domingo, 27 de mayo de 2012

A través de los olivos


El célebre cineasta iraní Abbas Kiarostami es el ganador del galardón máximo de Cannes por el filme El sabor de las cerezas (1997). Actualmente asiste al 65avo Festival de Cannes con Like someone in love, compite por la palma de oro; ésta última está ambientada en Japón y nos remite a la aventura amorosa entre un anciano educado y una joven que le vende su cuerpo. Selecciono una película de personal agrado que desnuda su esencia cinematográfica.

El filme nos muestra que Kiarostami busca convertir lo complejo en natural y simple pero no en el fondo sino en la forma, no subyace lo complicado en la trama, que en realidad es muy básica y fácil de resumir en que consta del enamoramiento de un joven analfabeto de una muchacha culta que lo rechaza por serlo y por no tener una casa propia mientras participan dentro de una película, o sea metacine; utiliza de actores a los mismos pobladores, que es algo muy audaz ya que no siempre se logra mesclar realismo y frescura con calidad histriónica, asunto que consigue con notable encanto agregando un aire puro a su realización.

Hay una atmósfera de afecto rondando lo que nos muestra la pantalla, una simpatía que se gana nuestra empatía, fuera de que la insistencia no necesariamente refleje mucho romance o la pareja no sea un canto de poesía sino que se nos hacen muy humanos, muy próximos y en ese cortejo primitivo y sin grandes argucias se parece al de cualquier hombre promedio; ni siquiera la dama se nos hace especialmente virtuosa, puede ser malcriada o insensible pero eso juega a favor del producto, unas figuras muy comunes, la envidia de un postulado no siempre logrado en el neorrealismo, viéndose en el filme un ideal puesto en práctica efectiva.

El concepto del filme es el antes descrito, hacer parecer como que estamos viendo la vida misma, incluso el actor que hace de director nos dice que lo es y nos ubica en pocas líneas sobre lo que referirá el relato. Sin ningún problema, tras las presentaciones, continúa el grupo trabajando la ficción como uniendo verdad con artificio; esto es la grabación de la película en que están Hossein y Tahereh, nuestro vulgar Romeo y nuestra distante Julieta. Da pautas y refleja un cine dentro del cine que no solo muestra su esencia o funcionamiento sino que se acopla a la trama sin fisuras agregando información y sentido al entorno que busca la familiaridad e identificación circulando tranquila por esas aguas.

El quehacer de seducción de Hussein y el silencio de Tahereh va de lo sutilmente melancólico a lo sabiamente dulce hasta lo gracioso, siempre ligero despreocupado con un tono amable para el espectador que se vinculará si está harto de las comedias románticas de resolución de modelo con conclusión feliz, aunque puede ser poco convincente si no somos proclives a esto. Todo confabula por fuera para que se intente un romance pero Kiarostami no va a lo fácil en el enamoramiento y pone muy decididos a ambos en sus antípodas. Sin embargo si bien esperamos una genialidad que los una al final ante tanta resistencia feroz, va más la película de lo que quiere él, de sus circunstancias, de esa persecución y de la nobleza que recalca el amor en juego.  

Empieza como si no hubiera trama y luego de poco crea una casi sin quererlo o pretendiendo que lo creamos de esa manera, con la sensación de espontaneidad e intrascendencia, de que no hay cámaras alrededor o que las vemos en uso como parte de la historia. Sorprende que estemos ante un filme que aspira en toda magnitud a ser sencillo e inocente, que quiere lucir como amateur sin serlo ya que lleva una estética sobresaliente en su reinterpretación cinematográfica.

Éste es un filme que espera que sin que pase nada espectacular nos atrape por completo, basándose en sus pequeños momentos, la broma del eco, los consejos del director (de un Kiarostami oculto que quizás no puede actuar pero si crear un personaje a su semejanza), las consecuencias del terremoto en el poblado persa, la repetición de muchas tomas de actuación para Hussein en una toma fija con un vecino, la impasibilidad de la díscola Tahereh o su trato con su abuela, ver correr a Hussein por el campo detrás de la que quiere que sea su esposa para que instruya a sus hijos, a la que le ofrece comprensión, que siga estudiando o que compartan labores en casa, a la que le dice que son tan buenos como otros para formar un hogar y lograr una vivienda, una retahíla de cositas que con la disposición de asumir esa cotidianidad puede ser vista como una pequeña obra maestra y Kiarostami un genio por llegar y conseguir esa comunicación.

Otro punto clásico de Kiarostami, la geografía rural y pobre es predominante en su arte, que se apega a ese requerimiento de llaneza general, encontrando belleza en todo ámbito menor si se quiere. Hace un constante esfuerzo por romper las reglas del cine de occidente, un cuento amigable y saludable para público que no necesita esforzarse, lo suyo es lo humilde en todo apogeo, pero se entiende la complejidad de lograr esa diafanidad, esa lección de verismo, esa virtud de sus personajes y la empatía con sus población campesina, ese respeto generalizado, un cariño por doquier pero sin facilismos, con la convicción de la esencia.