domingo, 16 de diciembre de 2012

Fausto


Escribir de éste filme es en gran parte un reto, el director ruso Aleksandr Sokurov, uno de los más interesantes creadores de la actualidad, presenta una versión muy libre de la obra magna de Goethe, de uno de los libros capitales de la literatura universal, sobre la famosa leyenda alemana del doctor que vendió su alma al diablo en busca de nuevas sensaciones, sentimientos y mayores descubrimientos filosóficos, existenciales y científicos, por lo que comprender toda su extravagancia y abstracción resulta algo que muchos prefieren eludir, muchas veces con el simple resultado de decir que es vacío por debajo, ególatra o aburrido, evitando comprender que ha querido manifestar con su arte, uno que requiere entrega y pasión por nuevas maneras de expresión. Y ahí está el genio de Sokurov, hacer algo nuevo, poderoso y creativo con lo que para la mayoría podría ser intocable o difícil de destacar, sobre todo al tener una visión excéntrica y arriesgada, desde una adaptación visual que manifiesta el firme propósito de asumir su imaginación, agregando efectos y rescribiendo el tema universal de esa búsqueda del hombre por su intelecto y razón de existir.

Inmediatamente entramos en un mundo sucio, rancio, muy paupérrimo donde se respira hambre y necesidad, donde como se dice en algún diálogo no hay cabida para la comedia, ni para la moral. Un espacio que se hace idóneo para nuestro protagonista, un ser humano racional detrás de respuestas, y descreído de la naturaleza espiritual. Un Fausto de acuerdo a su contexto, quien se pregunta por aquella frase bíblica: y al comienzo fue el verbo, que nos retrotrae al enigma, y a la grandilocuencia que hemos visto antes en Tarkovski.

El filme que ganó el león de oro en el Festival de Cine de Venecia del año 2011 sigue la historia de Goethe pero a su modo y total libertad creando algo bastante nuevo con la misma esencia aunque ramificando cavilaciones para su propio cauce, en la absoluta irreverencia y solvencia personal, Mefistófeles no se llama de esa manera sino bajo un cómodo y anónimo Mauricius,  mientras por fuera toma vida humana encallado al entorno. Es un prestamista cínico que besa lascivamente las efigies cristianas, quien una vez desnudo nos enseña la deformidad y la monstruosidad. Lleva un andar particular, regodeado en su insolencia y autosuficiencia (esa que Fausto pasará finalmente por alto), además de mostrarse fríamente maquinal. Sokurov nos va descubriendo a éste demonio, entre la realidad y lo sobrenatural. A través del saqueo de unos muertos en una catacumba que parece un lugar de desechos, para hallar la pequeña fortuna que cambie la existencia de la humilde amada entrada en desgracia, o cuando simula un sueño de cara a un lago que hace de puerta a la cita y habitación añorada, y ya lo vemos tal cual cuando cumple la promesa, el deseo último de Fausto, la del encuentro sexual con la bella e inocente Margarita (a un punto nomás ya que odia a su madre y siente el conflicto entre el deber de aborrecer al asesino de su hermano o dejarse rendirse al enamoramiento de éste siendo un inteligente, amoroso y generoso pretendiente), una muy joven actriz Isolda Dychauk que en pantalla se ve mucho menor aún pero perfecta para la gracia de la iluminación romántica (en el filme  incluso literalmente). Donde en ese lapso sensual de olfatear y besar su pubis rubio seres amorfos ingresan silenciosos clamando ante la indiferencia del doctor por el pacto sellado con el alma, en la cual no cree Fausto. Ingenioso el primer encuentro con la dama encantadora, Margarita impoluta y sencilla lava la ropa colectivamente, habiendo alrededor un aura de vulgaridad, transparencia y lujuria.

El doctor vive en la ciencia, sin embargo hay un toque de fantasía en ella (la historia es bastante un cuento), se logra crear sin sobresaltos al homúnculo y en boca de los personajes hay imaginario de la alquimia, la inmortalidad o la creación de oro, aunque en general no hay respuestas habiendo hambre de conocimiento y de anhelo de cambio, paradójicamente –o de esa manera surgen otras salidas ante esa carencia- hay un endeble discurrir científico (expresamente más médico, el epitome de la sabiduría de la época) que cae en la tortura o en la mentira, se dice metafóricamente, la ciencia es como la labor del tejido femenino, encargada de vencer al vacío.

El filme está plagado de extravagancia, en un rapto de  cierta gratuidad biográfica al prestamista lo sigue una mujer que según él es su esposa y que parece algo desmelenada, o el hermano, un militar en medio de la decadencia, agradece su muerte, y con ello los alegatos parecen los de toda la civilización retratada. Como si todos esperaran la muerte; que no le temieran ya que vive a su costado en el día a día. Fausto definitivamente no le teme y aunque en su mente aun trata de ser coherente y cauto, la pasión lo subyuga, pronto su timidez dejara de existir, por ello el final tan abierto tras el ataque con las rocas, dejándose ir hacia la inmensidad de lo desconocido, su lucha es la del eterno saber, sin agotamiento. El prestamista parece el retrato del destino, su encuentro es inminente, la vida de Fausto lo persigue, pero en el filme se hace muy como quien no quiere el asunto, casi accidentalmente, sin forzar la esencia del relato, una audacia que rompe con lo predecible, como lo hace toda la propuesta que añade y cambia los lugares de la trama puesta por Goethe. 

Johannes Zeiler es un estupendo Fausto, pero Anton Adasinski es simplemente impresionante, un personaje completo con una expresión corporal compleja llena de gestos y movimientos estrambóticos en una conformación de demonio que acoge individualidad y maestría, gracias también al cariz que le brinda Sokurov dándole riqueza interior, una personalidad marcada llena de diálogos que se acoplan a la falsedad naturalista en que se mueve. Mordaz, tentador, caustico, espontáneo, impredecible, culto y a su vez primitivo y salvaje, como todos en realidad lo son, en un contexto que los arrastra en conjunto a una fealdad y explicites visual (arranca el filme con una autopsia descarnada que rápidamente nos anticipa un escenario deprimente y podrido, como el mal olor en que Fausto hace hincapié en su labor), una mundanidad muy propia de una época histórica de la Europa medieval, y que hace un contraste con la profundidad del habla sin romper la magia de la estética. La película esta grabada en idioma alemán.

La historia pasa por ciertas técnicas visuales,  como en un lente que distorsiona y que mueve la pantalla hacia un lado, habiendo desenfoques y plegándose a colores, más verdosos o blancos entre otros, además de iluminaciones o claroscuros, y que aunque muy pocos llega a tener algunos paisajes atractivos como en la caminata con Margarita y su madre tras el entierro, sin embargo predomina cierta consciencia de estar dentro de un fresco renacentista.

El filme nos mete de lleno en una fantasía, hay esa sensación de fabulación, de mundo creado, y aun así nos podemos ver identificados aunque principalmente parece un artificio, que hace gala de reflexión pero también de entretenimiento. Este cine de autor posee ese matiz, no solo grandilocuencia u oscuridad. Es un Fausto definitivamente raro pero bello en su fealdad, ingenioso, atrevido, una realización  hiperactiva, nerviosa, que puede inquietar en ese sentido, con mucha personalidad (y de ahí un desenlace chocante y críptico, saltándose toda convención lógica), que aporta ya siendo una historia muy popular.