miércoles, 3 de agosto de 2011

La historia de Adele H.

Hablar de ésta película es juntar dos pasiones humanas sobre el arte, la literatura y el cine, pero con su propia leyenda, justamente la que se hizo perenne de alguna forma en el tiempo sobre el personaje principal del que nos narra el maestro francés Francois Truffaut. En ella coincide la hija de ese otro genio que fue Víctor Hugo, hombre poderoso por propio talento, inmortal entre los grandes, figura consumada dentro de las letras universales, personaje político e influyente por convicción. Sin embargo el filme no nos remite a su persona directamente sino tangencialmente; nos aboca a su hija, Adele (Isabelle Adjani), que atraviesa el océano atlántico sola en busca de su “prometido”, el teniente inglés Albert Pinson, que rehúye el compromiso tras consumado su amor y conquista, que menospreciado por el autor francés siente rechazo en desmedro de su ex pareja a la que sedujo en circunstancias en que ella se encontraba en próximas nupcias.

Como se aprecia Adele es intrépida, una soñadora y luchadora por naturaleza que termina víctima de las circunstancias empecinada en que sea correspondida su entrega y honor, su inocencia o irreverencia frente a la sociedad, pero Pinson no pretende hacer gala de su palabra y desestima todo intento de aproximación a su persona. Adele se esconde bajo el apellido Lewly en una posada de buena condición social administrada por la cariñosa y simple señora Sanders; a nadie a comunicado que es la ascendiente del que llaman el hombre más famoso de su época, pero ni corta ni perezosa envía cartas pidiendo altas sumas de dinero para subsistir en el nuevo mundo. Se halla en Halifax, Nueva Escocia, Canadá. Suele escribir todos sus pensamientos en un diario, de ahí que Truffaut ha tomado el magma para plantear su existencia.

La temática del filme se puede describir en cortas líneas, Adele se debate en la ensoñación de sus fantasías con una resolución solida de sus deseos mientras se contrasta su voluntad con la realidad adversa que le niega el amor en un hombre mujeriego, pero disciplinado en el ejército británico tras darle un giro contundente a su propia vida; éste hombre no planea dar su brazo a torcer y la repele con semejante convicción a la que se le opone. Ella vive prácticamente al amparo de su pasión, escribiendo ávidamente sus reflexiones poéticas y sus anhelos más firmes, teniendo pesadillas sobre la muerte de su hermana Leopoldine que murió a los 19 años ahogada, recabando comunicaciones con su padre a la distancia, enclaustrada solitaria sin ninguna compañía, ensimismada en sus ideas, tramando como convencer a Pinson.

Se ha de decir que es un relato básico pero por el esfuerzo creativo de Truffaut se prolonga con hábil manufactura que en ningún momento deja de presentar emotividad o provocar desatención. Se llega a saber del origen de la dama en cuestión pasado cierto metraje, lo que denota buena contención en el uso del desarrollo cinematográfico extendiendo la trama bajo el carácter anónimo y común del personaje central, lo cual nos hace cavilar pensando si hubiera perdurado dicha historia de no ser la hija de Hugo, ¿sería menos importante?¿nos produciría curiosidad? En eso se puede asumir que Adele es nuestra humanidad, nuestra sensibilidad, nuestros escollos, su vivencia se hace cercana y ella pasa a ser tan de la gente como cualquier desconocida porque su lamento silencioso oculto bajo su temple se hace el de todos. Su llanto, su sufrimiento y sus temores, más no su lucha, se perciben sutilmente pero es con nuestra despierta percepción que se dibujan tan claramente.

La protagonista llega hasta las últimas consecuencias, se enfrenta a la sombra del matrimonio de Pinson con la hija de un juez; no escatima humillaciones, tretas y ruegos que van in crescendo, tampoco gastos económicos que la arrastran en persecución del hombre que la ignora fervientemente, con grave indiferencia ante una perseverancia que se transforma en cierta animadversión que hace proclive secas y calculadas venganzas.

La mano diestra de Truffaut insinúa, nos hace imaginar diversos caminos donde puede solo asumirse uno solo, abre puertas y posibilidades, nos engaña, nos confunde, nos moviliza, nos compromete, nos hiere, nos dirige en su frenética profesión de embaucador y prestidigitador. Cabe además un posible amor en el librero cojo que aspira a su propia biografía. Nunca se desecha el cambio de parecer. En suelo virgen el final no se llega a intuir, ensimismados como bajo la neblina que articula un adivino que nos empieza a leer las cartas ante nuestra perplejidad, ceguera y desconsuelo.

El tiempo trascurre como anclado a una idea suspendida en el aire; Truffaut completa los diarios simplemente con un colofón que amplía la intromisión de un lúgubre destino donde su autoría da cabida a mayores complejidades, aún bajo la impronta de la sencillez y del entendimiento elogiable del que enseña con rotundidad y destreza los senderos más crípticos. Es una obra maestra, aunque un pequeño cuento convertido en voluminosa novela, mediante un trazo delicado y ceñido. Es una reliquia portentosa de ánimo humilde, una estratagema cerebral, una joya invaluable, un diamante bien pulido.