viernes, 2 de septiembre de 2011

La ventana indiscreta

Clásico indiscutible, muy popular dentro del mundo cinematográfico, perteneciente al director británico Alfred Hitchcock, maestro del suspenso, que está dotado de una filmografía muy rica y admirada alrededor del orbe. Cuenta con la hermosa Grace Kelly, una de las rubias más idealizadas del séptimo arte, sueño de tantos hombres, provista de una belleza en la cual faltan adjetivos para alabarla. Y con James Stewart, el actor del rostro inteligente.

En la película se nos narra que un fotógrafo que viaja por el mundo de nombre Jeff está en reposo en su apartamento tras llevar una pierna escayolada, siendo en medio del tedio que empieza a espiar a todos sus vecinos, y a modo de recreación descubre una fascinante gama de personajes que pululan por los edificios de enfrente a su hogar, como la dama solitaria, el pianista fracasado, la bailarina avispada y en particular un misterioso hombre del cual intuye ha asesinado a su convaleciente mujer.

A partir de ese momento, Jeff (James Stewart), empezará a hacer conjeturas sobre aquel “asesino”, observando cada movimiento que ejerza, junto con su novia Lisa (Grace Kelly), con la que se convertirá en espía de aquellos actos ajenos. En medio de la trama hay un pequeño drama casero, Lisa es una mujer perfecta según la definición de Jeff, ella es guapa, adinerada, sofisticada y culta, trabaja en el círculo de la moda, lo que la hace un poco superficial. Lisa sólo ansia casarse con su pareja, sin embargo Jeff no está muy convencido ya que suele viajar en condiciones precarias y destinarse a una actividad riesgosa, por lo que le parece que su vida es incompatible con el estilo distinguido de su bien amada. Y de ello que estén envueltos en una encrucijada con respecto a su relación.

La confidente de nuestro fotógrafo resulta ser la criada y enfermera que viene a hacerle masajes y a prepararle el desayuno, Stella (Thelma Ritter), una mujer campechana y hacendosa pero provista de una lengua viperina y cáustica. Stella también es participe de la vigilancia de Lars Thorwald (Raymond Burr), el supuesto homicida. Por último hay un cuarto personaje atento al espectáculo que otorga la ventana indiscreta aunque incrédulo al crimen que se le atribuye a Lars, se trata del detective Thomas Doyle (Wendell Corey), antiguo amigo de Jeff.

Mientras vemos la cotidianidad de nuestro enclaustrado protagonista, que curioso observa todo lo que sucede alrededor por binoculares o por la lente de su cámara de largo alcance, Hitchcock va alimentando nuestra sospechas con las acciones que se divisan desde el cristal del domicilio de Jeff, pero a su vez desestabilizándolas con argumentos contrarios, generalmente ésta contraparte proviene de Doyle que con sus pesquisas técnicas tratan de desmentir toda hipótesis. En esa discusión que provoca la ambigüedad de un suceso no esclarecido, ni siquiera asumido oficialmente, que parte de una interpretación algo ligera y privilegiada, yace el leitmotiv de la película. Suficiente para fabricar una historia provista de mucho temple, indagación, vaivenes discursivos, aplicada diversión y sobre todo mucho suspenso.

La obra es sencilla en sus postulados creando un in crescendo a medida, agregando pistas, distrayéndonos, atrayéndonos, haciéndonos cambiar de parecer continuamente, con una esencia cargada de una inocencia rayando en lo hermoso tan característico de éste cine clásico rotundo y sin complejos, de amable trato con el espectador que rápidamente interviene en toda la realización. Ésta es una obra maestra que ha sido aclamada por crítica y público. Tiene una estructura de orfebrería que a manera de cuento accesible a todos hace hincapié en el misterio, sólo que otorgándole cabida a otros temas secundarios en la relaciones de pareja, en la socialización humana, en el deber para con el prójimo, en nuestra humanidad diaria, pero sin obligarnos a asumirlo por descontando sino viéndolo discretamente, porque el esquema de Hitchcock está desprovisto de enseñanzas rimbombantes aunque claramente se le ubica si prestamos atención, es un tómalo o déjalo, un aprovéchalo si lo captas, porque el maestro no se hacía problemas de ningún tipo, tenía una osadía de gigante.

Como plato fuerte sigue la ruta de un thriller que se rige bajo la regla de emular el teatro con todo ese garbo e histrionismo aceptado y consciente, pero que aún así mantiene su proximidad con cualquier individuo promedio, con un producto que justifica por completo su destino, lo que define el cine de éste estupendo director amado e idolatrado con justa razón.