domingo, 1 de enero de 2012

El niño de la bicicleta

Jean-Pierre y Luc Dardenne suelen presentar crítica social en sus filmes, su alta sensibilidad nos muestran el lado difícil de nuestra existencia desde alguna problemática personal, su mirada es intimista y confabula con nuestra responsabilidad hacia los demás desde la butaca, para sin efectismos ni dramatismos exacerbados mostramos que el mundo no es del todo justo, porque no hay mejor causa que ver y entender a través de la pantalla.

El relato que se nos cuenta es el de un niño que no tiene más familia que una caritativa mujer que decide darse el trabajo de cuidar a éste rebelde y conflictivo muchachito, sin que tenga ninguna obligación. El padre no quiere cuidarle ni compartir su reformada vida con él. El vacío emocional del pequeño lo hace proclive a caer en tentaciones criminales, a escoger mal; el dealer o el esquivo padre indiferente son sus recurrentes opciones, no obstante es en una peluquera (Cécile de France) que se vislumbra la re-educación y la buena conducta.

Un punto no encaja del todo en esa naturalidad que define el cine, Samantha llega a la vida de Cyril Catoul (Thomas Doret) con mucha fuerza y no se justifica muy bien su convicción afectiva hacia el niño, no es que sea del todo inverosímil su actitud porque hay quienes pueden comprometerse con los extraños y mucho más si es un menor sin nadie que le quiera, empero la carga es abrumadora y el chico no es fácil de domesticar. Su acercamiento es repentino y el vinculo surge con firmeza prácticamente desde una mujer convencida en su obrar. No es que sea endeble el criterio pero se hubiera requerido de mayor solvencia.

No todo hay que decirlo, las elipsis suelen ser muy poderosas y hasta más saludables en algunas realizaciones, un posible verdadero acto de audacia, imaginación, estética y libertad, pero si no queremos confundir a los indecisos, desconfiados o torpes –mea culpa quizás en un acto de humildad aunque llamémosle en mi particular caso para ser optimistas, exigencia- que no saben distinguir entre la honestidad y transparencia más salvaje de la moralina o de la gratuidad aprovechada, por eso habría que haber reforzado la materialización e influencia de la unión.

Está a favor que la bondad de la figura de Samantha es indiscutible que podemos creer que tiene esa afinidad con el dolor ajeno o que quizás por la edad aflore su lado maternal, aunque su personaje es poco complejo, ya que se estila en medio del complicado mundo, mayores profundidades en la personalidad o seres humanos menos simpáticos, sin embargo tampoco es ninguna caricatura como se ve cuando le dice a Guy Catoul (Jeremie Renier), el progenitor, que le diga a su hijo que ya no lo quiere ver, o en el caso de entender la violencia que provee Cyril en un robo, algo que visto con corrección merecería mayor castigo que acompañarlo sin reprimenda a pagar una retribución económica algo risible a costa de tolerar un acto brutal. ¿La caída del árbol sería un pago mayor?, ¿El perdón es cuestión de dinero?

El mundo del niño es de la clase media, un síntoma de que hay esperanza para la sociedad, no solo por la humanidad de Samantha, sino porque podemos observar que se puede vivir bien en ese estatus como suele pasar en países de buena convivencia y mayores oportunidades para los ciudadanos. Bélgica parece un lugar apacible y ordenado con un ritmo de vida adecuado; hay tiempo para el ocio y hasta para ver por los más necesitados. Sin embargo, resulta valiente denunciar carencias incluso en una modernidad civilizada, y es que Cyril puede ser feliz con una bicicleta, pero lo único que anhela es el amor de su progenitor, sentir esa seguridad que nos brinda el cariño, siendo siempre destacable ver que podemos cambiarle la vida al prójimo. Para ello, los Dardenne mantienen una magia que no nos adormila con la vacuidad o lo idílico ni nos pone a llorar como niñas con traje de Hello Kitty, sino nos hacen pensar y sentir con una película de fondo inteligente aunque de apariencia sencilla.

El final resulta muy digno, los malos actos engendran odio y aunque quien esté libre de pecado que tire la primera piedra, siempre hay que hacer un acto de constricción, Cyril acepta aunque de la forma que acaece nunca será la mejor salida; ¿merecía eso? No por supuesto, no como método de enseñanza vivencial o existencial ideal pero sí como recurso de la realización cinematográfica porque solo en ese momento entendemos los sentimientos reales del niño ya que no está muy claro hasta ese instante, al ser por lo general hermético; otra maravilla del genio de los directores, al igual que el proveernos de impactantes imágenes como cuando se da cabezazos contra el carro gritándonos en silencio un piadoso y radical ¡auxilio! o mientras persigue vehemente a su padre evocándonos tantas reflexiones.