domingo, 16 de septiembre de 2012

Casa de tolerancia


Bertrand Bonello se ajusta –en parte- a la denominación de nuevo cine extremo francés que se ha querido acuñar alrededor de algunos cineastas, sin embargo hay un toque que lo hace humano, dispuesto a solventar una atmósfera con sentimientos, aunque equilibrando su participación, siendo menos decadente y gratuito de lo que podría esperarse de un rótulo bastante general, si bien hay un orden de fin de una época que circunda su obra y un deseo de franquearse con el espectador, ser didáctico sin tapujos, y ahí como último bastión en plena transformación del oficio más antiguo del mundo –listo para salir a las calles- yace la historia de un burdel de nombre L'Apollonide, al que asisten aristócratas engreídos, herederos millonarios e importantes industriales tras el alivio matrimonial, jóvenes y viejos, filántropos enamoradizos, escurridizos aventureros y algunos sujetos de abolengo ansiosos de extravagancias.

A manera de describir lo que circunda el negocio de la prostitución de fines del siglo XX y comienzo del XXI, exactamente de 1899 a 1900, en tierra gala, el filme parece tener un lado documental, de registro y exposición, abordando desde la transacción y  la cadena de mando, los juegos eróticos, hasta la enfermedad y la muerte, teniendo cierta vocación de precisión, mientras envuelve su propuesta de “imparcialidad”, es decir ataca y defiende al mismo tiempo lo que muestra, nos sensibiliza con las penas amorosas, existenciales y económicas de las damas de compañía e incluso la aflicción infantil de sentirse menos dotadas intelectualmente que el promedio, pero también no se ruboriza en enseñar de que va el negocio en toda práctica; cada enjuague bucal muy sutilmente nos delata un comercio, palabra que se menciona de propia boca de las ninfas sexuales, y se explica con detalle el trabajo, para lo que implica la contratación de una anhelosa jovencita de 16 años que quiere dejar de ser costurera para empezar a calmar la libido masculina.

El toque de autor yace en la película aunque tiene presente abordar lugares de referencia colectiva, más apreciable si se desconocen los pormenores de la cuestión, no obstante no es así porque es muy recurrente la temática, empero siempre viene bien una nueva ilustración, que la tiene, solo que con algunas ideas no tan creativas y a veces un poco tontas para el caso habiendo momentos duros como ambiente, en la mujer sonriente que nos recuerda al Joker o con la furcia que hace de muñeca y le molesta jugar ese papel, pero que terminan llevando la personalidad que infunde el director, bastante palpable en el simbolismo de todo el conjunto en el sueño de la judía, las lagrimas de semen y la falsa sonrisa, una metáfora de lo que son en realidad, de una felicidad de apariencia y un castigo en su labor, como la reprobación de la sociedad hipócrita que se divierte con ellas, y en ese lugar hay un romanticismo de hacernos creer que las deudas, la ignorancia son el motivo de su existir, y es parte pero también lo es su discurrir por una vida fácil, suntuosa, festiva, y es que al fin y al cabo, Bonello se apiada de ellas, se pone de su lado, las vuelve menos objeto o mejor dicho, les da un doble matiz, la vulgaridad y la promiscuidad menguadas por el alma y la personalidad de cada una, y es que conocemos a esas mujeres en el filme, vemos su lado humano, pudiendo ver que llegan a enamorarse del cliente aun ejerciendo en plenitud su oficio; ríen, lloran, se sienten solas, usadas, se quejan aunque de lo que ellas mismas han escogido, el filme toma un cariz en que pueden expresarse sin caer en solo ser lo que hacen, aunque las formas van sencillas sin la desproporción descalificatoria, ni tampoco llega al punto de convertirse en una falsedad que lo perdona todo, sobre todo ocultando; hay una cierta confabulación notoria compartida a  través de sus emociones y de los que se aprovechan de sus decisiones.

Se percibe una inclinación hacia sentir que es una ficción a pesar de una clara intervención explicativa que se mezcla con la subjetividad que siente el autor, por no digamos la prostitución, sino por las mujeres detrás de ello, parece un filme paradójicamente feminista en el derecho a la humanización, hay una escena que enmarca un clímax, bailan sufriendo (la música como expresión), nuevamente la dicotomía de lo que es y de lo que va por dentro, y suena noble pero falta a su otra forma, la de enfocarse en la realidad, se entrecruzan deseos, romanticismo y explicites (o un realismo), se da complicado abarcar tanto sin decidirse del todo, aunque se entiende que el compromiso está con ellas, y como ficción tiene sentido, es ante todo una historia, la visión personal de un creador; quizás juzgamos siempre hacia una vertiente, lógicamente, pero merece el tema un poco de esa “compasión” que todo ser humano merece, en que se ubican las que han escogido la prostitución, está bien, porque tampoco estamos libres de su necesidad como sociedad, y esa nobleza también es conocimiento de su razón de ser, que por una vez también denuncia la frivolidad, la dureza y manipulación del entorno fuera de estas; pero tampoco llega a enseñar perversión sino apenas un esbozo algo circense e inocente, y hay algo de generosidad incluso de esa clientela tan rococó.

No resulta un filme contundente sino muy suave en esencia -fuera de los detalles- aunque vastamente entretenido, una apuesta que se circunscribe principalmente a un espacio –que recuerde salen a un paseo a una laguna y hay una visita a una mansión aristocrática además- y lo hace como con la interacción de esas cuatro pantallas a la vez, esa repartición de la actividad en el burdel, intensamente, ampliando las cuatro paredes, como lo que esperamos sacar del filme, repitiendo momentos, embelleciendo el ecran, completando la fotografía, pedazo a pedazo hasta tener una figura, específicamente la del sueño premonitorio, semejante a la mujer que vemos actualmente en la calle, la que nos recuerda su drogadicción por tristeza, la que es proclive a terminar en un lugar trágico, la que ha perdido una amiga que le recuerda a sí misma, y la que no tiene -normalmente- un futuro familiar, ni tan siquiera económico.