jueves, 6 de octubre de 2011

La tierra tiembla (La terra trema)


A sólo tres años del hito central de una nueva corriente cinematográfica llamada Neorrealismo Italiano, la aparición de Roma Ciudad Abierta (1945), de Roberto Rossellini, y a cinco años de la primera película del neorrealismo italiano, Obsesión (1943), del mismo Luchino Visconti, uno de los más grandes directores que ha dado el séptimo arte, logró un nuevo hito con su segunda película, La Tierra tiembla (1948), consagrarse como una de las obras más alabadas del neorrealismo italiano. Contiene una mirada social hacia el contexto de su país, que empezó a ser hegemónica tras la segunda guerra mundial. El cineasta nacido en Milán nos sensibiliza con las desventuras, la pobreza y los sueños de una familia de pescadores apellidada Valastros.

Ntoni es un joven que harto de la explotación de los comerciantes quiere buscar la prosperidad mediante la independencia, para ello hipoteca su casa y compra un barco, con lo que se enfrenta al grupo dominante de su región en un pequeño pueblo denominado Aci Trezza, en la costa de Sicilia, pero en su periplo no es visto como un visionario sino como un enemigo, incluso por sus compañeros. Ntoni ha ido en contra de esa sumisión y pasividad que los trabajadores poseen bajo el pensamiento de una virtud que pasa a través de generaciones, confunden esfuerzo con conformismo. Mientras los Valastros arriesgan su buen nombre, su poca economía y sus relaciones sociales liderados por el vástago mayor, el pueblo espera su caída, su humillación y su retorno como en la parábola del hijo pródigo, creyéndolo semejante a una oveja descarriada y no como el hombre que quiere mostrarle a los demás un futuro mejor.

La tierra tiembla inicialmente parece una propaganda para luego girar un poco su rumbo transformándose en el canto de la melancolía cayendo en lo sutil sin llegar al melodrama. Los actores no son profesionales sino son la auto representación de sí mismos, quienes carentes de mucha expresividad optan por la naturalidad, con esa virtud uno puede identificarse sin dificultad haciendo el intento de ponerse en su lugar, porque la trama si bien cada vez se hunde más en la desgracia no llega a ser sentimentalmente empalagosa sino tenue en sus efectos a contraposición de una cierta carencia artística asumiendo el realismo que caracterizaba al movimiento cinematográfico.

Los actores para ser novatos capturan la esencia de la tragedia, sus sonrisas y sus tristezas no enarbolan la precisión sino la imperfección de la postura pero es en su inocencia, su frescura y su falta de pretensión que se nos hacen entrañables, porque lo que se rescata es una simpatía para con los personajes desprovistos de rudeza y más cerca de lo afable si bien simples. Los paisajes y las tomas panorámicas en paneo son bellas, aproximándonos la naturaleza de la que se respira incólume alejada de las penas y dificultades propias de cada ser humano, igual a la sombra de una madre.

Se vive una italianización del séptimo arte. Nos asomamos a esta cultura desde sus más humildes y no menos importantes representantes, el corazón de la patria. La música, la voz y el instrumento se nos hacen románticos y prodigos en filiaciones emocionales. La tierra cobra vida, los pobladores pasean descalzos y su ruralismo se vislumbra bajo la proyección del respeto. Nos vemos inmersos en aquel ambiente que aún siendo particular se extrapola hacia lo universal por su cariz existencial, la lucha contra el devenir y por la evolución desde su idiosincrasia.

Hay ternura y afecto, lujuria e interés, desilusión, en las relaciones amorosas que nos presenta el relato. Mara ama al albañil Nicola que tiene un alma elemental y arraigada a lo social; Lucía ambiciona suntuosidades de las manos del materialismo que representa Don Salvatore, un Don Juan en pleno ejercicio de su figura, jugando con las damas incautas y reprochables; Ntoni quiere a una mujer que no le corresponde sin ciertos factores lo que denota un condicionamiento que no es sinónimo de la palabra amor en su verdadera acepción.

Un defecto es la voz en off que todo lo explica y que trata de infringir zozobra, la cual termina molestando, se percibe como manipuladora y dando apariencia de ineptitud con respecto a la recreación visual de los hechos. Por ratos hace notar carencias interpretativas y estructurales al significar una escena que no alcanza a ser auto-suficiente. Vista la locución como un objeto secundario más no complementario no desmerece el producto, hay que darle predominancia a las imágenes y en ese sentido logran cumplir aún con algunas limitaciones.

Surge un escape hacia el contrabando y en otro caso un rechazo fraternal que señala la inmoralidad, el descalificable escape ante las circunstancias que empujan y que no se justifican sino se asumen como parte de la decadencia, una desintegración y varios conflictos. La familia, ese núcleo vital tan latino, sufre ante el fracaso e igual se mantiene estoica ya que no queda otra salida, y aunque hay un aire de fe en la niña que se encuentra con Ntoni en la bahía o el previsible matrimonio de Nedda, la existencia golpea como en los versos de Vallejo, similar a los Heraldos negros, mientras el planeta sigue girando.