por Alain Boublil y Jean-Marc Natel, mientras la música estuvo a cargo de Claude-Michel Schonberg. Herbert Kretzmer la convertiría al inglés. Y es como nos llega al séptimo arte, en las manos de Tom Hooper, ganador del Oscar por mejor director y película el 2010 por El discurso del rey, que le valió además una estatuilla a Colin Firth, que hacemos mención ya que Hugh Jackman, actor que poco lo tenemos en mente para dicha nominación, a actor principal, opta por lo mismo.

Lo más resaltante que se siente mirando esta propuesta es que es algo igual de potente y grande, hay una aura de espectáculo muy subyugante, además tiene la particularidad de ser un drama en donde el musical no suele serlo por lo general. La historia nos remite a un hombre de esos únicos, paradójicamente no tratados como tales sino tergiversados ante lo público en su esencia, Jean Valjean (Hugh Jackman) que por quebrar su libertad condicionada tras 19 años de prisión por robar un pan es perseguido como un fugitivo, éste se esconde y rehace su vida con una nueva identidad, logra amasar una cuantiosa fortuna, y aun así nunca pierde su humanidad y generosidad, es un hombre que siempre está ayudando al prójimo más necesitado, y por ello adopta a un niña huérfana, criándola como a una hija. El gran problema de Valjean lo representa Javert (Russell Crowe), un inspector de policía tenaz y muy pegado a la ley, tanto que es un ser obsesivo sin la más mínima cuota de permisividad ni indulgencia, el que ve a nuestro héroe solamente como el preso Nº 24601. Luego dentro de lo resaltante hay un cantico de reivindicación, derecho y justa rebeldía en donde nos acercamos a una pequeña revolución de estudiantes en 1832 ante la mala situación de la clase baja.

El filme dura 2 horas 38 minutos y no escatima esfuerzos por rodearnos de esa majestuosidad de la canciones (muy poco diálogo en realidad habiendo una concatenación muy próxima entre ellas), en medio de la fuga, persecución y combate, el buen quehacer humanitario de Valjean, el sufrimiento de Fantine (Anne Hathaway), el amor de Marius (Eddie Redmayne) y Cosette (Amanda Seyfried) entre muchos pasajes que enarbolan entusiasmo, pasión por la libertad y el ideal humano, los valores éticos, morales y la igualdad. Valjean no se cansa de ser intachable, un hombre probo ante el sacrificio de su tranquilidad, a costa de su felicidad, responsable siempre por otros.

La parte cómica proviene de dos personajes traviesos, ladinos, desharrapados, desenfadados en dos actores de esos que uno encuentra difíciles de ignorar u olvidar, una es Helena Bonham Carter, musa artística, fetiche y esposa de Tim Burton, que le cae como anillo al dedo el papel de Madame Thénardier, siendo siempre una outsider por naturaleza en donde la personalidad es de esas apabullantes, hace un papel secundario que da vida al conjunto y que no pasa desapercibido. Lo mismo con Sacha Baron Cohen, alguien a quien personalmente detesto por Borat (2006) en una comedia personal que es demasiado vulgar y agresiva al punto de ser insoportable, pero que reivindico en un papel totalmente distinto, muy cuidado, muy de cuento de niños, en La invención de Hugo (2011), y que aquí se hace admirar con esa desfachatez de noble comedia, está a la altura de la seriedad de esta propuesta, con mucho profesionalismo. En ello se imprime mucho color, alegría dentro del hurto y el engaño, dos tramposos a quienes votar de la fiesta pero que no llegan a extremos de detestarles gracias a su ridiculez.  Puede ser muy repetido pero se hace muy gracioso verle olvidar el nombre de Cosette cuando están vendiéndola.  Sus gestos se adaptan y son muy expresivos.

Otro papel importante, siendo secundario, es el de Anne Hathaway, nominada al Oscar 2013 como mejor actriz de reparto, lo suyo es algo muy dramático, sumamente gestual y físico, desde un corte de cabello descuidadamente cortado y la extracción violenta de un diente que la muestra en la pobreza al punto de prostituirse para pagar deudas y subsistir, poder alimentar a su hija. Mucho sufrimiento nos refleja, es la parte más explícita, que reúne el mensaje del filme, el hambre, la necesidad económica, el tan difícil hecho de sobrevivencia en medio de la desidia de clases pudientes y dirigentes, de un gobierno opresor y maltratador. Su participación es muy corta pero visceral y emotiva.  Colinda mucho con la exageración – o mejor dicho, la concreción de un mundo en poco espacio- del fondo más que de la forma.

Después Valjean, Hugh Jackman, está muy bien, sobre todo al ser un actor de cierta forma menospreciado o reducido a papeles superficiales, muy poco complejos, es visto como un actor de entretenimiento intrascendente –aun siendo ya el Wolverine por excelencia, casi por antonomasia- aunque tiene algunas actuaciones bastante decentes como The Prestige (2006) de Christopher Nolan y La fuente de la vida (2006) de Darren Aronofsky. Su elección es arriesgada pero logra sobresalir. El peso del filme yace en él que es el que está en todas partes pero se trata de un conjunto, de una historia muy bien pensada en que resulta una pieza de una realidad y una atmósfera que lo pone a prueba, es eje de su destino pero se remite  a lo que tiene que enfrentar, tanto que yo diría que ante todo es el contexto, uno que se puede transformar que ese es el motivo y alcance de la filosofía de Víctor Hugo como intelectual. Logra adoptar las distintas etapas del personaje, en cuanto a su apariencia a la vez de los hechos, también puede ser emotivo, como en sus dudas éticas o en su última etapa en la iglesia. A diferencia de Hathaway su papel no exige tanto dolor visual, se debe en parte uno hacer la idea aunque su vida está plagada de reveses implacables, ya que es un hombre fuerte, literal y en abstracto. Valjean desde que un sacerdote cree en él se convierte en un luchador, decide cambiar y nunca falta a su palabra. Canta –hay que decirlo- bastante bien, y eso lo hace todo terreno, un actor completo como se decía de obras maestras como Cantando bajo la lluvia (1952); en sí no hay ningún quiebre o bajón en el grupo.

Bella la estética de las escenas en la galeras, otro punto marcado del filme, sus ambientaciones, muchas minimalistas y evocativas, pero aun en ello fastuosas, completas, y no son menos ante escenas mayores en el artificio, el bar de los esposos Thénardier, las calles por donde se prostituye Fantine o la fábrica de Montreuil en donde hay abundancia, detallismo. En cierto modo parece respetar el precedente físico y sugerente del teatro como una opción del director aunque siendo cine propone utilizar también sus ventajas.

Y llegamos al que es pieza clave en la historia, el que representa el estatus quo aunque sin darse más que en su deber y siendo solo un sirviente ciego en realidad, esa fuerza represora que no ve la desgracia, que es fría, que representa  una clara crítica frente a la rigidez del orden y esa hoy natural defensa contemporánea a la maleabilidad, a la continua readaptación y al juzgar bajo la práctica más que desde la teoría en sentido de sopesar características desde afuera. Se trata de Javert, Russell Crowe, que tiene una voz que es muy particular, un tono que se hace muy regular tanto que parece que estuviera cantando la misma canción y no es desmerecimiento tampoco, que lo hace soberbio dentro de su característico registro y se impregna una sensación de recuerdo. Buen papel de Crowe, pegándose a su calidad de enemigo intencionalmente cuadriculado, una constante que quiere que se entienda y que contrasta con la pobreza, colaborando por ausencia a llevar el mensaje de necesidad de compasión, de perdón, de sensibilidad, de ayuda, de humanidad. Por el tipo de personaje no logra mayor alcance y quizá haga falta un toque de ingenio tanto en su representación como en la personalidad del tipo que interpreta aun habiendo muchos así y siendo coherente. De todas formas creo que es el que más se recuerda aun estando muy por debajo de lo que significa y aparece Valjean. Fabulosa su última escena, no por el desenlace literal en pantalla sino por el sentimiento que desborda alguien que no suele tenerlo, y que en sus dudas ya no se reconoce, una alusión a esa maleabilidad que un visionario como Víctor Hugo logra atisbar, y es que el ser humano es un ente de evolución, ahí radica toda su esencia.

Otro papel que no se puede obviar y que nos descubre una nueva actriz, es el de Samantha Barks como Epónime, la hija de los Thénardier que se enamora del revolucionario Marius pero que es capaz al amarlo tanto de dejarse de lado y buscar la felicidad de él (algo bastante atípico la verdad); sale bastante como para no notarla y es una cara desconocida, no lo hace mal pero carece aún de la magia de la presencia del actor consumado, parece increíble decirlo ya que no es que un actor famoso sea sinónimo de una buena actuación o peor que termine siendo más importante que la historia que eso es muy ajeno a lo que uno busca del cine como prioridad pero que tampoco se puede negar que uno se acerca a ciertos filmes por alguien a quien ya le hemos tomado cariño aun siendo irregular o caer en etapas menguantes, me pasa con Bruce Willis, Charlize Theron o Edward Norton por mencionar alguno, o en el caso (y de cierta forma unánime) de pensarlo dos veces cuando veo a Nicolas Cage o Meg Ryan, por decir dos más. Y pasa eso con ella, no lo hace tan sobresaliente para alabarla en toda palabra, que dicho antes cumple poco más que bien, ni es una presencia dominante o fascinante, otro alegato discutible pero no es tampoco una rareza atípica de especial normalidad como Kevin Spacey o Paul Giamatti. Lo que sí es concreto, es que ahora sabemos quién es.

Otros actores, Eddie Redmayne y Amanda Seyfried lo hacen bien pero de todas formas dan muy poco en cuanto a destacar, son el otro lado del filme, el romance pero en la historia en sí provoca poco entusiasmo, más emociona la bandera agitada en el canto revolucionario, o el llanto y la desesperación de Fantine, o incluso la chispa de dos locos sueltos en sus trucos de los Thénardier. La pareja de la propuesta son sin duda Javert y Valjean más que Marius y Cosette y hasta el lazo entre Fantine y Valjean es más potente (y es creíble solo por la honestidad idealista del protagónico que termina siendo un símbolo de una ideología), más honesto, más tierno, indudablemente más trascendente, no sé si de forma intencional en Víctor Hugo pero la complejidad es mayor fuera del típico romance. Redmayne (My Week with Marilyn, 2011) ya va siendo más reconocible  y va camino a serlo más seguramente. Seyfried (Chloe, 2009) es una promesa jugando con tenacidad, buscando su lugar y ya es una figura famosa, pero todavía no logra convertirse en una gran actriz como Carey Mulligan o Jennifer Lawrence.

En los musicales predominan las canciones y esta no es la diferencia pero es una historia tan atractiva que eso favorece la compenetración con ellas, escuchas las letras y te dejas llevar por la melodía ya que tu atención está en la trama que yace dentro, la historia se vive con las canciones, y esto no es tan sencillo, merito especial a esos compositores y letristas, siendo un punto interesante de fusión, que recalco porque muchos somos sordos, y aquí es maravillosa esa unificación, tanto que no molesta que todo sea cantado, un punto muy favorable para quienes no quieren a los musicales y a su vez a los que sí, le da a todos algo por su lado, ayuda a aprender de ese otro lugar que no es atractivo naturalmente para uno. Ciertos musicales pueden apabullar en una modernidad que enseguida le llama pedante, anacrónico o inauténtico a toda ambición totalitaria como si los nuevos tiempos se rindieran a un facilismo y un cansancio crónico (no hay que mentir, somos parte de ello), y más siendo una obra magna de la literatura como Los Miserables, pero hay que decir que se presenta muy sencillo para asimilar (aun siendo un drama que no se hace pesado porque hay momentos de efervescencia como los estudiantes reunidos o en acción en su lucha colectiva o en Valjean en la suya individual pero despierta hacia el beneficio ajeno que asume como suyo desde su probidad más que en algo encaminado,  el falso detenido, el hombre debajo de la carreta, la  hija o el amor de ella), es un entretenimiento en donde uno se deja llevar, y ni siquiera hay que amar los musicales e igual recordaremos el sentido de las canciones.  Muy digerible, en donde el uso de tomas próximas se nos hacen costumbre a un rato y pierde importancia tanto para bien como para mal (realzar el dramatismo, crear vínculos con el espectador, o incomodarle la vista también), y eso es ver que un musical y una obra mayor pueden compartir juntos -sin darnos cuenta- como este cine lo puede hacer en el presente con mucho éxito cuando ya casi nadie apuesta por ellos, solo los más clásicos en pos del ingenio del amor colectivo.