martes, 25 de diciembre de 2012

Navidades blancas


Bing Crosby nos seduce con su hermosa voz, que me recuerda en el estilo a Frank Sinatra, elegante, serio y hasta un poco más simpático. Crosby como Bob Wallace tras terminar la guerra vuelve a su antiguo trabajo de cantante y anfitrión pero cumpliendo con una gran deuda hacia un buen amigo se asocia con él y se convierten en un dúo, de donde en adelante gozan de la fama y el éxito. Su compañero de nombre Phil Davis (Danny Kaye) es la alegría y el desenfado andante, el contrapeso ideal al conjunto, otorgándole ese lado lúdico y feliz que necesita en su vida, la que le atribuye de solitaria y para la que planea el mejor remedio, que su mejor amigo se busque a una chica pero no solo linda sino con la cual formar una familia.  

En el trayecto presenciamos bellas y seductoras coreografías de baile y canciones, de la mano de la narrativa clásica, con ese toque inocente y fastuoso en el interior de un relato próximo. Se acercan a dos hermanas que se desenvuelven en su misma profesión aunque recién se están iniciando, las Haynes, Judy (Vera-Ellen) y Betty (Rosemary Clooney). Sin embargo, esto no es todo, no sólo se trata de romance y realización afectiva como camino a la felicidad, sino que es un canto de amistad y agradecimiento conllevando lealtad y generosidad para con un general al que quieren y admiran, su antiguo líder en tiempo de guerra, interpretado por Dean Jagger, que desde lo castrense logra atribuirse una atípica sensibilidad que no rompe con la imagen que tenemos de su cargo, que se presta para entender perfectamente la nobleza que genera en Wallace y Davis, quienes llevan su espectáculo a un pueblito para apoyar y conmemorar al jefe militar, a puertas de la navidad.

Navidades blancas (1954) es una historia que conlleva un constante deleite musical, con impresionantes coreografías de danza, principalmente por parte de la actriz Vera-Ellen que se encarga de la parte más compleja, con movimientos no sólo sincronizados y armónicos, sino algunos bastante exigentes y extensos; además, aunque menos gestual que el resto de los protagonistas, con la dificultad de hacerlo dentro de la actuación, expresando pesar o seducción. Por su lado Rosemary Clooney sobresale por su bella voz y con una cuidada personalidad, muy característica de una mujer muy educada, recatada e idealista, hecha a la medida del personaje de Crosby, mediante una grave delicadeza en el trato, con un enamoramiento lleno del encanto clásico, dulce, tímido y con un aire de improbable, aun sabiéndose atraídos el uno por el otro, para lo que la personalidad de Judy y Davis son el empujoncito seguro a su idilio.

Kaye, gracioso y libre, da la cara irreverente al musical (aparte de que es un estupendo bailarín), jalando a Crosby a ello, que no se queda en sus laureles y demuestra su gran oficio que justifica su nombre y entrega con el proyecto, como con la performance de vestirse de mujeres -que rompe con cualquier estereotipo- o el aire relajado de las representaciones militares. No obstante está claro que Crosby es la voz cantante, y se adscribe solo a ello en realidad, no baila, aunque su canto es bastante imponente, como tampoco lo hace Clooney. Esto nos da como resultado un intercambio dramático y calmado de un lado por una de las parejas, mientras el otro resulta fiestero y más activo, compaginándose perfectamente. Crosby es el actor más cuajado del filme, tiene más recorrido y eso pesa para el director Michael Curtiz que parece respetarlo bastante. Sin embargo se puede ver que explota más a Vera-Ellen en cuanto a lo visual sabiendo que se trata de un musical y pesa mucho el desenvolvimiento físico que capta la atención, como también se percibe que Kaye trabaja más en conjunto y es menos importante.

El filme nos envuelve en la otrora máxima grandeza del musical, con un aire perfeccionista, elaborado, siempre dando mucho, pero con una historia de esas fáciles, entrañables, en que no se trata de la importancia del conflicto sino de un sentimiento que reina fehacientemente en cada rincón de su propuesta, como con esa pureza y bondad que se nos quiere impartir desde el principio, como con el general anteponiendo a fin de cuentas el goce de su pelotón a la rigidez de la formación, a su reconocimiento por encima del deber, desde lo más humano, y es que se trata de personas y estar en una reunión familiar donde se quiere al prójimo.