miércoles, 30 de marzo de 2011

La vida de los peces

El joven director chileno Matías Bize se alzó con el Premio Goya 2011 en la categoría mejor película hispanoamericana con ésta realización. En esta película observamos bajo un aire melancólico y sentimental el regreso de Andrés (Santiago Cabrera) a su patria, Chile, luego de diez años de vivir en Alemania como escritor y eterno turista. Ha vuelto porque extrañaba a Beatriz (Blanca Lewin), la que fuera su enamorada durante muchos años en su juventud antes de viajar a Europa y la única con la que sintió que podía tener un romance de futuro irrompible, pero al darse un tiempo en su relación él decidió irse prometiendo volver a encontrarse en un café y retomar su unión amorosa. Ahora ha vuelto y pretende resurgir lo que dejó inconcluso y no cumplió, pero mucho ha cambiado y remontar una década de separación se presenta como algo complicado de vencer, aunque el filme no se haga muchos problemas al respecto y permita pensar en esa posibilidad, pero es a través de su historia que descubriremos si es factible. Beatriz a los ojos de Andrés está igual aunque ya tiene dos hijas mellizas y estuvo casada. El acercamiento entre ellos es progresivo y empieza con timidez al toparse accidentalmente hasta evolucionar en algo mucho más fluido luego de que ella busque evitarlo y quererlo ver al mismo tiempo mientras que él si está convencido de lo que quiere sino que le falta la forma de aproximarse con sus propuestas sentimentales, incluso no quería ella volver a verlo ya que sufrió mucho con la ruptura y el olvido de la palabra prometida de reencontrarse.

Andrés está de visita en la casa de un buen amigo que falleció en un accidente de auto, en ese sitio se celebra el cumpleaños de uno de los parientes y que ha atraído a todas sus viejas amistades y seres queridos de su pasado. En su deambular por las diversas habitaciones y estancias de la vivienda se encuentra con todos ellos y comparte recuerdos. Se topa con tres antiguos compadres de juerga con los que habla de sus cambios de pensamiento y de sus presentes; con la hermana menor de su mejor amigo fenecido, antes mencionado, que ha crecido convirtiéndose en una bella mujer y la cual se le insinúa sexualmente estando borracha; con el hermano del mismo en el que fuera su cuarto que está idéntico a como lo tenía antes de morir y en que medita sobre que le aconsejaría su compinche de estar vivo sobre la mujer que no pudo olvidar. En la cocina conversa con la dulce madre del amigo perdido, la que se halla lavando los platos y a la que le halaga sus comidas que dice siempre tener en mente estando lejos; ella muestra su sensibilidad por él y por la memoria de su vástago que dice sentir en su habitación, dejando a Andrés abstraído. También dialoga con la esposa embarazada de un viejo compañero con la que entabla un coloquio vulgar sobre su matrimonio, e incluso comparte juegos de video con el hijo de uno de sus camaradas conversando sobre aspectos sexuales que el niño pregunta curioso y él responde con franca sonrisa. 

La película tiene una música suave y de carácter sensible sonando constante de fondo bajo intermedios de aspecto contemplativo y rememorativo que se escucha demasiado repetitiva cayendo como algo empalagoso, pero otorgando la atmósfera que requiere el filme. El drama se mueve con lentitud en el caminar de Andrés por ese hogar al que él tanto cariño le tiene y viceversa, diciendo que ya se va a cada momento porque le espera una avión para retornar a Alemania. Sin embargo dilata su despedida porque quiere dialogar con Beatriz con la que se encuentra de forma seguida por diferentes ambientes del lugar y con la que se dan charlas que van creciendo en confianza y que van abordando el tema que a ambos les concierne que es ese amor que tanto se tuvieron y que parece aún subsistir, no obstante la seguridad de si existe o no un sentimiento en común hay que conocerlo luego de muchos vaivenes. El filme siempre está evitando un punto decisivo como no prometiendo nada, pero, por supuesto, uno espera que llegue a algún tipo de final todo el asunto romántico. Se utiliza mucho el escape, dando pequeñas dosis de diversa índole mientras tanto, que dejan rastros que van acumulándose y haciéndonos exigir algo mayor de lo ya dado y eso arma un guión favorable que crea expectativa porque cada evento es un aliciente de atención que ha requerido ingenio y a pesar de tanto giro y alargamiento no cansa sino nos anima a querer saber más, todo en un estado cercano, que nos muestra al personaje principal tomando forma a medida que abre una nueva puerta.

En ambos personajes yace la calma y la morosidad propia de los peces que se movilizan por una enorme pecera a la que se acercan en sus tantos paseos nocturnos ya que la fiesta es de noche y el tiempo al que se fija la película es corto en esa oscuridad del día. Se asemejan como expresa el título del filme a la existencia de esos animales acuáticos. Los diálogos entre Beatriz y Andrés son de cierta sublimidad y seriedad en un tira y afloja persistente. El tono general es amigable pero reticente a dejarse llevar, en un extraer de a pocos la información que le de pistas al espectador. Los encuentros son pertinentes, la trama esta muy bien distribuida, por lo que se me hace una película muy bien premiada y que vale la pena ver.