domingo, 5 de febrero de 2012

Nader y Simin, una separación

El festival internacional de cine de Berlín (Berlinale) es uno de los más importantes lugares del mundo dedicados al séptimo arte, su oferta se clasifica como seria y discreta más no próxima a lo comercial, y aunque no es tan atrevida como por ejemplo el festival de cine de Cannes, tiene el mismo deseo artístico de darle predominancia a lo intelectual, por lo que a éste filme iraní ganador del máximo reconocimiento de dicho evento, el oso de oro, lo hace una propuesta que hay que revisar y que una vez vista por quien escribe se puede decir con puntualidad que es una obra maestra cinematográfica; la que además está nominada a los Premios Oscar en guión original y por mejor película en lengua no inglesa.

El cine que nos presenta en ésta oportunidad el director persa Asghar Farhadi es admirablemente claro y realista pero muy bien cavilado desde sus personajes en contraste, podemos ver a los seres humanos de esa sociedad desconocida para muchos, provenientes de clases pudientes y proletarias disputándose un veredicto judicial producto de un contexto complejo en donde la culpabilidad es compartida, donde no hay héroes ni únicas víctimas aunque apuntando a un impremeditado grave daño físico, reproductivo y emotivo producto de un acto infrahumano y cruel a la vera de la ignorancia, y que nos demuestra que los valores frente al miedo de las consecuencias pueden sufrir trastornos. No es solo un grupo de pertenencia económica el que los pasa por alto sino ambos, aunque haya en sus respectivas burbujas confrontadas por la desgracia una pequeña voz de conciencia a cada lado tratando con ellos dos, la pareja pobre de esposos árabes ante la devoción materna religiosa y la alta decencia de la hija de cara a juzgar a su acomodado, terco, algo hipócrita y educado padre que en su sofisticación tiene una mirada más cosmopolita y menos sojuzgada a la moral de la fe que en la cultura islam tiene tanta influencia en las personas con respecto a su comportamiento.

Ambas familias tienen problemas, Hodjat y Razieh (los muy destacados Shahab Hosseini y Sareh Bayat) de índole económica y laboral (encima el marido no ve bien que su cónyuge trabaje) e incluso de violencia domestica, mientras por el otro yacen en un litigio de divorcio que va a separarlos hasta del territorio. Nader (impecable Peyman Maadi) puede perder a su esposa Simin (Leila Hatami) y a su hija Termeh, que es la que tiene la decisión final. Farhadi trata de ser imparcial con las dos clases sociales, dándoles una gama de atributos y defectos que hace de la cinta una muy madura propuesta artística; las imágenes son bastante fidedignas evitando una definición simplista de la personalidad.

Lo mejor del filme son sus personajes y su interacción bajo una lucha legal que se desenvuelve en un ambiente que produce giros y vaivenes constantes, que muestra dudas y revelaciones que van agregando matices a los caracteres; es como si viéramos el interior de la gente y empezáramos a anotar cualidades o minusvalías, ensanchando el conocimiento sobre ellos y asumiendo mayores conflictos.

Tras un arranque enigmático de saber su desenlace y sus antecedentes, la excusa central que nos ha atraído hacia la historia se queda en stand by, pero no como error sino como tremenda virtud creativa y motivadora que justifica perfectamente la nominación del guión a la estatuilla dorada, ya que lo que viene a continuación nos abrirá los ojos de quienes son Nader y Simin apuntando a éste último que es el protagonista más relevante en la trama o el que sirve de nexo argumental y conceptual para las ideas del director sobre las relaciones humanas en un determinado espacio geográfico que increíblemente nos remite a la condición humana de la aldea global en que converge la humanidad en sus raíces y percepciones interiores, recordando que en la cultura árabe el hombre es el centro de la sociedad aunque en el filme vemos que en los pudientes y preparados siendo más civilizados -pero no menos necios o insensibles en otros aspectos- presentan una equidad en el trato intimo entre varón y dama, no obstante igualmente se deja ver al caballero como algo autoritario.

Ver qué oculta su desunión por medio de una segunda línea problemática es fomentar una estructura de varios niveles que se intercomunican, una gracia que remite a una sabiduría imaginativa y que bien amerita aplausos para Farhadi. Se nos hace una exposición solvente y profunda sin que implique obviedad de las causas del divorcio, se da indirectamente a través de sus acciones y palabras, conociendo las motivaciones sentimentales que rompen el lazo de la pareja. Es una auscultación del ser humano que los perfila como si la cámara fuera un psicoanalista y nosotros participes de sus secretos emotivos.

La recreación de la sociedad iraní conlleva reflexionar acerca de ese prejuicio de que son salvajes o fanáticos, que los hay radicales seguro que sí, pero también que su instrucción, la particularidad de sus personales existencias y determinados dilemas definen su proceder, como en todo hay una parte individual y otra colectiva, aquí vemos más la unidad que el conjunto pero con ello nos hacemos una idea del resto. Farhadi no aborda más que superficialmente el sistema judicial o contextual de su mundo, no pretende ninguna crítica de ello, que hubiera traído curiosidad sensacionalista al público foráneo y enfado a su población, de lo que atañe a occidente por hallarlos herméticos y distantes; dedicándose a ponernos un panorama determinado muy cuerdo, muy identificable, y ese es el deseo que se percibe, el de decirnos que no son tan distintos como seres humanos, resaltando esa riqueza privada que lleva todo ser humano en sus actos, decisiones, sentimientos y pensamientos. Parece una lección de aquellas que rompen con la hegemonía artística e intelectual que nos dice que la potestad de entender y dominar algo muy hábilmente no proviene de otro lugar que de quien se lo proponga, lo difunda y lo demuestre. Farhadi ha hecho un cine sin aspavientos, con actores entregados que se mueven con verismo, dando actitud, vulgaridad, rudeza, compañerismo, astucia, falta de cabeza, lealtad, toda una variopinta idiosincrasia que incluye una cierta autocrítica que no marca una ruta única pero que equivale también a equivocarse, a perder favores o dejar a alguien de lado.

El idealismo circunda el filme, no obstante sin fantasía ni irrealidad, proviniendo de la introspección particular y del derecho a elegir; no se juzga a la ligereza a la gente ni por nivel social, tampoco por el origen ni por un aire de excepcionalidad modélico sino se les da la facultad de ser libres en un mundo que implica más que la banalidad de dar todo por hecho, notando que ser el modelo de probidad y ecuanimidad no resulta fácil; y enseñando que movernos en esa forma específica requiere voluntad, sacrificio, comprensión, compasión, ponerse en el lugar ajeno, perdonar y exigirse responsabilidad ante otros y hacia nosotros mismos. Una cinta que verdaderamente permite ver al hombre como es, descifrándolo como solo el arte puede hacerlo.