martes, 20 de diciembre de 2011

J. Edgar

Si hay alguien en Hollywood que hay que admirar rotundamente ese es Clint Eastwood, actor legendario que se ha ganado el cariño del público con películas de buen entretenimiento y que pasó a ser un director serio, inteligente y exigente que como cualquiera tiene sus altas y bajas aunque con claro talento: dos premios Oscars a mejor dirección suenan más que honorables. Cualidades profesionales que yacen en ésta última película que es académica por antonomasia pero desprovista de sentimentalismo ramplón.

No es el motor del filme robarle una lágrima al espectador ni sacudirlo con un drama que retrate enfermos terminales o causas perdidas, ¡no!, se trata de mostrarnos a un hombre en toda su grandeza, con sus defectos y virtudes (por supuesto más de éstas últimas porque sino para qué tanto honor), con sus hazañas e innovaciones. Se nos describe la vida del director y fundador del FBI, John Edgar Hoover (un impresionante Leonardo DiCaprio que domina las escenas y se roba momentáneamente su alma), y no falta la admiración del director por el personaje. No obstante nos devela toda la idiosincrasia que viste de cuerpo entero a éste representante del alto poder americano.

Lo vemos siendo sutil con una pequeña advertencia al presidente Kennedy, le observamos hurgar en la vida privada de cuanto ciudadano sea considerado comunista radical e incluso a cuanta persona albergue alguna presencia pública manteniéndolos archivados en sus documentos privados (que como bien dice ¡información es poder!), no hay medias tintas con él, que pretende defender la hegemonía angloamericana deportando cuanto rival se le ponga en su camino si amenaza la ideología reinante de su gobierno, efectivamente puede jugar sucio y su motor es mantener las libertades como el modo de vida norteamericano con penetrante convicción o a toda costa.

Sobre su cabeza pende el mismo extremismo y devoción de los que combate pero maneja sus armas con ciencia y disciplina, siempre delante de los demás. Definitivamente no es el tipo perfecto ni de los que despiertan afectos, es quien se ensucia para que otros vivan mejor, por lo menos en su país. Es el que vive en la dura realidad y que la modifica para hacerla tan romántica para los demás. Un sujeto de servicio que en la sombra mueve sus piezas y da la cara ante la amenaza, dentro del crimen, la política o cualquier forma que implique inestabilidad en la seguridad nacional, ese es su deber. Por todo un tipo grande, pero por lo mismo oscuro. Tiene que ocultar su homosexualidad o -lo que se esboza bajo una dignidad artística de parte de Eastwood- su ocasional travestismo.

No podemos engañarnos, Eastwood quiere brindar un homenaje a éste ser humano duro e implacable, metódico, firme y a la vez inseguro, desprendiéndose del relato qué se le debe mucho a quien se le dedica éste largometraje. Alguien que desde joven se convierte en un eje de decisiones en el territorio más poderoso del mundo. No es poca cosa sin duda y para convencernos nos demuestra el cineasta que hay que romper huevos para hacer una tortilla. No necesariamente hay que comulgar con las ideas del protagonista, si fuera así va a disgustar su figura tan nacionalista o su falta de valentía para mostrar su identidad sexual. Sin embargo ahí yace la mano del creador, de Eastwood, porque nos hace entender que ese hombre busca la grandeza desde el inicio, exige lealtad a su departamento como la que representa su secretaria y fallido amor heterosexual o -quizás como se deduce- un intento de excusa para las apariencias. Coloca reglas en su grupo de trabajo, buen físico, entrega, intelecto y casi una cierta excepcionalidad; sacrifica cuanto puede para lograrlo, puede que los datos descritos se hagan poco, incluso, para comprender su éxito, pero el filme no pretende el exceso y se hace en parte seco porque en su mayoría respeta la historia.

Hay momentos que son recreaciones interpretativas que de lo privado solo queda imaginarlas, pero abren el entendimiento siguiendo una concatenación racional. El maquillaje no es totalmente efectivo, pero ayuda mucho; para nada desmerece la realización sino sirve de credibilidad para mostrarnos el envejecimiento. No podemos esperar no desligarnos de entenderlos como efectos especiales y no tener en concreto la imagen verdadera de los actores, pero sirven al uso que se necesita, unir los diferentes tiempos y dar matiz espacial variando contextos y creando una red más compleja en el conjunto.

Quien sepa de Hoover se dará cuenta que los datos son fidedignos o admiten teorías de solidez, ya que alberga casi todos los hechos más importantes como el secuestro del bebe Lindbergh al que la película le dedica amplia cobertura desde todo aspecto, hasta neuronal. No ha explotado la parte más pintoresca para la mayoría en la cacería que dedicó a los llamados enemigos públicos, sino más bien vemos la fabricación del imaginario publicitario de su equipo. Eastwood se enfoca en el requerimiento político de consolidar su figura de principal mando del FBI bajo la obligación de participar directamente en los arrestos. No obstante, sin grandilocuencias, aunque con temple para revelar hasta qué grado iba el compromiso de nuestro héroe, la máxima irreverencia que se permite el director del filme, siendo una hazaña presentarlo como tal, en lo posible ya que tenemos que entender que busca encumbrar y no desmerecer, para lo que se da bajo la plena consciencia recreativa del cineasta como con la pelea con Clyde Tolson que lleva pasión, pero sin perder esa dignidad que tanto mortificaba a Hoover en el simbólico acto de no saber bailar.

Actrices como Naomi Watts y Judi Dench son vitales respectivamente como Helen Gandy, la mano derecha y conocedora de todo secreto personal de Hoover, y Annie Marie, la madre que tanto decidió el carácter de la máquina detrás de la Oficina Federal de Investigación (FBI). Ellas son dibujadas como figuras discretas y a su vez decisivas en la trama. También lo es Armie Hammer, a pesar de ser menos impactante y eso no quita que haga una decente interpretación como el gran compañero afectivo y laboral de Hoover, otro pilar en lo que se nos propone con bastante elegancia y sin sensacionalismo. Un defecto es no manejar bien la juventud de la progenitora en un determinado momento -fuera de que sea corto- a raíz de mantener a Dench sin denotar bien el cambio de edad.

Es una realización cinematográfica que gana por su historia, que lleva actuaciones dotadas y que no será una obra maestra, pero es de las que cualquier cineasta sentiría placer de tener dentro de su filmografía. J. Edgar (2011) es un filme que se debe al arte y que en última instancia, como con los buenos vinos, sabrá el tiempo recompensar.