viernes, 3 de febrero de 2012

La invención de Hugo Cabret

La última obra cinematográfica del famoso cineasta americano Martin Scorsese es una historia infantil dedicada a toda la familia, a los que aman el cine y disfrutan soñando como se suele repetir constantemente en la trama. Está nominada a 11 estatuillas doradas, es la clara favorita a llevarse los Premios Oscar 2012. Sin embargo lleva un aura muy básica en su concepción y un final de poca complejidad ante tantas expectativas por descubrir que significa un autómata en cuanto al trabajo inconcluso de un relojero y la continuidad de su hijo ahora huérfano de nombre Hugo, algo que involucra a una figura icónica para los inicios del séptimo arte, la del artista y pionero francés George Melies, ese visionario que enamorado de un nuevo invento, el proyector de cine, decide dejar el ilusionismo (literal) por otro tipo de arte que lleva implícita esa misma función, sorprender y entusiasmar a las personas a través de la imaginación.

Scorsese viene de una larga racha de películas irregulares como La isla siniestra (que también tiene su encanto), Los infiltrados (único Oscar de su carrera que más es producto de su trayectoria que de ésta película), El aviador (a pesar de todo una muy buena película a reivindicar) o Pandillas de New York (inconmensurable Daniel Day Lewis con una actuación antológica e independiente del alcance general del filme), por lo que en realidad sus obras maestras vienen a provenir de hace 16 años. Mientras tanto luce virtudes como promotor en ese nuevo boom en las series del cable, con la producción de la cadena HBO, Boardwalk Empire, sobre la prohibición de alcohol y su manejo en manos de un gánster de Atlantic City llamado Nucky Thompson (un camaleónico e inclasificable Steve Buscemi), y quizás en sus documentales, uno dedicado a la banda de rock británica The Rolling Stones y otro a George Harrison, integrante de esa leyenda denominada The Beatles.

Remitiéndonos con esos antecedentes a ésta oportunidad, Martin Scorsese ha hecho una jugada muy inteligente con éste nuevo largometraje; se aboca a un guion sencillo adaptado de un cuento para niños de la autoría de su compatriota Brian Selznick. El producto no tiene fisuras que se resalten mucho pero no llega a ser una obra maestra por falta de atrevimiento, mayor originalidad y dificultad; quizás se explaya demasiado en su respetable libertad por el pasado de Melies, aunque no tiende a exagerar. Gran parte de los hechos históricos son comprobables, tiene asidero en la realidad, agregando la fantasía del niño que plasma una bella metáfora: "Todos somos como una pieza perfecta e indispensable para el funcionamiento de una máquina, como la de un reloj, todos tenemos un propósito y nuestro deber es buscarlo".

Hugo, un pequeño huérfano que está al cuidado de un indiferente tío alcohólico, es experto en componer objetos mecánicos y vive escabullido en una estación de tren de Gare Montparnasse, en París, detrás de los majestuosos relojes de la terminal francesa, similar en oficio a Melies arreglando juguetes en su tienda, en donde se esconde tras el ingrato olvido de su invalorable aporte al cine, tras la primera guerra mundial que acabó con cierta fe por la inocencia del mundo. Hugo tratando de subsanar sus carencias emocionales para con su difunto progenitor y en razón de su pertenencia al mundo decide investigar qué mensaje oculta el funcionamiento de una máquina que retrata el dibujo de la máxima obra de Melies, Viaje a la luna (1902), en esa legendaria imagen de nuestro mayor satélite que lleva un cohete que ha chocado en su ojo.

Los personajes tejen pequeñas historias, apenas un esbozo sentimental en ellas. Tenemos al vigilante minusválido de una pierna y duro de carácter que junto a su perro doberman entrega a los huérfanos a los orfanatos tras hallarlos deambulando en la estación. Lo interpreta un muy sobresaliente Sacha Baron Cohen, el irreverente y radical comediante inglés, que demuestra que puede hacer más que una película escatológica e infumable como Borat (2006), manifestando que puede ser tierno – gracioso con sus muecas al tratar de hacer una sonrisa- o implacable –persigue con ahincó a los niños vagabundos y solitarios creyendo que necesitan la misma educación que tuvo en una institución pública para pequeños desamparados- y que en su rol yace enamorado de una florista. Tienes también la subtrama de una anciana que tiene una mascota díscola que no permite que ningún pretendiente se le acerque; o a un viejo que siente lastima de Hugo y le abre las puertas a la lectura, con el uso de un desaprovechado Christhoper Lee. Después el director e historiador de cine Rene Tabard funciona como enlace entre Hugo (lo fantástico) y Melies (hechos verídicos).

Es curioso notar que The artist (2011) y La invención de Hugo Cabret (2011) tienen varias semejanzas, ambas rinden homenaje al séptimo arte desde sus protagonistas. En Scorsese es alrededor de Melies que fue tal cual un director de orquesta, actuaba, era técnico, escribía y lideraba la película, habiendo creado cerca de 500 películas en una trayectoria impresionante. Hablamos de un artista en toda la palabra. Para Michael Hazanaviucs es a través de la representación del ocaso del cine mudo. Los dos remiten a comienzos del cine, el director americano mucho más explícito que el galo en asumir las referencias fílmicas pasando secuencias de memorables filmes de antes del 30 que es la fecha a la que se adscribe Hugo, pero bajo la misma fantasía, buen gusto, inocencia, cercanía, afecto y optimismo. A su vez, uno rinde tributo al aporte francés y el otro al angloamericano. Esto recuerda la misma coincidencia temática entre El árbol de la vida (2011), de Terrence Malick, y Melancholia (2011), de Lars von Trier, que tenían a la tierra como centro principal, con el génesis y el apocalipsis.

Algo que hay que resaltar es que Scorsese ambienta unos escenarios magníficos, la maquinaria de los relojes, la ciudad de la luz y la estación son de una estética ingeniosa y muy hermosa. También impresiona el descarrilamiento de un tren o la transformación en robot del niño. Otro acierto es poder conjugar literatura (diversidad de libros) y cine; son como amigos que se relacionan y no compiten entre sí. Los pequeños buscan sabiduría cinematográfica en los textos, Melies adapta a Julio Verne, la biblioteca sirve para conocer la evolución del séptimo arte.

Chloe Grace Moretz, ganadora de los People´s Choice Awards 2012, por encima de cuatro integrantes del elenco de Harry Potter. Moretz, quien fue una revelación tras esa sátira audaz de superhéroes llamada Kick Ass (2010), a un año de hacerse notar con 500 Days of Summer (2009), hace de Isabelle, la ahijada del maestro europeo, la que lee mucho, pero nunca ha presenciado una película, y pronto Hugo reparará esa falta mientras ella le inculcará su pasión por los libros.

La corta escena -que no siento sobrevalorada- de los chiquillos de 12 años en la sala de cine imprime amor por el séptimo arte, su fascinación se impregna sobre todo en la última hora del largometraje, esa aura de fiesta hacia el arte se gana mi respaldo, aunque ésta película para quien escribe no sea su favorita a triunfar en mejor película en los Oscars. La pongo detrás de The Artist, Los Descendientes, Medianoche en Paris y Moneyball, pero Scorsese tiene muchas posibilidades como mejor director, aun bajo una primera hora menos potente, dentro de un conjunto con mucho sentido, gracias a su sencillez argumental, proponiendo alto alcance sentimental y hasta reflexivo en no perder la ilusión.

Los actores principales están perfectos, muy bien escogidos, Asa Butterfield es un niño que se gana nuestro cariño sin caer pegajoso o a través del estigma del pobrecito, sino presenta ingenio para subsistir por sus propios medios. La escena cuando llora y suplica que lo deje ir el inspector es muy emotiva, sus expresiones son muy prodigas; sus ojos maravillados con una cinta muda es creíble pensando que un niño contemporáneo no sentiría lo mismo, tan igual a su preocupación por conectar con su entorno. Éste actor inglés ya a su corta edad hace méritos para ser una estrella. Con él vemos a Ben Kingsley que con una carrera destacada merecería que lo despeguen de la figura fija en Gandhi, por la que ganó un merecido Oscar. Su interpretación luce como un triunfo, aunque sin desproporcionarlo. La invención de Hugo Cabret es una cinta valiosa. Todo el que recién descubra el cine lo va a agradecer y quienes ya lo conocen bien sentirán el recordar de la primera sensación.