domingo, 30 de septiembre de 2012

Cosmópolis

Convertir un libro que se basa mucho en la abstracción como el de Don DeLillo en una película parece algo muy complejo, aún teniendo puntos de encuentro con el cine de David Cronenberg, porque lo de los anarquistas con las ratas en la mano o destruyendo una limusina con aerosol para graffiti en medio de una turba incendiaria que carga un muñeco de un roedor gigante, un protagonista disparándose en la mano sin aparente motivo o el abandonar en el mismo sentido la peluquería con medio corte de cabello cortado, es sin duda alguna muy propio del canadiense, esa transgresión que ha demostrado en su séptimo arte y que le ha valido tantos seguidores incondicionales alrededor del planeta, siendo ésta película fiel al texto, y a una línea que dirime la mayor parte de la filmografía de Cronenberg, la imperfección es necesaria y esto se puede justificar con muchas ideas, la que parece una excusa conmiserativa a esa crítica tan fuerte hacia el capitalismo que ostenta el filme y su inminente cambio ya que para construir hay que destruir, entendiendo que en toda creación yace el horror y que hay una repetición menos trascendente de lo que se piensa en el método que genera una transformación, algo que no se puede desligar incluso de lo provechoso como la tecnología y la economía, muy unidas a la política, esa desnaturalización del poder que llena a Eric Packer de un vacío existencial y de la inclinación a la autodestrucción, estando bajo el ideal moderno, el éxito con las mujeres, altos ingresos y la facultad de influir en la vida de las mayorías.

En resumen la cinta cae en el mismo lugar, ésta vez por ambición cinematográfica más que por imponer nuestra audaz filosofía, sin embargo será de harto interés en el espectador más paciente, indulgente con los fallos y carencias, y curioso con lo novedoso. Algo a notar previamente es que tenía a Robert Pattinson como eje y conducto de la historia y su representación, teniendo que manejar escenas complicadas como mantener un diálogo en cierto momento erótico con una sudorosa pero guapa trabajadora de su empresa mientras un doctor revisa su próstata, es decir cuando siendo heterosexual alguien tiene las manos dentro de su recto. Pattinson era atracción para muchos y desconfianza para otros, y como resultado apunta que los que se quedaran más contentos serán los seguidores de Cronenberg porque ha sido aun a pesar del interés comercial algo atrevido en su elección, y fuera de un arranque frío, en sí muchos personajes lo han sido, ha sabido sobreponerse y sacar una actuación digna, lejos del lugar común que le ha dado fama y por ende será un seguro rechazo en sus fanáticos. Se trata de poca expresividad aunque logra solventar un cúmulo de emociones entorno al nihilismo, desilusionado de la antigua brújula, el contexto de su fortuna, de su trabajo, y forma de vida a raíz de ellos, que no cree ni en el anarquismo aunque admira la pasión de quienes se desenvuelven en éste. Ha sido difícil, una verdadera prueba para él, aún en un tono relajado en las formas del filme llevando a cabo el concepto.

Acompañan al actor americano dos luminarias francesas, Mathieu Amalric y Juliette Binoche, que con papeles muy cortos son los que más destacan en cuanto a interpretación, la fogosidad de ésta mujer mayor en un encuentro casual sexual convertido luego en disertación sobre el arte y la pertenencia –en toda la película se da mucha conversación reflexiva compensada con eventos en que Cronenberg puede perpetrar su visualidad creativa aunque en ésta realización yace en esencia dócil- y la de éste contestatario activista que se graba tras arrojarle una tarta en el rostro a algún personaje relevante socio-político o económico. Ambos son intensos y sueltos, siendo “sorprendente” ver como el talento siempre brilla aun cuando no sean los protagonistas; hay mucha potencia gracias a la motricidad, sensualidad o vocalización en sus performances, específicamente cuando ella se contorsiona en un aura desinhibida por la excitación y él se pone alterado luego de su atrevimiento. Con ellos, otro actor reconocido aunque no tan popular, Paul Giamatti, que suele verse cotidiano por costumbre. Aquí ayuda a comprender las intenciones de Eric. Aparece al final para cerrar el conjunto en un solo punto ideológico que queda abierto apostando por una esperanza, habiendo mucho diálogo que con su fluidez no se hace pesado aunque da la sensación de algo anodino en cuanto a la acción. Presenta un lado intelectual a pesar de que no suele dar la impresión de grave trascendencia, escurriéndose de la solemnidad que de por sí en la realización ya es suficiente con su quehacer natural y evitando esa reticencia a ponernos muy pensativos, que de eso va en la película aunque hay repercusión física en una tensión que tira y afloja discretamente.

Torval (Kevin Durand, de semblante duro pero cuerpo ordinario) significa la línea de seguridad de esa dualidad, entre su contratante y el capitalismo, por eso se rompe esa capa, en la necesidad de liberarse del peso que agobia. Mientras Elise (Sara Gadon) es un personaje contenido pero semejante a Eric, solo que ella cree en solo limpiar y seguir adelante. No se imagina sin la “fortuna” que la describe. Aparece rodeada de una atmósfera de calma melancólica y elegancia.

Éste entretenimiento en manos de Cronenberg se pone un poco serio, debajo de la extravagancia, dos motores que ha solido perseguir, no obstante aunque implica una exigencia en esas coordenadas es afable para digerirlo, muy acorde con sí mismo. Deja la sensación de que tranquilamente ésta podría ser una obra de teatro, con ese escenario regidor en el interior de la limusina, a donde entran y salen en un mundo alterno que es un microcosmos de lo que yace afuera. Cuando nos dice que la rata se ha convertido en moneda común.