domingo, 19 de agosto de 2012

Le Havre

Si alguien nos contara de que va ésta película seguramente no la veríamos, si estamos cansados de escuchar historias lacrimógenas de pobreza y superación, vasta repetir la sinopsis solamente para desencantarse y repeler esta propuesta, sin embargo la fábula de Aki Kaurismaki dista mucho de caer en melodramas insustanciales, sabiendo que su particular estilo lacónico y seco contrasta perfectamente con el aire combativo de supervivencia de los seres humanos, el resultado denota algo muy suave de digerir dentro del cine de autor sin que consienta efectismos emocionales tan fáciles de utilizar para llegar a un público menos exigente que no más sensible sino más momentáneamente sugestionable, no obstante hay material tópico en ello y se maneja con el estilo del finlandés que lo hace ver todo breve, natural, calmado y desprovisto de patetismo.

Podemos identificarnos y sufrir en cierto grado no tan crispado con ese niño inmigrante africano que no quiere ser deportado y que tiene la suerte de encontrarse con Marcel Marx (André Wilms), un viejo lustrabotas que tiene a su esposa sufriendo una enfermedad de pocas probabilidades de recuperación y que al considerarlo un niño grande no quiere revelarle la verdad; bajo la “frialdad” propia del cine de Kaurismaki que deja que cada quien procese la información que ve. Lo que no quiere decir indolencia sino es un tratamiento mucho más expositivo, más digno quizás, una aparente levedad disfrazada por una estética artística que sugiere bajo otra capa distinta, que no genera un ataque visual. Se evita que los actores sobredimensionen o expresen descarnadamente sus padecimientos, y aunque en toda la película vemos la precariedad de la situación económica de la pareja principal, o la dificultad para conseguir clientes a los cuales limpiarle los zapatos y hasta el no poder pagar comestibles básicos en una bodega, hurtar algún pan baguete para llenarse el estómago y pedir una copa gratis de vino a una amiga para paliar la dura jornada, se sobrelleva sin aspavientos situando un contexto realista, aunque por la invisibilidad y la indiferencia de la gente al lado del orgullo y la entereza individual hacen del filme un ineludible llamado a tocar el corazón frente a ese mundo que es muchas veces una desgracia.

Kaurismaki impregna sus filmes de un aura de personalidad propia, con las miradas perdidas de sus personajes, aquí más convencionales y menos raros, teatralidad (menos obvia), música que acompaña como imitando pases de tango (marcados cambios), comedia simplona, dolorosa e imprevista, una ambientación de pocos objetos emulando una puesta de teatro, un minimalismo representativo, caracteres definidos pero vivos, una tragedia griega parca que logra torcerse en el último suspiro, ante la imposibilidad y reticencia de la felicidad, una de las más injustas que se nos pueda imaginar.

La sensibilidad se palpa en hechos, como el “sorpresivo” acto del inspector, el ahínco de ayuda de Marcel, la confabulación de los vecinos aun habiendo punto discordante o algún enemigo, tampoco falta crítica. Culpan a la sociedad pero la subvierten con sus actos para bien del prójimo (el niño que es como ellos, sólo frente a la peor adversidad, como si no hubiera lugar seguro más que en el afecto de los demás). Se recrimina la idiosincrasia de la pobreza y la dureza con la que se trata a los inmigrantes, el que sobrevive en otro país pidiendo poco, a costa de perder su identidad, cuando en el microcosmos de un bar yacen personas de varias partes del mundo.

Kaurismaki ubica su película en Francia, en el puerto que inmortalizó Claude Monet y al que vemos en la fotografía rebozar en sosiego como detrás de la turbulencia, pero es como si aun estuviéramos en su tierra natal. La casita de Marcel, sus dos mudas de ropa en el armario o el preciado cotidiano vestido amarillo de Arletty (Kati Outinen, musa del finlandés) son ubicuos, des-territorializados, unánimes, y ese es el sentimentalismo más elogiable, no necesariamente el incandescente, como lo ha demostrado el autor con esta nueva obra que termina con unas plantas en flor, arguyendo un final de “cambio”, y no lo ha sido en realidad, las características esenciales de Kaurismaki están ahí aunque en partes contenida, el fondo de la trama se debe a sus constantes (la bondad y el amor), como con la infaltable irreverencia en la presencia de Little Bob (¿o no lo es?), un viejo rockero de la ciudad que nos hace recordar la vena musical que impartió con los Leningrado Cowboys, cantante que si no amista con su pareja no canta (reiteración contundente).Y cuando creemos que ya no hay solidaridad, no hay humanidad, la soñamos en la gran pantalla con un tipo llamado Marcel, notando que si uno disfruta viendo éste filme es porque cree en ello, a sabiendas que ya no nos pueden engañar, salvo si estamos ante un maestro como Kaurismaki.