sábado, 5 de mayo de 2012

Estación central

Siguiendo con los postulantes a la palma de oro del Festival de Cine de Cannes 2012 repaso la obra más importante del cineasta brasileño Walter Salles que éste año compite con la realización de la adaptación del libro icónico de Jack Kerouac, On the road, que retrata las aventuras de unos amigos rebeldes que han decidido aprovechar la libertad que solo encuentran surcando el territorio americano reconociendo las carreteras como el punto de esa emoción que los define en su amor a la vida. La que critico en éste momento lleva un indiscutible respaldo, con sendos premios importantes como el Bafta a mejor película en lengua no inglesa, el oso de oro de la Berlinale, el globo de oro, el premio del jurado en el Festival de Cine de la Habana o el premio del público en San Sebastián.

Éste es un filme que nos habla de la relación de una mujer sin ningún tipo de familia que vive de estafar a gente analfabeta redactándole cartas que luego rompe, con un niño que pierde a su madre atropellada en la estación central de Rio de Janeiro, y que mostrará el afecto y la sensibilidad que el amor produce en los seres humanos dándoles la oportunidad de reivindicarse o como es, de solo amar tal cual producto de una novedosa experiencia que derrumba los antecedentes de la perenne desilusión y acerca la fe que otros destruyen en un mundo que como muestra Salles en sus panorámicas rurales y en sus caseríos pobres no nos circunscribe a ningún lecho de rosas.

Una misión aproxima a esa pareja de desamparados como en esa hermosa toma de ambos alejándose hacia el interior de una pista al estilo de Tiempos Modernos de Charles Chaplin; encontrar al padre del pequeño Josué, con la ayuda de Isadora, la actriz brasileña Fernanda Montenegro que estuvo nominada al Oscar por ésta actuación. El padre que buscan es un hombre mujeriego, irresponsable y alcohólico que aún así es la admiración de un hijo que no lo conoce y no para de contar que su progenitor construyó por sí mismo su casa producto de su habilidad con la carpintería. Josué sueña con ser conductor de camión y su perspectiva de vida es tan simple como la del contexto y el conjunto de los personajes que nos reúnen frente a la pantalla. Salles hace un acercamiento a una naturaleza muy precaria, una población muy básica que se saben como dice un poblador en el fin del mundo pero sin romanticismos ni exageraciones melodramáticas sino que nos ubica en la religiosidad de la gente y en su quehacer diario como telón de fondo, sin un embellecimiento pero tampoco sin ninguna tragedia. Es como pasear por ese universo que atrae a los turistas o a los urbanos, a esa diafanidad y felicidad que aspiran buscar fuera de la vorágine de sus imponentes ciudades.

En su inicio hay un color que estéticamente pinta el ecran de un aire optimista aun no siendo las condiciones más fiables o más adecuadas. La estación central es un sitio donde los robos se pagan con la muerte, se trafica con niños y está surtida de muchas irregularidades anacrónicas para la bien llamada civilización moderna aunque ésta también es magma de esas realidades adversas. Luego a manera de una road movie la mujer adulta entrada en años de talante duro pero común y el chiquillo lenguaraz de espíritu independiente, noble e inocente, dos personalidades enriquecidas en la trama que solventan ese acompañamiento por los pueblitos del Brasil, crean un sentimiento, en un espacio geográfico pintoresco y a la vez menos evolucionado, arma idónea para un filme que funciona sin exacerbar intrascendentemente la emotividad aunque no faltan momentos claves con el impulso de solventar esa relación y esa esencia, el niño perdiéndose entre el gentío huyendo de su “madre adoptiva” desesperada persiguiéndolo lenta a la distancia, el camionero evitando un encuentro sexual ante su fe evangélica y el consiguiente consuelo en la conversación entre Josué e Isadora que indirectamente desmiente la poca presencia física de ella, el vestido regalado tras la jornada improvisada de trabajo o la fotografía de 3 reales con un santo local. Todo justificado ya que el director carioca termina expandiendo y cerrando cabos, generando conclusiones en la línea de esa confabulación que produce risas además de llanto en la última carta, como en el hurtar de una tienda de comestibles tras la mentira de devolver lo antes cogido o con la pícara pero efímera escena de la cama compartida cuando el niño dice ser un hombre de muchas aventuras sensuales.

Es un filme con distintas aristas, tranquilo y alegre a fin de cuentas, de una llaneza muy ejemplar pero sobre todo porque es natural con los protagonistas en sus múltiples defectos, en su interrelación desigual en años pero en la verdadera horizontalidad y que no juzga aun con pruebas, aceptando y creando una nueva puerta demostrando que las dificultades son el camino del engrandecimiento personal y que mientras vivamos nunca quedamos fuera de mejorar interiormente, sin importar la edad, tal así como humanidad, siendo un tema muy propio de todos, a manera de una suave y discreta lección que explica cambios y voluntades solo con tomar un poco de consciencia sobre los demás, aunque bajo un claro vinculo especial que es lo que fomenta por completo el relato. Isadora no es ningún dulce aunque en el fondo yace alguien golpeado que implica una indiferencia aprendida más que otra denominación desfavorable, y es en las idas y venidas del mundo, en sus choques vitales, que se puede vivir la mejor de las experiencias, un momento único que marca nuestras existencias, el niño con la mujer que nunca va a olvidar sin que ella quiera ser por una vez olvidada.