domingo, 11 de marzo de 2012

Un dios salvaje (Carnage)


¿Somos tan civilizados como nos creemos?, es la interrogante que se hace el famoso creador de Chinatown (1974), Roman Polanski, junto a la dramaturga francesa Yasmina Reza, reunidos para el guion de la presente película que realiza Polanki quien toma de partida la obra homónima (Le dieu du carnage) de Reza.

Parto diciendo que cualquier filme de éste cineasta polaco nacido en Francia, de Polanski, suele ser entretenido, haga terror, comedia o noir; se visionará con tranquilidad y agilidad, pero con respecto a la calidad del filme actual está un poco menor dentro de su filmografía, sin embargo sigue siendo una propuesta decente.

La trama es sumamente simple, un niño, el hijo de Nancy y Alan Cowan (Kate Winslet y Christoph Waltz) de condición pudiente, agrede con una rama de árbol a otro compañero que está en pandilla insultándolo, con lo que le extrae dos dientes frontales, al vástago de la familia Longstreet, de Penelope y Michael (Jodi Foster y John C. Reilly), de la clase trabajadora. Para zanjar el problema, los padres de la victima invitan a su casa a los ascendientes directos del agresor. Pronto la conversación pasa del trato reconciliador y amigable a una lucha dialéctica que destripa y descubre la esencia detrás de la moral, del orden y de la naturaleza humana, tomando de referencia las características personales de los involucrados en donde el idealismo, el materialismo y la indiferencia chocaran bajo las individuales propias ideologías o carencias.

El filme va de frente al contexto en que los parientes argumentan sus puntos de vista, mientras luce muy próximo a su ascendencia de obra de teatro donde lo que se dice es lo principal de la propuesta y lo minimalista da rienda suelta a feroces vaivenes, invertido en pocos protagonistas.

Tiene diálogos que se hacen extensos y forzosos en comparación con la realidad, teniendo en cuenta que muy pocos en el diario vivir se dedican a explayarse con tanto ahínco y franqueza como los personajes relacionados. Los secretos y verdades afloran con la naturalidad del talento de los actores pero sobrevuela la incredulidad ya que se saltan olímpicamente la vergüenza y el pudor, en el desnudo de toda la idiosincrasia privada de unos ante los otros; con aquellos con los que supuestamente llevan fricciones y que se van incrementando mientras más se interrelacionan, no obstante de eso va la película, de llegar a la sinrazón.

La película se concentra en que estamos ante una realización netamente satírica y mordaz que no busca verosimilitud sino un análisis pormenorizado de nuestra proclividad al caos y a la contradicción. Existe un deseo, aunque prolongado por las circunstancias, de concretar la escurridiza solución, pero el trato por más buenas intenciones que tengan exalta la confrontación (los Cowen incluso quieren irse en varias oportunidades, se acercan repetidamente al ascensor para retirarse), y es solo un recurso que se excusa porque hay parámetros que buscan salvaguardar la paz de la convivencia humana, puesta a prueba cuando más se le inquiere, sin embargo la cinta se hace algo monótona, aunque impredecible finalmente.

Lo giros van revelando el anhelar de la autocomplacencia, el aspirar a que todo quede perfecto, que valga la pena, que exista la justicia, pero las personas con su bagaje personal arruinan ese fin, lo hacen complicado, mostrándonos algunas capas de hipocresía como con los medicamentos insalubres o el acto de castigar/reparar un acto de abuso. El filme nos induce a creer que no somos tan nobles ni tan elaborados como pensamos, aún teniendo altas pretensiones, estatus social, educación o profesión, incluso el personaje más rescatable éticamente -el de Jodi Foster- resulta ser histérico y egocéntrico, además manifiesta también algo de salvajismo que es lo que se nos infiere que contenemos todos.

Peleas por doquier con tuti il mundi, vómitos, revelaciones imprudentes y conflictivas, molestias conyugales, errores indolentes tras alguna fobia, insensibilidad, incongruencias, frustraciones entre otras calamidades solo disminuyen con un whisky y un puro, con la falta de compromiso, o en otro caso empeoran generando la ira en la ironía del ciudadano del mundo, un trato que increpa constantemente las relaciones humanas. Es un filme que abocado a su leitmotiv puede ser insuficiente, se repite y solo repercute como crítica, y así como llega se va, abrupto, incompleto, parcial, exagerado, y aunque quiere generalizar también luce excepcional, pero no quepa duda que todos llevamos parte de él en nosotros, el mundo se nutre de ello.

Lo mejor de la realización son los cuatro actores, magníficos en toda palabra, que saben darle fuerza e interés a tanto devaneo que recoge una cierta profundidad pero que no lleva la mejor de las estructuras para enaltecerla. Divertida por momentos, juega a hacerse bastante superficial para ser reflexiva, se le puede catalogar de una grata astucia intelectual moderna y en parte anárquica, fluida y corta además, ya que dura 1 hora y 20 minutos. El diagnostico es que se hace saludable relajarse con el último trabajo de Polanski pero sin darle mayor cabida que el de la intrascendencia de la trascendencia, como pretende el realizador y su coguionista.