jueves, 5 de enero de 2012

Drive

La última película de Nicolas Winding Refn, ganador en Cannes del premio al mejor director, es entretenimiento del mejor; un filme con la promesa de mucha acción pero con más fondo del que se pueda aguardar. Es la historia de un personaje heroico que se define en una pregunta de la realización, ¿cómo sabes que él es el malo?, le inquiere al niño por quien daría la vida, el pequeño le responde, porque es un tiburón y ellos siempre son malos. Refn nos pone en la piel de enfrentar a la mafia con las reglas del hombre bajo su propia ley. Sin embargo cuando vemos a Ryan Gosling, el actor que lo interpreta, saltan las dudas si podrá convencernos de que es capaz de resolver semejante carga.

El efecto de su carácter ayuda bastante a generar sustento, al mostrarlo silencioso, impávido, seguro y misterioso, induciendo además a la curiosidad sobre su persona, como dando el giro necesario para sacarlo de su fisonomía de niño guapo o de su suave voz poco intimidante, y como se aprecia no todo parece fácil, pero también son esas características las que rompen con el estereotipo, ya que la imagen es poco frente a la esencia.

Al conocer que es doble cinematográfico, corredor de autos, mecánico y chofer en algún robo se va proveyendo de un aura que engrandece la figura de estar detrás de un volante, siendo ingenioso ver que la pieza que en tantas historias es poco valorada en ésta película toma la mayor predominancia, basado en el libro de crimen de James Sallis.

Vemos desde la espera, el conductor sólo otorga 5 minutos a sus compañeros asaltantes, hasta el despistar de la persecución policial. Rápidamente la leyenda se cierne sobre su cabeza, el elemento de fuerza del filme, despertando la inquietud y la expectativa. ¿Cómo resolverá la violencia el protagonista?, ¿es tan temible como promete? Y al llegar el momento adecuado logramos ver que efectivamente el salvajismo y la brutalidad no solo provienen de Bernie Rose (un convincente Albert Brooks en la estela de los Sopranos), el capo carente de escrúpulos para despachar fríamente a sus enemigos e incluso amigos, sino del chico normal de poca palabra.

Los amplios silencios, la constancia de los diálogos sencillos y cortos, la calma en la espera subyugante, la ciudad imponente desprovista de multitud, que circulan en la primera parte del filme colaboran a fabricar el contexto con la idoneidad del caso, la antesala de la hecatombe física. Hay una solemnidad seca que sólo desfigura un cierto mal gusto musical provisto de un sonido de los ochenta, de ese cursi acompañamiento discotequero que busca resaltar el aspecto solitario o redentor del personaje, junto con una radicalidad bestial de mucha agresividad y desprovista de piedad, pero que no destruye la obra, porque esa mezcla aplana y hace digerible el concepto, que me recuerda al Scarface de Brian de Palma, y que en su contraste de seriedad, cursilería y explicites nos creemos lo que vemos, porque estamos frente a la reivindicación del llamado cine B donde cabe el exceso o la desfachatez. Sin embargo no nos confundamos que sólo es la utilidad de una denominación ya que se convierte en una obra maestra que tranquilamente podría ser la envidia del mejor Tarantino.

Una escena define toda la película, en el ascensor vemos esa mezcla atroz, romance con violencia detallada, la luz y sus sombras amplifican el momento, comienza con lentitud y un exabrupto clausura el espectáculo, y sólo queda la puerta cerrándose separando las dos caras del protagonista, su incondicional amor -aún a costa de salvar al esposo de una deuda- y su bárbara e impresionante reacción aunque completamente justificada. No hay más vueltas que darle, es magistral la resolución del conflicto generado a raíz de un robo entre criminales.

Una cachetada a una compinche tramposa o un pequeño gánster a primeras amigable con el mentor del conductor, Shannon (Bryan Cranston), el rengo que busca encumbrarle ante su frustrada carrera, no hubieran concebido ninguna grandeza, por eso Refn juega como ante la evolución de una pieza musical que arranca suave para terminar en la más descollante intensidad respetando el verismo que implica la complejidad del ambiente y los involucrados. Dosifica los quiebres álgidos y prepara el camino para dar la sorpresa en ese desenlace pecaminoso, desprovisto de concesiones y sin marcha atrás. Los juicios de valor quedan fuera. No obstante no falta la conmiseración de un final feliz.

Carey Mulligan destaca haciendo de una chica bastante simple, el director la rodea de un espíritu sin grandes proporciones aunque de una belleza dócil e indefensa sin perder el realismo contemporáneo. La línea con la que responde al cortejo rudimentario de su actual esposo lo expresa casi todo, ella accede con un ¿dónde está la salida? (o sea, vamos al asunto), y lo hace en la mesa de cara a su príncipe azul. De Gosling hay que decir que cumple con tremendo reto y saca adelante otra condecoración para su currículo, un género más en su haber que lo pronuncia hacia el cada vez más próximo Oscar. En esa ruta veo Drive, a Refn, como con Aronofsky, cineastas que desde abajo se ganan un lugar en el cine y del culto llegan al aplauso general, eso es ésta película, la celebración de llegar al reconocimiento público.